Catar, una fábrica de futbolistas

En 2004 creó Aspire Academy, una lujosa ciudad deportiva para ganarse el respeto del mundo del balompié. Ahora mete miedo en la Copa América. Su objetivo, la Copa Mundo que organizará en tres años.

Thomas Blanco
19 de junio de 2019 - 03:00 a. m.
Catar, una fábrica de futbolistas

La premisa: convertir a una modesta nación de apenas 250.000 habitantes nativos en una potencia, o al menos en una respetada selección de fútbol. La meta: Catar 2022, su Mundial.

Todo empezó en 2004 con el surgimiento de Aspire, una academia con sede en Doha, que es catalogada como la principal incubadora de futbolistas del planeta. El proyecto es financiado por el gobierno catarí: una monarquía absoluta que ha sido comandada por la familia Al Thani desde mediados del siglo pasado. Catar cuenta con la tercera mayor reserva de gas del mundo, lo que lo acredita como el país con más renta per cápita y mayor índice de desarrollo del planeta. Ningún habitante paga impuestos. Y cuenta con su canal estatal Al Jazeera, cuyos tentáculos llegan a los cinco continentes. Una nación con un colosal peso geopolítico que tiene la intención de convertirse en un referente del turismo y de las economías avanzadas. ¿El vehículo? El deporte: así consiguió ser sede en 2006 de los Juegos Asiáticos.

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En febrero pasado Catar se coronó, contra todo pronóstico, campeón de la Copa de Asia por primera vez en su historia. Se impuso en la final 3-1 ante Japón, el gran favorito, equipo que había ganado cuatro de las últimas siete ediciones. Los árabes se metieron en el radar del mundo del balompié. Más que todo por la forma como ganaron el torneo: siete victorias en siete partidos, 19 goles a favor y tan solo uno en contra. Su delantero Ali Almoez se convirtió en el máximo artillero con nueve anotaciones. Su otra figura es el 10 del equipo, Hassan Al Haidos, un jugador técnico y con el talento de los futbolistas distintos. Oriundos de una causalidad llamada Aspire.

La academia cuenta con la tecnología más avanzada y con una infraestructura inverosímil. Además de siete lujosas canchas de fútbol, tienen el Aspire Dome, el domo más grande del mundo con aforo para 5.500 personas. La ciencia, la nutrición, los laboratorios, los gimnasios, la psicología, todas son materias obligatorias de la ciudad deportiva. Y albergan máquinas que potencian los reflejos, conceptos tácticos y la memoria operativa de los jugadores, aparatos que están empezando a utilizar los equipos más renombrados del mundo.

Los cataríes también son dueños de dos equipos del fútbol europeo: Kas Eupen, de la segunda división de Bélgica, y Cultural Leonesa, de la tercera de España. A esos clubes son mandados algunos jugadores a foguearse y a crecer como profesionales.

La academia también les proporciona educación secundaria a los deportistas y los gastos del día a día. A su vez, de acuerdo con The New York Times, los familiares de los jugadores reciben US$5.000 por año. Sin embargo, la premisa inicial del modelo deportivo fue buscar afuera lo que no había adentro. En 2007, Aspire empezó a mandar a veedores a siete países de África -Camerún, Ghana, Kenia, Nigeria, Senegal, Sudáfrica y Marruecos- con la intención de encontrar talentos en diferentes disciplinas. Pero la iniciativa fue acusada de ser una especie de “tráfico de humanos”.

Casos, demasiados. El más cercano: en Río 2016, con la selección de balonmano, pues tan solo tres jugadores de los 15 que conformaban el equipo habían nacido en el país asiático. Asimismo, en 1999 fueron descalificados de los Juegos de Arabia porque los competidores alegaron que tenían en su plantilla cuatro pesistas búlgaros, de hecho, uno de ellos se quedó con una medalla de plata en los Olímpicos de Sídney 2000. Pero llama la atención el caso del atleta keniano Stefhen Cherono, a quien le compraron la nacionalidad a cambio de US$1.000 mensuales. Hasta se cambió el nombre: Shaheen Saif Saaeed. No sorprendería que varios de los deportistas de la actualidad hayan nacido en realidad en otros países.

El éxtasis de la maquinaria catarí llegó a su punto de ebullición el 2 de diciembre de 2010 en las oficinas centrales de la FIFA en Zúrich, Suiza. Cuando el órgano rector del fútbol mundial escogió a dos países con poca tradición en el balompié como sedes de los Mundiales 2018 (Rusia) y 2022 (Catar). Una determinación que años después, luego de conocerse los casos de corrupción de la FIFA encabezados por su expresidente Joseph Blatter, estuvo salpicada de dineros por debajo de la mesa para que los dirigentes cambiaran sus votos. De hecho, por ese caso, ayer fue detenido en París el ex futbolista y dirigente Michel Platini.

Ken Bensinger, en su libro Tarjeta roja, apunta que Rusia, al mando de Vladimir Putin, le concedió a Catar la licencia de explotación de yacimientos de gas en su territorio a cambio de que esperara cuatro años más (2022) para ser anfitrión de la Copa del Mundo. La delegación de Estados Unidos estaba conformada por la estrella de la selección, Landon Donovan, el actor Morgan Freeman, el fiscal general adjunto Eric Holder y el expresidente Bill Clinton. Ni siquiera la llamada de Barack Obama pudo torcer el timón. “Cómo están nuestras posibilidades para 2022”, le preguntó el hombre más poderoso del planeta a Blatter. “Entiendo”. Y nunca más volvieron a hablar.

El rostro detrás del modelo deportivo catarí es Sheikh Jassim bin Hamad al-Thani, el hermano del emir e hincha más furibundo del fútbol en la familia real. Un proyecto que ya está viendo resultados y que tiene al conjunto asiático mostrando sus condiciones en la Copa América. En la primera fecha empataron 2-2 ante Paraguay en un duelo en el que fueron superiores y en el cual mostraron sus condiciones físicas y de posesión de balón.

Catar se medirá este miércoles ante Colombia en São Paulo en un encuentro válido por la segunda fecha del Grupo B. Un equipo que mete miedo por todo el proceso deportiva que carga detrás. Aspire Academy, allí empezó todo.

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Por Thomas Blanco

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