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Nunca fue tan bonito ser colombiano como durante este Mundial. Jamás todos los que nacimos en esta tierra nos sentimos tan orgullosos de algo como de esta selección de fútbol, esa que representa fielmente el desparpajo del costeño, la pujanza del paisa, el sabor del vallecaucano y la seriedad del cachaco. Esa grande como el país de gente trabajadora y humilde, capaz de lo mejor, pero lamentablemente también de lo peor.
En este mes aprendimos a cantar el himno nacional sin complejos, con entusiasmo, como nunca lo hicimos, especialmente en el exterior. La ilusión de llegar a las semifinales duró apenas seis minutos, los que tardó Brasil en abrir el marcador, pero el cariño y el respeto por este equipo que durará por siempre. Gracias muchachos por tanto corazón.
Jugar los cuartos de final ante el pentacampeón mundial, en su propia casa no iba a ser tarea fácil. Por eso, aunque había argumentos para ser optimistas, era mejor ser cautos. Nunca el equipo de José Pékerman había jugado en un ambiente tan hostil como el de anoche en el estadio Castelão de Fortaleza, al que asistieron unos cinco mil hinchas colombianos para hacerse sentir, como lo hizo el equipo en la cancha, pues a pesar de la derrota, fue un digno rival. Tanto que al final los locales celebraron como si hubieran ganado el título.
Como se esperaba, Brasil salió a matar, a presionar a Colombia en su propio campo y buscar la ventaja. La logró tras un tiro de esquina en el que Cristian Zapata y Mario Yepes fueron a marcar a David Luiz, pero de atrás llegó Thiago Silva, el cuestionado capitán de la canarinha, para anticipar a Carlos Sánchez y marcar el 1-0.
En los cuatro juegos anteriores la tricolor no había estado abajo en el marcador, pero ayer tuvo que remar contra la corriente. Sin los mismos espacios que le dejaron Grecia, Costa de Marfil, Japón y Uruguay, la tarea se hizo más difícil, pero aun así Colombia trató de hacerla. En el primer tiempo sólo generó una opción clara de gol, un remate de Juan Guillermo Cuadrado que alcanzó a desviar Silva. Los demás fueron intentos nada más, mientras Brasil pudo anotar dos o tres goles más de no ser por la brillante actuación de David Ospina, una de las figuras de los nuestros.
Se sabía que Brasil iba a ser peligroso. Después de haber superado la crisis futbolística y mental del partido contra Chile, llegaba con la fuerza de haber renacido de entre sus cenizas. Hulk fue determinante, así como Neymar, el jugador diferente. Pero los demás también aportaron, especialmente Fernandinho y Paulinho, quienes molieron a patadas a James Rodríguez y Cuadrado, con la complicidad del árbitro español Carlos Velasco, quien no influyó en el resultado, pero siempre favoreció a los locales en jugadas dudosas. De hecho, a los 66 minutos anuló un gol de Mario Yepes por posición adelantada en un cobro de costado.
Justo después llegó el segundo gol de los verdeamarillos, un cobro desde 30 metros de David Luiz, quien cogió mal parado a Ospina. Ahí prácticamente terminó el partido, aunque en una acción en la que el arquero Julio César debió ser expulsado, James descontó de penal y llegó a seis tantos, que lo dejan por ahora como el goleador del torneo.
Los minutos finales fueron un parto. Colombia, con más arrestos físicos, sacó la jerarquía de sus jugadores y metió contra su arco a los pentacampeones mundiales. Puso a sufrir a 200 millones de brasileños y murió con las botas bien puestas, como debe ser siempre cuando hay amor por la camiseta y por el deporte más lindo del mundo.
Y cayó con justicia ante un Brasil al que le importa solamente ganar, así sea tirando el balón a las tribunas o haciendo tiempo. Del Jogo Bonito ya no queda sino el recuerdo. Al país del fútbol ahora le preocupa el qué, no el cómo.
Pero esta Colombia, la de los jugadores que cantan el himno con el alma y se matan por ser convocados a la selección así ganen millones en sus clubes, nos demostró que sí se puede, pero que además se debe. Cuando se trabaja con seriedad y profesionalismo, como durante este proceso, se tiene que pensar en grande, como lo hicieron estos muchachos en Brasil. De hecho, en vez de salir como lo que son, unos héroes, se fueron de la cancha cabizbajos y nostálgicos, porque nadie tenía tantos deseos de ganar como ellos.
Y volverán a intentarlo. Hicieron historia, pero quieren la gloria. Esta generación volverá a darnos alegrías como las de este Mundial porque sabe que detrás tiene el apoyo de 47 millones de personas dispuestas a seguirlos a donde sea y llenar estadios para verlos jugar, como lo hicieron en Brasil, que fue su casa hasta que el destino quiso que nos viéramos en cuartos.
Al scratch le queda ahora una durísima semifinal ante Alemania, en Belo Horizonte, mientras Colombia regresa a casa con la frente muy en alto. Con la satisfacción de haber unido al país y haberlo puesto a soñar con instancias que creíamos inalcanzables. Con el consuelo de habernos puesto a hablar de fútbol, bailes y alegría, en vez de violencia y corrupción. Con la certeza de que es un equipo que sabe jugar, pero además sabe competir, que no es lo mismo. No les quepa duda, esta Colombia, que ganó 4 de 5 partidos, con 13 goles a favor y sólo 4 en contra, irá dentro de cuatro años al Mundial de Rusia, para volver a ser protagonista.