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Diego Armando Maradona: el gol como pequeña patria

El ídolo argentino falleció en horas de la mañana a sus 60 años. Su admiración, que trasciende lo futbolístico, está relacionada con el tinte político y social de su carrera.

Andrés Osorio Guillott
25 de noviembre de 2020 - 08:50 p. m.
En el de México, en 1986, Diego Armando Maradona cumplió la mejor actuación individual en la historia de los Mundiales.
En el de México, en 1986, Diego Armando Maradona cumplió la mejor actuación individual en la historia de los Mundiales.
Foto: AP

Cuenta la historia que un hombre fue capaz de reivindicar la moral de un pueblo derrotado y adolorido por la sangre derramada en las islas Malvinas con dos goles que fundaron un nuevo mundo. Esa misma historia cuenta que revolucionó la cultura y destronó a una monarquía en el fútbol italiano que había durado alrededor de ochenta años, luego de llegar a una ciudad como Nápoles, que bien podía ser un espejo o una Villa Fiorito a gran escala, que tenía sus tintes obreros y reflejaba la desigualdad que había entre el norte y el sur del país itálico.

En esa historia crearon a un dios, prácticamente vieron en él una reencarnación de la idea del superhombre de Nietzsche, pero también en esa historia se creó un narciso que ha estado a punto de ahogarse por la misma imagen idílica que de él han construido. Y si bien la belleza en este caso no se refiere a su físico, sí se centra en la estética de una zurda que significó la esperanza para los argentinos y el nuevo tiempo para el Napoli, escuadra con la que ganó dos ligas locales, una copa, una Supercopa y una Copa de la UEFA, entre 1984 y 1992.

Después de la Segunda Guerra Mundial surgieron relatos que buscaban devolverle a la humanidad algo de fe en sí mismos. Los relatos refractarios se debatían entre el pesimismo derivado de la ignominia y el vitalismo casi terco proveniente de corazones románticos y llenos de esperanza. Y es que los pueblos que sufrieron las guerras, inventan discursos desde lo cultural y lo político para que la moral no sea también un elemento de nuestra finitud.

Desde el norte del continente americano aparecieron, por ejemplo, los discursos escondidos en los superhéroes. Un emblema como Capitán América, que tiene su origen en la guerra, es creado para seguir fortaleciendo la imagen y la percepción del poder armamentista de Estados Unidos en la posguerra, ad portas de la Guerra Fría.

En Argentina, muchos años después de esa época, tras haber atravesado los difíciles momentos de la dictadura a finales de la década de 1970 y de la Guerra de las Malvinas con Inglaterra en 1982, se levantó Diego Armando Maradona para hacer de sus desbordes y de su izquierda mágica un símbolo del renacer y la fuerza. Las mentes aferradas al poder y dedicadas a mantener en lo alto la imagen del Estado no tuvieron que trabajar para darle al país albiceleste algo que los hiciera creer en sí mismos y sentir orgullo por su idiosincrasia. Un gol con la mano, lo que resulta toda una paradoja, y un gol de otro mundo, que justamente llevó en su narración las palabras de “barrilete cósmico”, en los cuartos de final del Mundial de México de 1986 contra los británicos, fueron los que causaron que muchos argentinos se levantaran del desasosiego que habían dejado tantos años de represión, muerte y olvido. Su figura, llevada a la religiosidad, no fue meramente producto de ser un jugador distinto, sino de ser un hombre que se plantó dentro y fuera de la cancha para hacer de sus jugadas el manifiesto y despertar de todo un pueblo.

La precariedad forja y moldea el espíritu resiliente y retador. Una cotidianidad plagada de personas que se resisten a la derrota de no contar con lo suficiente para considerar su vida como algo digno despierta en algunos un anhelo de solidaridad, de esfuerzos que beneficien a lo colectivo y eviten en el futuro realidades repletas de injusticias y tristezas. En ese contexto creció Maradona mientras pateaba pelotas de trapos y jugaba en la oscuridad que dejaba un barrio que, muchas veces, no contaba con servicios públicos. Con esos ideales de justicia y dignidad creció, con ellos creyó y rompió varios paradigmas. Y aunque muchas veces pudo morir por su fama y por los placeres, que terminan siendo las condenas de los seres humanos, supo ver en esos fracasos y adversidades su mortalidad. Ni sus escándalos con las drogas y la mafia italiana pudieron con lo que dejó en un Napoli que le debe su gloria a su zurda, así como tampoco el contexto de una Argentina golpeada que buscaba resurgir de la llamada “década perdida” en América Latina opacaron lo que hizo en aquel México 86, donde anotó cinco goles e hizo cinco asistencias para que su equipo fuera campeón mundial.

Así bien lo reconoció en un discurso que dio en su querida Bombonera en 2001, en un partido en homenaje a su vida y obra: “El fútbol es el deporte más lindo y más sano del mundo. De eso no le quepa la menor duda a nadie. Porque se equivoque uno, no, no tiene que pagar el fútbol. Yo me equivoqué y pagué; pero la pelota no, la pelota no se mancha”.

Desde su retiro del fútbol, anunciado justamente hace 23 años, días después de un clásico entre Boca y River, el 25 de octubre de 1997, Maradona se ha encargado de no permitir que la pelota se manche de la corrupción que señaló, por ejemplo, en 2014, cuando empezó a destaparse el escándalo del Fifagate. Lejos de las polémicas por sus tatuajes del Che Guevara y Fidel Castro, o de apoyar a Hugo Chávez -con retribuciones económicas de por medio-, el argentino, que está en el Olimpo del fútbol junto a Pelé, Beckenbauer, Cruyff, Di Stéfano, Messi, entre otros, hizo del gol un grito político, un grito de patria y un grito capaz de revolucionar y tumbar las resignaciones.

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Luís(5356)25 de noviembre de 2020 - 11:15 p. m.
QEPD.arrogante,grosero,pero un maestro en su oficio.DIOS LO GUARDE EN SU REINO
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