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Antes de salir de su casa, lo primero que hacía Diego Calderón, hasta hace cinco días delantero del Ismaily, era guardar en su celular una foto de todo lo que necesitaba. Lentejas, pasta, leche, en fin. El antioqueño no entiende nada de árabe y las señas se convirtieron en su principal medio de comunicación. Memorizó como elefante los caminos que cogía en las calles de Ismalia, ciudad del noreste de Egipto.
De hecho, el choque cultural le causó innumerables momentos divertidos con sus compañeros, quienes le amenizaron su trajín en una nación que, por su estilo ultraconservador, lo mantuvo a raya.
En su primer entrenamiento, todos se fueron a las duchas y cuando el oriundo de Chigorodó salió desnudo hubo un coctel de risas, sorpresa y hasta incertidumbre. “En Suramérica, cuando uno se baña, lo normal es salir sin ropa. Cuando me vieron me gritaban: ‘¡Diego, qué carajos es eso!’. Se volvieron locos”, le dice entre risas Calderón a El Espectador.
Y Diego atestiguó una revolución. Sólo que esta vez no fue política, pues los tiempos de la Primavera Árabe, en la que el país africano consiguió en 2011 apagar un gobierno autoritario de más de 30 años conducido por Hosni Mubarak, son historia. Ahora solo se respira fútbol. Se vive un ambiente similar al que sintió Colombia hace cuatro años cuando Radamel Falcao García lideró el combinado de José Pékerman al Mundial de Brasil, tras 16 años de ausencia en una cita orbital.
Egipto, luego de 28 años sin aparecer en los álbumes de los mundiales, estará en Rusia 2018 y su estrella, Mohamed Salah, jugador del Liverpool, fue el mejor futbolista del fútbol inglés y hasta finalizó, sin postularse, segundo en las elecciones presidenciales de su país. Hoy, ambas selecciones se enfrentarán (2:15 p.m., Gol Caracol) en un duelo amistoso a 13 días del Mundial.
“Aquí son particularmente especiales con los colombianos. Yo siento un orgullo inmenso cuando veo a Diego Calderón en las noticias. No me sorprende lo que hizo, la gente de nuestro país se adapta en donde sea, porque somos buenas personas y nos gusta trabajar”, afirma Luis Fernando Hernández, soldado colombiano radicado en Egipto, en la Península del Sinaí, quien se encuentra apoyando la misión de paz de ese país con Israel.
El central ghanés Richard Baffour fue su cómplice en su estadía. Llegaron el mismo día, al mismo hotel y se quedaron en la misma habitación. Con la ventaja de que el africano domina el inglés, por lo que crearon un vínculo especial. “Él les decía a mis compañeros: ‘Diego no entiende bien el inglés. A él hay que hablarle chimbo’. A mí me hablan en el inglés más malo que existe y ahí sí medio entiendo”, señala sonriente el delantero , quien con 14 goles terminó en la tercera posición en la tabla de artilleros de la Premier League egipcia, certamen en el que fue subcampeón.
“Aquí no toman alcohol, no andan con mujeres. Es duro para los sudamericanos. A las egipcias es imposible verlas con esas máscaras. Uno sólo les ve los ojos y tiene que respetar mucho”. Diego es un trotamundos. A los 16 años dejó su hogar para marcharse al Juventude de Brasil. Allí llamó la atención de un empresario y se fue a Catar. Pero las promesas se quedaron en promesas y quedó olvidado, aguantando hambre con una multa de 12 mil dólares.
“Mi Dios me puso una persona que me rescató. Ni nos conocíamos, pero el ecuatoriano Carlos Tenorio, quien venía de ser una de las figuras del Mundial de Alemania 2006, pagó lo que debía, me regaló un celular para llamar a mi familia y me dio comida. Tenía un carro hermoso, un murciélago espectacular”. Volvió decepcionado a Brasil, en donde le debían nueve meses de sueldo. Un día se rompió un vidrio del bus del equipo y se echó la culpa para que lo dejaran marcharse. Le pagaron un mes y volvió a Colombia a jugar con el Barranquilla F.C. y luego con el Envigado.
Pedro Sarmiento, quien estaba a cargo del equipo antioqueño, le puso un ultimátum. “Me dijo: ‘Diego, puedes llegar lejos, pero tienes que dejar la rumba’. A mí todo me daba igual. Era joven y me rescindieron el contrato”. Volvió a jugar en su barrio y disputando el famoso torneo de comunas de Medellín se lesionó un tobillo. Ahí apareció Jackson Martínez, quien está casado con su prima, a tenderle una mano.
“Yo te ayudo, pero con una condición: tienes que dejar la fiesta y las mujeres”. Lo llevó a México y allí se recuperó y tuvo una destacada actuación con Alebrijes de Oaxaca, club de la segunda división. De ahí pasó al fútbol turco. Firmó, pero cuando arribó, el club estaba sancionado y no lo pudo inscribir. Y así fue como llegó a Egipto. Ahora iniciará un nuevo capítulo en el Al Faisaly de Arabia Saudita. Todo un trotamundos.