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El que metió al escritor checo al Mundial fue el blog Minor Literatures, que publicó en Twitter una foto de Ángel Di María junto con otra del autor de La metamorfosis anotando que a Argentina le iría bien en Brasil porque “tiene a Kafka de delantero”.
Pronóstico acertado porque el flaco hizo el gol que salvó a la albiceleste contra Suiza para clasificar a cuartos de final y luego ayudó a pasar a semifinales hasta que una lesión lo dejó en el banco. El parecido entre los dos personajes es abrumador y la tendencia en redes sociales resulta pertinente para recordar que el fútbol es una zona gris de las biografías que se han escrito sobre el creador del Gregorio Samsa escarabajo, inspirador del realismo mágico de García Márquez. Hay dos versiones sobre la relación de Franz Kafka (1883-1924) con el balón: una que lo amó porque le traducía a su padre del alemán al checo las noticias sobre los partidos del naciente fútbol del siglo XIX en Alemania y Rusia. La otra, más creíble, es que lo odió porque lo hacía obligado. En internet hay versiones de que esto pasaba a partir de transmisiones radiales, lo cual parece imposible porque la radio se popularizó en Checoslovaquia desde 1920, cuando por fin se libró del yugo paterno y terminó viviendo en la futbolera Berlín, donde reinaba el Hamburgo.
En su juventud tal vez le pudo contar a Hermann Kafka sobre los primeros clubes en Alemania, fundados a partir de 1850. Pero Kafka papá era fanático de los rusos y tal vez se enteraron de que en septiembre de 1893 se jugó en San Petersburgo el primer partido oficial. Quizás esas traducciones acercaron a Kafka hijo a Dostoievski, fallecido allí en 1881 y la mayor influencia literaria sobre la obra del checo a través de la novela Crimen y Castigo. En Carta al padre Kafka escribió sobre su negada vida deportiva. Nunca cuidó su cuerpo, era débil y enfermizo. Prefería tumbarse en el sofá a leer y escribir. “La espalda se encorvó; casi no me atrevía a moverme ni menos a hacer gimnasia ni ninguna actividad física. Papá echaba pestes”.
Si los Kafka vivieran hoy el escritor le gritaría en la cara a su padre que los rusos fueron eliminados en primera ronda del Mundial porque no pudieron con Bélgica, Argelia ni Corea del Sur. Que Rusia se quedó en la leyenda de Yashin, La araña negra, a la que los colombianos le hicieron cuatro goles en Chile 62. Franz se alegraría de que a los checos les fue mejor aunque no superaron aquella final de Italia 34 en la que perdieron 2-1 en la Roma fascista. Injusto para ese gran equipo y el gran mediocampista Josef Kostale (como el famoso Josef K. de la novela El proceso). Otra vez fueron subcampeones en Chile 62, perdiendo la final contra Brasil 3-1. En la delantera tenían a Josef Kadraba (¡!) pero no fue contrapeso frente a Garrincha, Zagallo, Vavá, Amarildo, Didí.
Y estaría feliz de que Alemania es potencia: tres veces campeona mundial y cuatro veces subcampeona. El idioma preferido de Kafka era el alemán. Iría por ellos en la semifinal de 2014 contra Brasil. En todo caso, este fútbol no se parece al de las crónicas que traducía. Es un fenómeno de masas más poderoso que la burocracia de los estados que él metaforizó en El castillo y mantiene hipnotizados a los ciudadanos de la sociedad de consumo de hoy. Más kafkiano no puede ser.