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El último adiós a Alfredo Di Stéfano

En el estadio Santiago Bernabéu y con la presencia de jugadores y aficionados, fue velado el cuerpo del legendario jugador del Real Madrid.

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Redacción Deportiva
09 de julio de 2014 - 12:55 p. m.
Alfredo di Stéfano fue velado en una capilla ardiente instalada en el palco del estadio Santiago Bernabéu. / EFE
Alfredo di Stéfano fue velado en una capilla ardiente instalada en el palco del estadio Santiago Bernabéu. / EFE
Foto: EFE - Juan Carlos Hidalgo
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Ayer, el Bernabéu se llenó de nuevo. Sus alrededores estaban repletos. De jugadores, de políticos, de aficionados, de niños, de ancianos. Todos, aunque muchos jamás hubiesen visto su magia, su velocidad, sus gambetas, querían despedir a Di Stéfano. Querían presenciar por unos segundos aquella leyenda que, poco a poco, con los años fue creciendo. Esa que, generación tras generación, se fue alimentando de gloria con relatos de otros tiempos, con documentales, con fotografías, con recuentos que cada vez mitificaban más a ese héroe que transformó para siempre al Real Madrid, que marcó un hito en el fútbol colombiano. Ese ídolo que alguna vez disputó el título del más grande de la historia junto a Pelé y Maradona.

Por eso ayer, en la capital española, como dijo el exjugador José Martínez Sánchez, Pirri, la gran familia del Real lamentó la partida del que era su hermano mayor. “Es la bandera del Madrid, de sus valores y su grandeza”, aseguraba Fernando Hierro. “Es un emblema y gran parte de este escudo. Es el jugador más importante que ha pasado por este club”, afirmaba Sergio Ramos.

Por eso, para ensalzar esa grandeza, su cuerpo fue velado en el mismo estadio en el que debutó un día de septiembre de 1953 y en el que empezó a romper la mala racha del equipo merengue, que completaba dos décadas sin ganar una liga. Ahí, en una capilla ardiente en el palco del Santiago Bernabéu, estaba ayer Di Stéfano. Yacía junto a las cinco Copas de Europa que logró con la camiseta blanca, junto a varios de los trofeos que ganó entre 1953 y 1964. Estaba frente una foto inmensa que recordaba sus mejores épocas y entre un par de banderas de España y Argentina, su tierra natal.

Hasta allí llegaron Íker Casillas, Caminero, Cerezo, Gabi. Hasta Gianni Infantino, secretario general de la Uefa, y Ana Botella, alcaldesa de Madrid, quien prometió nombrar en su honor un espacio público. Una calle, una plaza, cualquier lugar que sirva para inmortalizarlo. Para seguir alimentando ese mito que, en palabras del mismo Mourinho, “nunca morirá pese a que, como yo, millones y millones de mi generación no lo hemos visto jugar. Pero sabemos perfectamente lo que es, lo que ha sido, lo que ha ganado y lo que significaba para el fútbol mundial”.

Incluso, hasta ese espacio llegaron fanáticos vistiendo la camiseta de Millonarios. Para recordar, también, que la Saeta Rubia, vestida de azul, conquistó a todos los colombianos desde el mismo momento en que tocó el balón. Para recordarles a todos que él, junto con Pedernera y el Cobo Zuluaga, fue artífice del Ballet Azul, fundador de esa época lejana y distante que llamaron El Dorado y que jamás volvió a renacer. Porque ese mono fortachón, nacido en Buenos Aires en julio de 1926, hace parte de una gesta que por muchos lustros ha alimentado nuestro fútbol y quizás no volvamos a ver.

Y ahora, pese a ese paro cardiorrespiratorio que lo asaltó el sábado pasado cuando celebraba sus 88 años, pese a que hoy será enterrado en el cementerio de La Almudena con una ceremonia íntima, privada, pese a que cientos de los que hacen filas se quedarán con las ansias de verlo en persona, Di Stéfano seguirá presente, porque, como aseguró ayer Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, él fue el culpable “de que el club se convirtiera en la institución deportiva más grande del mundo. Por eso su leyenda sobrevivirá eternamente”.

Por Redacción Deportiva

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