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                                                                                                                              Falcao, el mensaje de Jesús

                                                                                                                              Radamel Falcao García, el goleador del Atlético de Madrid, es el personaje del año para El Espectador. “El colombiano ha roto en pedazos el equilibrio inestable que existía entre Cristiano Ronaldo y Messi”, opina el escritor y periodista que lo perfila desde España.

                                                                                                                              Juan Cruz

                                                                                                                              / Reuters.

                                                                                                                              Siendo como es caribeño, cercano a Macondo y por tanto de la estirpe de los que siempre tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra, no le extrañó a nadie (en el Caribe) que, al final de una de sus hazañas europeas más brillantes, cuando el Atlético de Madrid venció en la última Copa Europa, el jugador más importante del equipo madrileño se sacara la camiseta para celebrar que Dios había estado (otra vez) con él.

                                                                                                                              No se sacó la camiseta para proclamar su amor a Dios, tan solo; lo personificó más precisamente en el Hombre que el Hacedor de la Cristiandad dibujó en la Tierra para ser su emisario, Jesús. Radamel Falcao, vestido hasta ese momento con la camisola rojiblanca que una vez usaron mitos del tamaño de Ben Barek y de Luis Aragonés, decidió vestirse con lo que lleva por dentro, su amor declarado a Jesucristo. Así que se sacó la rojiblanca y debajo apareció Jesús (JESÚS) con todas sus letras mayúsculas. En España los futbolistas se persignan antes de entrar en la cancha; algunos, como Messi, dialogan con Lo Más Alto, donde seguramente creen que están sus antepasados más directos, a los que (como en el caso del astro argentino) dedican los goles, que son el objeto de su comunicación con las masas, con los abuelos y, sin ningún género de dudas, con Dios.

                                                                                                                              En España y en Europa está penado que los futbolistas se despojen por completo de la vestimenta superior (por descontado, también está penado que se queden empelotas), así que todos inventan algo que los arrope para vencer el celo arbitral. Un futbolista del Real Madrid, Sergio Ramos, inventó una estratagema para revelar su cariño por Özil, el turco-alemán al que le agarró ojeriza Mourinho: se puso bajo la camiseta blanca un homenaje a su colega, para la eventualidad de que él marcara un gol estando en la grada el otro. No marcó Ramos, que es defensa, pero fotógrafos avezados en ver lo que la gente lleva debajo advirtieron el truco y se armó una bien buena en el vestuario y en los alrededores del madridismo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Esa ha sido una anécdota mayor de la presencia de Falcao en el Atlético de Madrid. Pero la categoría del futbolista está por encima de estas bagatelas sublimes y religiosas. El colombiano ha roto en pedazos el equilibrio inestable que existía hasta hace algún tiempo entre Cristiano Ronaldo (Real Madrid) y Messi (Fútbol Club Barcelona). Hasta tiempos muy recientes, el diálogo del fútbol español era entre esos dos futbolistas, entre esos dos clubes y entre Pep Guardiola (ahora sustituido por su segundo, Tito Vilanova) y José Mourinho. Radamel Falcao ha surgido del frío británico y del oporto portugués, pero sobre todo del ardiente Caribe húmedo, para romper esa dicotomía. Ayudado por un argentino más listo que el hambre, Diego Simeone, que de vez en cuando le hace fintas y lo deja en el banquillo tan solo para que la gente luego saboree más el gusto del colombiano por la pelota, Falcao ha situado casi solo al Atlético de Madrid en las fases más competitivas de los litigios europeos y ahora mismo es el supremo hacedor de un récord hasta hace unos meses impensable: su equipo no pierde y (hasta el domingo pasado, cuando sucumbió en el derbi) llevaba una suculenta ventaja sobre su eterno rival (y eterno es aquí tan solo un adjetivo tradicional en el fútbol, nada tiene que ver ni con Dios ni con Jesús).

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Llegó en el verano de 2011. Fue enseguida el principal jugador del club, marcó 36 tantos en 49 partidos; el Atlético considera que los 40 millones de euros que pagó al Oporto han sido muy bien invertidos, y es cierto. Los atléticos, que son gente muy sufrida, que cree en lo que sea con tal de explicar sus sufrimientos futbolísticos, piensan que con Falcao los vino Dios a ver. Y tienen toda la razón. Juega como los ángeles, avanza como la tormenta perfecta y dispara sin que el aire pueda reaccionar. Como aquí se dice habitualmente, juega como Dios, y cuando celebra se encomienda a Jesús. Un futbolista que desata tantas reverencias como dudas. ¿Hasta cuándo el Atlético estará dispuesto a soportar la calidad de otras ofertas? ¿Cuando Cristiano Ronaldo siga los pasos de Mourinho y deje el Madrid? Pero de esa historia sólo Dios (o Jesús) tiene la clave. De momento, Falcao es Dios y habita en el Atlético de Madrid.

                                                                                                                              / Reuters.

                                                                                                                              Siendo como es caribeño, cercano a Macondo y por tanto de la estirpe de los que siempre tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra, no le extrañó a nadie (en el Caribe) que, al final de una de sus hazañas europeas más brillantes, cuando el Atlético de Madrid venció en la última Copa Europa, el jugador más importante del equipo madrileño se sacara la camiseta para celebrar que Dios había estado (otra vez) con él.

                                                                                                                              No se sacó la camiseta para proclamar su amor a Dios, tan solo; lo personificó más precisamente en el Hombre que el Hacedor de la Cristiandad dibujó en la Tierra para ser su emisario, Jesús. Radamel Falcao, vestido hasta ese momento con la camisola rojiblanca que una vez usaron mitos del tamaño de Ben Barek y de Luis Aragonés, decidió vestirse con lo que lleva por dentro, su amor declarado a Jesucristo. Así que se sacó la rojiblanca y debajo apareció Jesús (JESÚS) con todas sus letras mayúsculas. En España los futbolistas se persignan antes de entrar en la cancha; algunos, como Messi, dialogan con Lo Más Alto, donde seguramente creen que están sus antepasados más directos, a los que (como en el caso del astro argentino) dedican los goles, que son el objeto de su comunicación con las masas, con los abuelos y, sin ningún género de dudas, con Dios.

                                                                                                                              En España y en Europa está penado que los futbolistas se despojen por completo de la vestimenta superior (por descontado, también está penado que se queden empelotas), así que todos inventan algo que los arrope para vencer el celo arbitral. Un futbolista del Real Madrid, Sergio Ramos, inventó una estratagema para revelar su cariño por Özil, el turco-alemán al que le agarró ojeriza Mourinho: se puso bajo la camiseta blanca un homenaje a su colega, para la eventualidad de que él marcara un gol estando en la grada el otro. No marcó Ramos, que es defensa, pero fotógrafos avezados en ver lo que la gente lleva debajo advirtieron el truco y se armó una bien buena en el vestuario y en los alrededores del madridismo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Esa ha sido una anécdota mayor de la presencia de Falcao en el Atlético de Madrid. Pero la categoría del futbolista está por encima de estas bagatelas sublimes y religiosas. El colombiano ha roto en pedazos el equilibrio inestable que existía hasta hace algún tiempo entre Cristiano Ronaldo (Real Madrid) y Messi (Fútbol Club Barcelona). Hasta tiempos muy recientes, el diálogo del fútbol español era entre esos dos futbolistas, entre esos dos clubes y entre Pep Guardiola (ahora sustituido por su segundo, Tito Vilanova) y José Mourinho. Radamel Falcao ha surgido del frío británico y del oporto portugués, pero sobre todo del ardiente Caribe húmedo, para romper esa dicotomía. Ayudado por un argentino más listo que el hambre, Diego Simeone, que de vez en cuando le hace fintas y lo deja en el banquillo tan solo para que la gente luego saboree más el gusto del colombiano por la pelota, Falcao ha situado casi solo al Atlético de Madrid en las fases más competitivas de los litigios europeos y ahora mismo es el supremo hacedor de un récord hasta hace unos meses impensable: su equipo no pierde y (hasta el domingo pasado, cuando sucumbió en el derbi) llevaba una suculenta ventaja sobre su eterno rival (y eterno es aquí tan solo un adjetivo tradicional en el fútbol, nada tiene que ver ni con Dios ni con Jesús).

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Llegó en el verano de 2011. Fue enseguida el principal jugador del club, marcó 36 tantos en 49 partidos; el Atlético considera que los 40 millones de euros que pagó al Oporto han sido muy bien invertidos, y es cierto. Los atléticos, que son gente muy sufrida, que cree en lo que sea con tal de explicar sus sufrimientos futbolísticos, piensan que con Falcao los vino Dios a ver. Y tienen toda la razón. Juega como los ángeles, avanza como la tormenta perfecta y dispara sin que el aire pueda reaccionar. Como aquí se dice habitualmente, juega como Dios, y cuando celebra se encomienda a Jesús. Un futbolista que desata tantas reverencias como dudas. ¿Hasta cuándo el Atlético estará dispuesto a soportar la calidad de otras ofertas? ¿Cuando Cristiano Ronaldo siga los pasos de Mourinho y deje el Madrid? Pero de esa historia sólo Dios (o Jesús) tiene la clave. De momento, Falcao es Dios y habita en el Atlético de Madrid.

                                                                                                                              Por Juan Cruz

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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