Freddy Eusebio Rincón Valencia no jugó ninguno de los partidos de la eliminatoria al Mundial de Italia 1990. Sin embargo, desde antes estaba en el radar del entonces técnico de la selección de Colombia, Francisco Maturana.
Lo había visto con Santa Fe en la Copa Gonzalo Jiménez de Quesada, un torneo amistoso que se realizó en agosto de 1988 para celebrar los 450 años de la fundación de Bogotá. Y le había seguido la pista, al punto que le pidió referencias suyas a Gabriel Ochoa Uribe, quien exigió que lo ficharan para el América, a finales de 1989. Con 1,88 metros de estatura, a primera vista el hijo de Buenaventura parecía torpe, pero con la pelota en los pies era otra historia. Además, como pocos en aquella época, era un jugador de ida y vuelta.
En los amistosos previos al Mundial se ganó un lugar en la lista de convocados. “La ida a Cali me abrió las puertas a la selección”, reconoce Rincón, nacido el 14 de agosto de 1966.
“Era el más novato y a punta de goles y buenas actuaciones en los partidos de preparación en Europa, tuve la oportunidad de entrar en el grupo y ganarme el puesto”. Gracias a su talento, les peleó un lugar nada menos que a Bernardo Redín y Luis Alfonso Fajardo, y le ganó el pulso a Alexis García, que era el capitán del Nacional, campeón de la Copa Libertadores.
Colombia se estrenó en Italia con una buena actuación: la victoria 2-0 ante Emiratos Árabes. Luego cayó injustamente frente a Yugoslavia, resultado que la dejó al borde de la eliminación.
“El momento era delicado. Teníamos que ganar o, en el peor de los casos, empatarle a un gigante como lo era Alemania, en el último partido de la fase de grupos”, recuerda Freddy Eusebio, entonces de 24 años de edad.
“Todo mundo decía que nos iban a golear y eso, en vez de amilanarnos, nos hizo crecer mucho más y nos dio fuerza para enfrentarlos de tú a tú”.
Freddy recuerda las charlas previas a ese encuentro, porque “Pacho siempre quiso transmitirnos ánimo y confianza en nuestro fútbol, nuestro estilo. Queríamos hacer que Alemania trabajara como no lo había hecho con los otros equipos. Les queríamos demostrar que contra nosotros no iban a tener las cosas fáciles”.
A pesar de que en la noche antes del partido algunos jugadores no descansaron debido a la ansiedad, “el ambiente en el equipo era muy bueno. Habíamos entrenado bien y pensar en todo lo que habíamos hecho para llegar ahí nos hizo mantener la calma. Por mi parte dormí muy tranquilo. Confiaba en que íbamos a sacar un buen resultado y pensaba en que era un partido que podía significar nuestra consagración”.
Del infierno a la gloria
Comenzó el encuentro y tras superar el miedo escénico inicial, Colombia planteó un duelo de tú a tú, con René Higuita, Carlos Valderrama, Rincón y compañía jugando con jerarquía y demostrando personalidad. “Pacho nos decía que jugáramos el fútbol que sabíamos y que el resultado se iba a dar solo”.
Aunque fue un duelo intenso, tuvo pocas opciones de gol. Dos claras por bando. Hasta que en el minuto 89 el mediocampista alemán Pierre Littbarski, jugador habilidoso y con un regate impresionante, rompió el empate. Fue un baldado de agua fría que daba a entender de nuevo que Colombia jugaba como nunca, pero perdía como siempre.
Muchos bajaron los brazos. Incluso algunos aficionados que se encontraban en el estadio se dirigieron resignados hacia la salida.
Rincón pensaba que “el país esperaba mucho de nosotros y teníamos que darle una alegría en ese momento. Quería que la gente se sintiera orgullosa de nosotros”.
En el segundo minuto de adición se gestó la jugada del gol histórico. Luego de una recuperación en su propia área, Colombia ponía su última carta sobre la mesa. El balón, luego de una serie de toques entre Carlos Valderrama, el Bendito Fajardo y Freddy Rincón, quedó en los pies del 10 samario, un jugador que hacía cosas insospechadas. “Y aunque con el Pibe nunca nos sentamos a hablar de jugadas que íbamos a hacer, o de acciones para desarrollar en la cancha, había un entendimiento tremendo, pero más bien de partido tras partido, con una mirada ya sabíamos qué hacer”, explica Freddy.
Fue entonces cuando Valderrama, ante el desconcierto de la defensa alemana, filtró un pase en profundidad y dejó a Rincón mano a mano con el arquero Bodo Ilgner. “Él entendía cómo era que a mí me gustaba jugar y aunque en esa acción estaba perfilado para el otro lado, seguí corriendo y acompañando la jugada”.
Ya con el balón en los pies, dos zancadas bastaron para que entrara al área rival. “En ese momento me pasaron un montón de cosas por la cabeza. Tuve tres, cuatro opciones para definir, pero fue el propio arquero quien me dio la oportunidad. Cuando me salió de frente saltó con las piernas abiertas y como por instinto le definí abajo, era la única manera en la que podía hacer el gol”.
Estaba escrito que con drama Colombia lograría la hazaña más importante de su historia futbolística hasta ese momento. Y mientras el balón rodaba en cámara lenta hacia la red, Rincón iniciaba su carrera gloriosa de la celebración. Esa que quedó registrada en fotos y videos de un canto de libertad, el de Freddy encarnando a millones de colombianos que, en esa coyuntura violenta, necesitaban un desahogo. “Fue el grito de todo un país”, dice con nostalgia el número 19.
Después de treinta años de aquel inolvidable momento, sin duda uno de los más emocionantes de todos los mundiales, a Freddy Eusebio Rincón Valencia se le sigue poniendo la piel de gallina. “Unas veces me conmuevo mucho. En otras, cuando estoy solo, algunas lágrimas caen”.
A pesar de que en su carrera logró 168 tantos más, muchos de ellos claves para ganar trofeos, “ese fue el gol más importante de mi carrera”, dice con orgullo.