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                                                                                                                              Fútbol y supersticiones

                                                                                                                              El otro día recordaba Juan Esteban Constaín ese rasgo de todo hincha que se precie: la superstición.

                                                                                                                              Juan Gabriel Vásquez

                                                                                                                              Foto: AFP - YASUYOSHI CHIBA

                                                                                                                              Los hinchas somos supersticiosos sin remedio, tal vez porque antes de ser hinchas hemos sido jugadores; y el jugador, en todo ese entramado complejo que es el mundo del fútbol, es la criatura más vulnerable y más insegura, y suele echar mano de lo que pueda para compensar esa necesidad de certidumbres. Para Carlos Valderrama, tener que subirse las medias un buen día debió de ser como desafiar a los dioses; John Terry usó durante diez años sus “canilleras de la suerte”, pero las perdió en un partido contra el Barcelona (y las cosas no le han ido bien desde entonces). Durante décadas, los equipos internacionales se negaron a tener un número 13 en sus filas, hasta que Eusebio y Gerd Müller pusieron esa camiseta de moda a punta de goles. En el Mundial de 1998, el equipo de Rumania decidió que todos se tenían que pintar el pelo, pero los once rubios que derrotaron a Colombia fueron eliminados en octavos de final. En 1984, antes de la Copa de las Naciones, Costa de Marfil contrató a 150 brujos que obligaron a los jugadores a lavarse el cuerpo con pociones y pronunciar sus deseos al oído de una paloma. Esto, quizás, no es más extraño que creer en las profecías de un pulpo alemán.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Pero no todas las supersticiones son inofensivas. Quienes le encargaron a Maradona la dirección técnica de la selección creyeron, por superstición, que el genio podía enseñarse, y que quien había hecho milagros en la cancha podía transmitir a once jugadores las recetas para repetirlos. El resultado de esa creencia sin pruebas es el fracaso en Sudáfrica del equipo donde jugaba el mejor del mundo. La superstición refleja también la ansiedad de la victoria: en un mundo donde el fútbol mueve millones, donde la felicidad de una sociedad entera depende de que un adolescente patee bien una pelota pintada, donde un país pequeño podría pagar su deuda externa con lo que cobran en sus cortas vidas ciertos jugadores, los éxitos representan para muchos la salida definitiva de una vida de privaciones, y para todos, una responsabilidad mayor de lo tolerable. No es para sorprenderse, entonces, que los jugadores estén dispuestos a hacer lo que sea necesario para ganar. Hablando del dopaje y de su frecuencia creciente, Jorge Valdano le dijo una vez a Juan Villoro: “El futbolista está siempre a la búsqueda de amparo. Empieza con las supersticiones y acaba con los medicamentos”.

                                                                                                                              Read more!
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                                                                                                                              Los hinchas somos supersticiosos sin remedio, tal vez porque antes de ser hinchas hemos sido jugadores; y el jugador, en todo ese entramado complejo que es el mundo del fútbol, es la criatura más vulnerable y más insegura, y suele echar mano de lo que pueda para compensar esa necesidad de certidumbres. Para Carlos Valderrama, tener que subirse las medias un buen día debió de ser como desafiar a los dioses; John Terry usó durante diez años sus “canilleras de la suerte”, pero las perdió en un partido contra el Barcelona (y las cosas no le han ido bien desde entonces). Durante décadas, los equipos internacionales se negaron a tener un número 13 en sus filas, hasta que Eusebio y Gerd Müller pusieron esa camiseta de moda a punta de goles. En el Mundial de 1998, el equipo de Rumania decidió que todos se tenían que pintar el pelo, pero los once rubios que derrotaron a Colombia fueron eliminados en octavos de final. En 1984, antes de la Copa de las Naciones, Costa de Marfil contrató a 150 brujos que obligaron a los jugadores a lavarse el cuerpo con pociones y pronunciar sus deseos al oído de una paloma. Esto, quizás, no es más extraño que creer en las profecías de un pulpo alemán.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Pero no todas las supersticiones son inofensivas. Quienes le encargaron a Maradona la dirección técnica de la selección creyeron, por superstición, que el genio podía enseñarse, y que quien había hecho milagros en la cancha podía transmitir a once jugadores las recetas para repetirlos. El resultado de esa creencia sin pruebas es el fracaso en Sudáfrica del equipo donde jugaba el mejor del mundo. La superstición refleja también la ansiedad de la victoria: en un mundo donde el fútbol mueve millones, donde la felicidad de una sociedad entera depende de que un adolescente patee bien una pelota pintada, donde un país pequeño podría pagar su deuda externa con lo que cobran en sus cortas vidas ciertos jugadores, los éxitos representan para muchos la salida definitiva de una vida de privaciones, y para todos, una responsabilidad mayor de lo tolerable. No es para sorprenderse, entonces, que los jugadores estén dispuestos a hacer lo que sea necesario para ganar. Hablando del dopaje y de su frecuencia creciente, Jorge Valdano le dijo una vez a Juan Villoro: “El futbolista está siempre a la búsqueda de amparo. Empieza con las supersticiones y acaba con los medicamentos”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Ver todas las noticias
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