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El 14 de junio pasado, cuando Colombia se enfrentó con Grecia en Belo Horizonte, eran pocos los que apostaban a ojo cerrado por James Rodríguez. El joven volante del AS Mónaco, entonces, llegaba a Brasil con el número 10 en su espalda y la responsabilidad de liderar el ataque, pero los comentaristas seguían lamentando la lesión de rodilla que dejó por fuera de la fiesta al ariete Radamel Falcao.
No era fácil confiar en James, ni siquiera en el primer tiempo de aquel partido en el que la ansiedad del debut mundialista, tras 16 años de ausencia, afectó a los jugadores. James intentaba asociarse con Juan Fernando Cuadrado y Teófilo Gutiérrez, buscaba aprovechar los espacios y ponía pases al pie.
Hasta que en el segundo tiempo el equipo entendió que podía hacer un papel sobresaliente. Y se lo creyó. En especial el volante de 22 años, que encontró su lugar en el mediocampo, se sintió cómodo y comenzó a llevar al equipo con madurez. Lo demostró, especialmente, en el minuto 93, cuando recibió la pelota de Cuadrado (un taco en el área), la paró y la acomodó a la base del palo derecho.
Aquel fue el primero de los seis goles que hoy lo sitúan en lo más alto de la tabla de goleadores de Brasil 2014, con una obra de antología: la apertura contra Uruguay en octavos de final, una auténtica pintura de crack, un gol que, más allá de su estética (haber recibido la pelota con el pecho, dar media vuelta y lanzar un remate imposible para el arquero Muslera), sirvió para convencer a un país de que podía alcanzar la gloria.
James Rodríguez se ha convertido hoy en el corazón de la selección de Colombia, aquel que acompañará en adelante a Willington Ortiz y Carlos El Pibe Valderrama en las discusiones de quién fue el mejor jugador colombiano de todos los tiempos. Por algo hoy se ha convertido en un fetiche para el Real Madrid, club acostumbrado a olvidar rápidamente a sus estrellas para coleccionar a la nueva figura del momento (se dice que sería el recambio del argentino Ángel Di María).
Por algo su club no piensa un futuro inmediato sin él, y menos tras una Copa del Mundo inolvidable, en la que sudó hasta el último minuto de la participación colombiana y abandonó con lágrimas en las ojos. “Dejamos todo en la cancha y por eso estamos tranquilos”, le dijo James, el corazón de la selección, a la prensa aún cuando la lágrimas eran visibles.
Es James Rodríguez, el hombre que le permitió soñar a un país con la gloria.