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James y Neymar, dos vendedores de sueños

Dos jóvenes de 22 años lograron unir a dos países: en Brasil, las protestas en contra de la celebración del mundial parecen haberse acabado por la lesión de su estrella, y en Colombia, el jugador revelación del mundial logró reducir la polarización que dejaron las elecciones presidenciales.

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Beatriz Miranda Cortés
08 de julio de 2014 - 07:54 p. m.
James y Neymar, dos vendedores de sueños
Foto: AFP - JUAN MABROMATA/PEDRO UGARTE
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El viernes el mundo asistió a un partido que muchos brasileños y colombianos no querían ver. Después de 16 años sin participar de un Mundial, Colombia enfrentó a Brasil en la ciudad de Fortaleza.

Ninguno de los dos equipos había entrado a la cancha para perder. La Selección Colombia había hecho partidos espectaculares y James Rodríguez se había vuelto la revelación del Mundial 2014. Brasil había tenido un agotador partido con Chile y una dramática clasificación en los octavos de final, lo que obligó al equipo técnico a cambiar la estrategia en pro de la clasificación. Para algunos, un juego funcionalista y sin brillo, aunque muchos de sus jugadores participan de los mejores equipos internacionales.

Todos sabían que solamente un equipo sería vencedor, pero los campeones no aceptan fácilmente la derrota, porque a pesar de que ésta represente solo una actuación, en un segundo, el sueño se escapa de la mano.

Se considera que el mal arbitraje ocurrió del inicio al final del partido. Los medios colombianos afirmaron que la falta de James Rodríguez nunca existió y que además varias faltas de los brasileños sobre este jugador nunca fueron cobradas, reiterando lo injusto de su tarjeta amarilla. Por su parte, la Confederación Brasileña de Fútbol cuestionó la tarjeta amarilla aplicada sobre Thiago Silva, el capitán de la selección brasileña, quien no podrá jugar el partido del martes. Todo Brasil lloró la salida de Neymar, el niño que algún día había soñado con jugar en la final de un Mundial.
La celebración de la victoria en Brasil fue opacada por la noticia de que Neymar estaría fuera del Mundial. En Colombia, algunos medios acusaron a Brasil de comprar la Copa y explicaron el acto de Camilo Zúñiga como si fuera una consecuencia más del mal arbitraje y del mal comportamiento de los brasileños que se alejaron do jogo bonito y jugaron a las patadas.

Más allá del balón, y de la exacerbación de nacionalismos, el Mundial representó una catarsis colectiva para ambas naciones. Pocos días antes de la abertura del Mundial, habían ocurrido varias protestas en las principales ciudades del país, los medios nacionales e internacionales cuestionaban la realización de ese evento en Brasil.

Con el balón en movimiento, el país del fútbol se vistió de verde-amarillo, el grado de aceptación de la población con relación al Mundial alcanzó 60% y la FIFA que, durante dos años “inspeccionó” a Brasil, declaró que era el mejor Mundial de los últimos 20 años y felicitó al gobierno por la organización, después de la orquestada campaña internacional de difamación.

Por fin, Joseph Blatter se rindió a la cordialidad y hospitalidad del pueblo brasileño. Los brasileños entregaron sus dolores, frustraciones y esperanzas colectivas a los pies de Neymar y abrieron sus brazos para recibir al mundo.

Colombia había tenido un proceso electoral polarizado, en donde finalmente el voto por la paz venció. Una población extenuada por un enfrentamiento mediático y una campaña presidencial que pareciera no tener fin puso sus anhelos, temores e ilusiones en las manos de la Selección Colombia, consiguiendo lo que la apretada victoria del presidente Santos no había logrado: mostrar que Colombia era una sola. Pékerman, James Rodríguez y sus geniales compañeros dieron el “Golpe de Estadio”.

En nuestra América Latina, cansada de tanto soñar, dos muchachos de 22 años, James y Neymar fueron los portadores de un sueño colectivo: la Copa del Mundial. Qué maravilla, que por lo menos por algunos días estos dos países soñaron juntos y qué bueno sería eque transformaran esa energía en un sueño más grande… a pesar de los árbitros que seguirán encontrando.

Por Beatriz Miranda Cortés

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