Jorge Mendes, el camaleón que define el futuro de James y Falcao
El agente más influyente del fútbol negocia con Mónaco y Real Madrid la permanencia de las dos máximas figuras del balompié colombiano.
Thomas Blanco - @thomblalin
Lo primero que le pregunta Jorge Mendes a un futbolista cuando lo va a representar es “dónde quieres jugar”. Lo dice antes de que llegue el mesero a ofrecer el menú, el vino. Es un rompe hielos, a la vez una meta trazada. “Real Madrid”, fue la escueta respuesta de James Rodríguez en 2011 cuando empezó a trabajar con él mientras jugaba en el Porto. Radamel Falcao García, su compañero y amigo en el club, le había recomendado al del portugués. Tres años después hicieron esa premisa realidad.
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Lo primero que le pregunta Jorge Mendes a un futbolista cuando lo va a representar es “dónde quieres jugar”. Lo dice antes de que llegue el mesero a ofrecer el menú, el vino. Es un rompe hielos, a la vez una meta trazada. “Real Madrid”, fue la escueta respuesta de James Rodríguez en 2011 cuando empezó a trabajar con él mientras jugaba en el Porto. Radamel Falcao García, su compañero y amigo en el club, le había recomendado al del portugués. Tres años después hicieron esa premisa realidad.
Con un peinado inspirado en la última tendencia, manos libres en uno de sus dos oídos, tres celulares y cientos de llamadas sin responder; aunque para Jorge hay un mandamiento: siempre contestar los mensajes. Esta es la historia del agente que es considerado el mejor y más poderoso empresario de fútbol. La mano invisible detrás del mercado de pases.
“¡Compre seus chapéus, compre, compre!”, eran las palabras de ese chico de 13 años, descalzo, de camiseta manga sisa, mientras vendía sombreros de paja, flotadores y bolsas de mimbre hechos por María, su madre, en la playa Fonte de Telha, a unos kilómetros de Lisboa (Portugal).
Era el pequeño Jorge. Manuel, su padre, era guardia de seguridad de la empresa petrolífera Petrogal. Y su progenitora, ama de casa. Nunca faltó el pedazo de pan del desayuno, pero tampoco sobró nada. Sabía que tenía que moverse los fines de semana para ayudarle a su familia. Y los martes en la Feira da Ladra, tenía un puesto en el que vendía artículos de segunda: ropa, libros, discos. Competía con sus amigos para ver quién vendía más: Jorge Mendes siempre ganaba.
Porque la principal virtud del agente portugués es el don de gentes. Un tipo virtuoso en su retórica, capaz de persuadir y generar confianza en los demás. “Es una persona muy extrovertida. A veces quedaba con unos y otros para verse a la misma hora en el mismo sitio”, dice Joao Camacho, uno de sus amigos en La Clave Mendes, la biografía del representante. Era capaz de conseguir que dos desconocidos acabaran la tarde siendo grandes amigos en una salida. “Puede juntar a Obama, empresarios, futbolistas y gente humilde en la misma mesa y ponerlos a hablar”, agrega.
Su primera columna para tejer su vida de negocios fue ser futbolista. Era un lateral zurdo, rápido, con buen pie. La velocidad fue su principal virtud y un hábito que conserva al día de hoy, trotar en las mañanas es religión para él. Hizo pruebas en el Benfica, pero su estreno fue en el Vianense, un club de segunda división. Había tomado la determinación de dejar el estudio cuando le faltaba un año para graduarse de la escuela e irse a vivir con Joao, su hermano. Y descubrir lo que realmente le apasionaba. Hay tres maneras de hacer las cosas: la correcta, la incorrecta y la de Jorge Mendes.
Eso sí, llegaba con la madurez que le había dado prestar el servicio militar por voluntad propia. La mayoría de sus compañeros contaban los días para retornar a sus casas. Jorge, aunque reconoce que lo sufrió, tiene la filosofía de vida de aprovechar al máximo su tiempo en los lugares por los que pasa. Cuestión de mentalidad. Y se despidió con tres medallas: la de mérito personal, la de pruebas físicas y la de puntería. Fue la primera vez que un cadete conseguía ganar las tres. Y para rematar fue entrenador de fútbol de un equipo que sacó campeón.
Mientras se entrenaba en el club conoció a su primer gran socio, Antonio Alberto. Jorge tenía una idea: fundar un videoclub. Hizo una estrategia: todos los establecimientos que alquilan películas cobran altas sumas de dinero por solo la membresía. La eliminó en el suyo, Samui Video, un nombre inspirado en una isla paradisiaca de Tailandia. En el primer día de funcionamiento los 138 VHS’s estaban en casas de clientes suyos.
“Tenía algo en la forma de hablar que a la gente le gustaba. Iban solo a que Jorge los atendiera. Llegaban a alquilar una película y se iban con cinco. ¡Las tenían que devolver en 24 horas!”, señala Antonio.
Se hizo un erudito en cine. Sus actores favoritos eran Robert de Niro, Denzel Washington y Al Pacino. Su magia para decir las palabras correctas y la capacidad para adaptarse y transformarse al ambiente en el que convive son las principales habilidades del portugués. Un camaleón que cambia de color. Y de profesión.
Siguió emprendiendo: abrió un restaurante de comida rápida, aunque nunca dejó de entrenar. Lo hacía en la tardes; en el resto del tiempo estaba atendiendo clientes. En ese momento jugaba en el UD Lanheses. Y un día tuvo el partido más especial de su corta carrera: jugó ante su exequipo y le ofreció a sus compañeros una prima si ganaban el partido. ¿La razón? Jorge ganaba más que el resto: percibía 1.000 dólares mientras sus colegas 150.
Porque, con permiso del club, tuvo la idea de utilizar las vallas del equipo con publicidad. Encontró patrocinadores y sacó su tajada de comisión. Nunca dejó su ADN de empresario.
Ni sus sueños de seguir creciendo y ampliando su monopolio. Se incrustó en el mundo de la noche abriendo una discoteca en el complejo turístico Luziamar en la playa de Cabedelos. Allí empezó a aplicar su pasión por las relaciones públicas. Y explotó otra de sus cualidades: dar siempre un poco más. Cuentan que cogía carretera hasta las 4:00 a.m. pegando carteles de publicidad de su establecimiento. Y fue un día, mientras atendía, que cambió su vida y tomó el timón para ser agente de futbolistas.
Entró a la discoteca Nuno Espirito Santo, portero del Vitoria Guimaraes, miembro de las selecciones juveniles de Portugal y uno de los máximos prospectos del fútbol portugués. Tuvieron química de inmediato y Jorge decidió dar el salto al vacío.
Manejaba 360 kilómetros dos veces por semana desde Oporto hasta Coruña para reunirse apenas un par de minutos con el presidente del Deportivo La Coruña, Augusto Lendoiro, a quien convenció de comprar a su representado y con quien entabló una amistad muy especial.
Aprovechó al dirigente para que le enseñara un condimento que le faltaba aprender: cómo funcionan los clubes. Qué buscan y qué modus operandi tienen. Absorbió todo como una esponja. Y lo demás es historia.
Representa a estrellas como Pepe, Ángel Di María, Diego Costa, Fabinho, Bernardo Silva, James Rodríguez, Radamel Falcao García y Cristiano Ronaldo, entre casi 200 más.
“Las cifras hablan por sí solas. Es el mejor”, dice el astro portugués de la Juventus.
Hoy, el futuro de los dos jugadores más importantes en la historia del fútbol colombiano está en sus manos: Falcao se decanta entre Turquía y España, mientras James aspira a ganarse un espacio en el Real Madrid o en otro club de la élite del fútbol europeo.