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Cuando Howard Webb decretó el final de la prórroga en el Mineirão y las selecciones de Brasil y Chile se reunieron en el medio del campo, preparándose para la serie de los penales, Julio César habló poco, escuchó mucho y pensó más todavía. Y entonces lloró al recordar su historia, con momentos complicados pero también felices: la sala de la casa de su tía en Duque de Caxias, 20 años antes, en donde vio la final de EE.UU. - 94, en la que Brasil venció a Italia en los cobros desde los 12 pasos. El fallo en la salida ante un centro y la derrota frente a Holanda en el Mundial de Sudáfrica 2010. El penal parado ante Uruguay, en el propio Mineirão, en la semifinal de la Copa Confederaciones del año pasado. La confianza que le dio Luiz Felipe Scolari incluso cuando estaba sin equipo y la espectacular atajada que realizó al principio de la segunda parte para evitar un gol chileno. “En esos momentos me pasó una película por la cabeza. Entonces mis compañeros se acercaron a darme apoyo y a animarme, por todo lo que había ocurrido en mi carrera. Me emocioné y no pude contenerme”, contó el número 12.
En el camino desde el centro del campo hacia el arco, Julio César, aún con los ojos llorosos, se tranquilizó. Reflexionó. “Entonces me concentré. Volví a centrarme”, confesó. Eso significaba dejar a un lado lo que sentía, por fin, y volver a dar importancia a lo que había visto y oído. “Ahí es donde se reconoce a un gran arquero: en un momento así, de tanta presión, Julio tuvo la calma suficiente como para hacer precisamente lo lógico: “se quedó parado y esperó al disparo”, añadió Víctor, el arquero suplente de los pentacampeones, quien cumplió un papel fundamental allí porque le dio a Julio César un rosario con la imagen de Nuestra Señora de Caravaggio, que le había servido como amuleto a él cuando en este mismo estadio ganó la Copa Libertadores, por penales, frente a Olimpia de Paraguay en 2013.
Como suele hacer en las tandas, Thiago Silva, el capitán, prefirió no mirar. “No sé quién marcó ni quién falló los penales, ni cómo fue. Nada. No tuve valor”, contó tras ese juego. Y todo acabó saliendo bien: a estas alturas, ya todos saben que para confiar en el desempeño de Julio César ni siquiera hace falta verlo en acción.
Al principio de 2014, el técnico brasileño no necesitó ver jugar a Julio César para saber que podía contar con él para el Mundial de Brasil 2014. Lo decidió y lo dejó bien claro, mucho antes de hacer pública la lista de 23 convocados: él sería su arquero titular. Un hombre que por esa época había salido del Queen's Park Rangers y no estaba jugando en ningún equipo. Poco después, se iría al Toronto FC, un club de mucho menos renombre que el de cualquiera de sus compañeros. Pero eso no importaba, el técnico confiaba en él. “Eso me dio tranquilidad. Me facilitó hacer bien mi trabajo. Pero entiendo que se me cuestionara. Cuando uno no juega, siempre va a haber dudas”, confiesa el arquero de 34 años, quien es directo responsable de que Brasil siga en carrera por el título: dos penales atajados a Chile y un partido sin tanta exigencia frente a Colombia.
Y es que lo que consiguió ese día en el arco norte del principal estadio de la ciudad de Belo Horizonte fue mucho más que un paso a cuartos de final, fue demostrarle a todo el país que la decisión de Scolari había sido acertada. “Todos nosotros sabíamos que iba a llegar la hora de que Julio se luciera. Así que lo importante no era lo que dijera cada uno de nosotros. A decir verdad, ni sé lo que dije, y apuesto a que buena parte del equipo tampoco. No se trataba de palabras, sino de que él supiera que confiábamos en él”, cuenta el lateral Dani Alves sobre los instantes previos a los penales contra Chile.
Al día siguiente, Julio César se despertó relativamente temprano. Comió, bebió caña de azúcar, saludó varios hinchas que le reconocieron su labor la noche anterior, se tomó fotos con ellos y recibió palabras de aliento. Después de sentir muy de cerca el afecto de la multitud, el guardameta, que estaba feliz, pero visiblemente cansado, regresó a su casa en el privilegiado sector de Lagos de Tijuca en Río de Janeiro, en donde fue recibido en una reunión íntima. Su esposa, Susana, lo sorprendió en la puerta de la casa con un “Brasil, Brasil…”. Los vecinos llevaron champaña, mientras tanto sus hijos lo esperaban para abrazarlo y felicitarlo porque se sentían orgullosos de él.
“¿Cómo no conmoverse con todo lo que pasó en estos años? Eres un regalo de Dios. Ahora lo que importa es lo que viene. Te amo y sé lo profesional que eres, no solo en la cancha, sino como papá, esposo y amigo… Tú eres el hombre, espero que las personas pueden conocerte de verdad. Ganando o no el Mundial, ya eres para mí y tus hijos un campeón”, escribió su esposa. Eso quizá es lo que más motiva a Julio César, que ahora, con la confianza alta, espera seguir dando pasos hacia el título que quiere ganar como arquero, tal como lo hizo su ídolo Claudio Taffarel en 1994.