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Lloramos los argentinos

Sabella le apostó a un grupo. Convocó a jugadores afines a Lionel Messi. Dejó por fuera a Carlos Tévez. Y tal parece que la estrategia le funcionó.

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Daniel Avellaneda, Sao Pablo, Brasil
10 de julio de 2014 - 03:08 a. m.
Los jugadores de Argentina celebran la dramática clasificación a la final
Los jugadores de Argentina celebran la dramática clasificación a la final
Foto: AFP - NELSON ALMEIDA
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Son lágrimas las que caen de nuestros ojos argentinos. Por ese desahogo que estuvo contenido 24 años. Por esos penales que transformaron a Sergio Romero en el Goycochea moderno. Por el golpe que significó para la delegación celeste y blanca, para jugadores y periodistas, la muerte de Jorge López, el Topo, colega y amigo. Por todas esas sensaciones que fluyen ahora, ante esta instancia histórica, en Brasil, nada menos, el país del enemigo. Por estos 120 minutos de concentración, de seriedad, de dientes apretados. Por esta selección que sueña con Argentina ’78, con México ’86, que ya repitió la gesta de Italia ’90, pero espera que esa final no tenga el mismo resultado, claro.

Alejandro Sabella apostó a un grupo. Convocó a jugadores afines a Lionel Messi. Dejó afuera a Carlos Tévez. Llevó a un arquero cuestionado, Romero, suplente en el Mónaco. Pero qué importa ahora, si Chiquito es gigante, si le achicó a la mínima expresión el arco a Vlaar y a Sneijder, a esos holandeses que metieron miedo en la previa, pero estuvieron muy lejos de ser el cuco naranja que echó a Brasil en Sudáfrica, que llegó a la final dejando en el camino a los uruguayos. Por eso la fiesta fue celeste y blanca. Por eso los hinchas, miles de ellos, todas esas almas que coparon el estadio Arena Corinthians, celebraron con un grito que parece eterno en el lluvioso anochecer paulista, ese que se propaga en las gargantas de cada uno de los fanáticos que hasta llegaron a pagar US$2.500 por una entrada. Justo un 9 de julio, el Día de la Independencia en Argentina, feriado nacional. A partir de ahora, el Día del Arquero. Porque había que tener personalidad para ubicarse en ese arco, a espaldas de la multitud de argentinos, con todo el peso de la historia detrás. Porque había que enterrar las críticas con las que había llegado a estas tierras Chiquito. Si le contaban los lunares como al buzo de Luis Islas en Estados Unidos ’94. Si sus últimos seis meses habían sido de color gris, como la ropa que utilizó Nery Pumpido. Si pocos veían una verde esperanza como la indumentaria que vistió Ubaldo Matildo Fillol en Argentina ’78 y España ’82.

“Tomala vos, dámela a mí, el que no salta es de Brasil”, gritaban los hinchas, que no se querían ir del estadio, los mismos que habían sufrido el asedio verbal de los brasileños, que se disfrazaron de holandeses, que cantaron por la Holanda de la Princesa Máxima, que nació en Argentina, pero ya forma parte de la clase Orange. “Siete, siete, siete”, era la respuesta, la revancha. Y esos jugadores corriendo en el campo de juego, con el llanto sincero de Messi, con los abrazos de un cuerpo técnico que recién encontró el equipo en los cuartos de final, contra Bélgica, cuando movió el banco y permitió el ingreso de Martín Demichelis y Lucas Biglia. Con 23 jugadores que conmueven por su esfuerzo a 40 millones. Y es la síntesis de todo este esfuerzo Javier Mascherano, la cara de las frustraciones argentinas en los últimos Mundiales. Por el descomunal despliegue en cada uno de los partidos, porque es el capitán sin cinta, pero también el líder espiritual, el técnico dentro de la cancha, el que se tira a matar a morir en la última pelota, cuando Robben parecía sentenciar esta historia con un zurdazo. Llegó justo a la pelota. Y ese quite se pareció al palo de Resenbrick en el Monumental, hace ya 36 años.

Los argentinos, suele decir Sabella, nos creemos más de lo que somos. Pero esta vez hay que decir que no le sobra nada al equipo. Aunque hay algo de lo que desbordan estos jugadores: de actitud. De compromiso. De ganas de quedar en la historia. Entonces, ganen o pierdan ante Alemania, son y serán héroes.

Por Daniel Avellaneda, Sao Pablo, Brasil

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