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Maxi Rodríguez: Uno está tocado por la varita

Anotó el penal decisivo que le dio el paso a Argentina a una nueva final de una Copa del Mundo. Ahora espera la revancha frente a Alemania por las eliminaciones que vivió en cuartos de 2006 y 2010.

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Luis Guillermo Montenegro / Sao Paulo, Brasil
11 de julio de 2014 - 12:38 p. m.
Momento en el que Maxi Rodríguez anota el penal de la clasificación. / AFP
Momento en el que Maxi Rodríguez anota el penal de la clasificación. / AFP
Foto: AFP - FRANCOIS XAVIER MARIT
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Claudia Rodríguez fue madre y padre de Maxi porque, desde antes de que él naciera, quien era su pareja a comienzos de la década de los 80 no quiso saber nada de tener un hijo y se marchó sin despedirse. Maxi, entre gambetas a la vida, la pobreza y el hambre, optó por anotarles goles a la tristeza y la lamentación. Utilizó el fútbol como una herramienta para levantar a su familia. Se crió en la casa de sus abuelos Beatriz y José Rodríguez.

Beatriz era la típica abuela llena de ternura, le costaba enojarse y todo era alcahuetería. Mientras tanto, José, con rudeza y firmeza, fue quien le inculcó la pasión por el fútbol y quien siempre lo alentó para pegarle a la pelota con la zurda, como si supiera que varios años después su nieto se convertiría en héroe de su país tras brillantes remates.

Una casa humilde a pocas cuadras de la cancha de Newell’s Old Boys, en Rosario, era el lugar en el que los Rodríguez se hacían cada vez más unidos y luchaban juntos, bien juntos: vivían en una casa muy pequeña. Todos tiraban para un mismo lado con el fin de poder enfrentar a las adversidades y sacar adelante al pequeño Maxi, quien mientras jugaba en el equipo del que también salió Lionel Messi unos años después, estudiaba en el colegio. Gracias al esfuerzo de Claudia, Beatriz y José, terminó los estudios y se dedicó a lo que sacó de la pobreza a su familia y lo hizo a él feliz.

En 1999 debutó con Newell’s, el equipo de sus amores, en donde jugaría hasta 2002 para pasar al fútbol español. Primero actuó en el Espanyol de Barcelona y luego en el Atlético de Madrid. Allí mostró una vez más su amor por el equipo rosarino: el uniforme suplente del Atleti era con los colores de Rosario Central, el rival de Newell’s, así que se ponía una camiseta blanca con el escudo del cuadro leproso “para que esos colores no tocaran mi piel”, decía.

En 2006, mientras jugaba con el equipo madrileño, fue convocado por José Pékerman para disputar el Mundial de Alemania. En esa competición se metería en el corazón de los hinchas argentinos tras marcarle un golazo a México en los octavos de final. Fue una volea precisa desde unos 28 metros que se metió por todo el ángulo superior derecho. Luego terminaría eliminada su selección en los cuartos por Alemania, en la tanda de los penales. Roberto Ayala y Esteban Cambiasso fallaron sus cobros. Maxi pateó uno y lo metió pero no sirvió de nada.

A los cuatro años, con Diego Maradona como técnico, nuevamente Maxi fue convocado para disputar el Mundial de Sudáfrica 2010. Ahí fue titular, pero una vez más fue Alemania su verdugo, porque los venció en cuartos de final por una contundente goleada 4-0. Tras esa Copa del Mundo pasó a jugar dos temporadas en el Liverpool de Inglaterra, pero su amor por su tierra lo hizo volver a Rosario para jugar con el equipo de su corazón.

Para Brasil 2014 no muchos lo tenían en sus planes, pero Sabella le vio buen rendimiento en el equipo leproso y por eso lo llamó para que disputara su tercer Mundial. Sus acciones destacadas siguen apareciendo y ese último penal frente a Holanda lo pateó con el alma para jugar una final: la primera para Argentina tras 24 años.

“Son cosas de la vida que te ponen ahí, uno está tocado por la varita. Me tocó el gol decisivo contra México y ahora llevar a la Argentina a la final de la Copa del Mundo”.

Maxi Rodríguez casi no había participado en Brasil 2014. Había empezado como titular ante Bosnia, pero tras 45 minutos flojos dejó la cancha y no volvió a entrar. Hasta que el miércoles Alejandro Sabella, en la Arena Corinthians de São Paulo, lo mandó a la cancha. Iban 10 minutos del primer tiempo suplementario e ingresó por Ezequiel Lavezzi. Casi media hora después fue la llave que abrió el festejo. La serie se la ganó Argentina 4-2 a Holanda con un Sergio Romero figura, pero un Maxi determinante.

Héroe ya con 33 años, sabe que está viviendo su última Copa del Mundo, por eso la emoción extra. “Lo hablábamos con Mascherano y Messi, con quienes estuvimos en los últimos tres mundiales. Esta vez se nos tenía que dar”.

Sabella no le consultó, sólo le dijo que iba a patear. “¿El segundo o el cuarto?”, preguntó. El cuarto, respondió un Maxi que a pesar de los años y la experiencia sintió nervios.

“Se te cruzan 200.000 cosas por la cabeza en ese momento. Le quería arrancar el arco”, asegura y continúa: “No soy de patear al medio, pero tenía tantas ganas de patear que cuando llegué al punto del penal sólo le pegué lo más duro que pude. Le apunté a la cabeza del arquero para romperlo todo. Cuando la pelota toca la red, conseguimos ese sueño de jugar la final”, cuenta con tal emoción que los ojos se ven vidriosos. “Son momentos que no se olvidan nunca y quedarán para siempre”.

Alemania será un reto para este equipo argentino, primero porque los teutones vapulearon a los brasileños 7-1 y parecen ser un equipo muy superior. Segundo, porque hay una herida de dos eliminaciones seguidas de sus manos, y finalmente, porque en el 90 la final la perdieron precisamente frente a este rival.

“Al equipo no le pueden faltar el despliegue, la garra y la entrega. Cada partido que termina nos exprimimos al máximo y eso habrá que hacerlo en la final. Debemos recuperarnos, mentalizarnos y seguir con esta locura que será jugar la final del mundo”, advierte un Maxi Rodríguez que aunque no sea titular indiscutido, cumple un papel fundamental dentro del grupo por su experiencia.

Por Luis Guillermo Montenegro / Sao Paulo, Brasil

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