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Robert Enke: la lesión incurable del fútbol

Un martes como hoy, 10 de noviembre de 2009, el portero titular de la selección alemana se quitó la vida después de años sufriendo depresión. Como aficionados, ¿podemos ayudar a nuestros ídolos? Esta es su historia.

Valentina Meneses - Especial para El Espectador
10 de noviembre de 2020 - 04:12 p. m.
Robert Enke, portero alemán cuando hacía parte de Colonia
Robert Enke, portero alemán cuando hacía parte de Colonia
Foto: Bongarts/Getty Images - Stuart Franklin

Las lesiones físicas son una de las principales causas que aquejan a los deportistas en general, alejan a los futbolistas de las canchas por meses y afectan su ritmo de juego. Sin embargo, las lesiones no son solamente físicas, también impactan el estado mental, que puede verse afectado incluso sin lesiones corporales, pero al que no se le presta mucha atención.

Este fue el caso de Robert Enke, uno de los mejores guardametas de Alemania, atormentado por una enfermedad invisible de la que nunca habló en público y de la que se supo hasta después de su muerte: la depresión.

Desde muy pequeño demostró destreza en el juego, y aunque hubiera querido marcar goles como algunos de sus compañeros, sus habilidades en el arco lo llevaron a obtener esta posición siendo solo un niño. Llegó a la selección juvenil de Alemania gracias a su talento, incluso fue relevado de la selección sub 16 a la sub 18, ya que consideraban que era muy bueno.

Pero esto no representó crecimiento profesional para Robert, ya que sentía que jugaba con ‘los más grandes’ y, por el contrario, los primeros desfases emocionales empezaron a aparecer. Durante su primera derrota, rompió en llanto con su padre.

El libro ‘Una vida demasiado corta’, del periodista y amigo de Enke, Ronald Reng, cuenta los detalles de la vida del portero, que revelaron como la enfermedad lo había perseguido desde muy joven. Los resultados que tenía con la selección sub 18 lo tenían frustrado, y compartía su sentir con su padre, que en el libro de Reng expresa como notó que Robert pensaba “si no soy el mejor, soy el peor”.

Comenzó su carrera en el CZ Jena en 1995, y después de ser suplente y titular en varios equipos como Borussia Moenchengladbach y  Benfica, su buen trabajo hace que Mourinho lo recomiende a Barcelona y así llegó a uno de los grandes de Europa y el mundo en 2002. Su oportunidad más grande, que se convertiría en el comienzo de su calvario.

De nuevo se convirtió en suplente, con el argentino Roberto Bonano y Victor Valdés como titulares. Su debut llegaría en la Copa del Rey en un partido que perdió frente a Novelda, un equipo de segunda división, y se convierte en el centro de las críticas de la prensa. Robert es cedido a un equipo en Turquía y ya es evidente su miedo patológico al fracaso, pero nadie sabía ni podía saberlo. El arquero es quien debe tener la mente despejada.

Tiempo después las cosas parecían mejorar para Robert, después del nacimiento de su hija Lara y el regreso a la Bundesliga con Hannover. De hecho, empieza a tener menos presión y mejores resultados, hasta el punto de ser nombrado el mejor portero de la liga alemana por la revista Kicker. Las buenas noticias se dispersan cuando Lara, de dos años, muere a causa de una deficiencia cardiaca en manos de Robert. Y la enfermedad retorna de las sombras.

Robert mantuvo en silencio sus ideas y pensamientos causados por la depresión, pero en su diario dejó detalles de cómo se sentía, pese a que su carrera seguía en ascenso. Reng se basó en esas letras para escribir su libro, que se supone harían juntos cuando Robert acabara su carrera en el fútbol, y cuando al fin podría contarle al mundo lo que pasaba dentro de su mente: el miedo a perder un balón de sus manos, a que se conociera su enfermedad mental y pudiera perder la custodia de su hija Leila, que había adoptado con su esposa Teresa hacía un tiempo.

Su padre, psicoterapeuta, trató de convencer a Robert de tomar un tratamiento en una clínica. Teresa lo apoyaba, pero él no quiso. “Soy el portero de la selección alemana, no puedo ir a una clínica”. Era su salud o su profesión, y para ese entonces ya era el portero titular de la selección alemana, priorizado sobre Neuer, empezó a disputar la fase de clasificación para el Mundial de Sudáfrica 2010. La presión de la copa más importante del mundo estaba a tope.

Marco Villa, su gran amigo tuvo conocimiento del estado de Robert, por lo que lo ayudó a aislarse apelando a un ‘virus intestinal’ que realmente se trataba de su enfermedad, que muchos no tomarían como algo serio. A pesar de los esfuerzos, el 10 de noviembre de 2009, días después de un gran partido con Hamburgo, Robert habla por teléfono con un par de amigos, que lo perciben mejor que nunca: serio y sereno, como siempre. El arquero se despide de su esposa y sale a dos entrenamientos que acaba de inventar. Se dirige a las vías del tren de la localidad de Neustadt am Rübenberge, cerca de Hannover, conduciendo durante ocho horas, y decide acabar con toda la presión y dolor acumulado lanzándose a las vías del tren cuando este se acerca.

El entrenamiento no debe ser solamente físico, también psicológico

Alberto Vivalda, arquero argentino que brilló en grandes clubes como River Plate, Racing y Millonarios en los 70′ y 80′, precedió a Enke al lanzarse a las vías del ferrocarril Mitre en 1994. Personajes amados por miles de aficionados que al final se descubren solos y desesperados, paradójicamente. La presión que ejerce el fútbol sobre los jugadores, especialmente los arqueros y defensas, debe ser acompañada no solo de entrenamiento físico para perfeccionar técnica y táctica, sino de acompañamiento psicológico para enfrentar asertivamente las derrotas y críticas mordaces.

A pesar de esto el tratamiento psicológico sigue siendo un tabú, y más en el fútbol, un espacio en el que es necesario estar mentalmente estable a causa del nivel alto de competitividad. “Todos llegan con el pensamiento de ganar, pero el deporte de alto rendimiento es cruel. Un ejemplo es un torneo de tenis donde se inscriben más de 200 jugadores y solo uno gana”, explica Oscar Segura, psicólogo deportivo que trabajo 6 años en el Deportivo Cali. “El futbol es un medio muy fuerte y un jugador que exprese un problema mental o que no se siente de la mejor manera, a veces es tomado en chiste o juego, o como alguien que se rechaza, porque no se tiene el conocimiento”.

A pesar de esto, Oscar asegura que el acompañamiento psicológico en el futbol colombiano, por ejemplo, “ha venido trabajando de la mano con el futbol hace uno años. La mayoría de planteles ha tenido o tiene un psicólogo, entonces es positivo. Hay que trabajar más, no es solo tenerlo sino saber usarlo, estamos tratando de que el jugador y el Técnico, que a veces lleva más presión, los directivos y demás conozcan qué es y qué hace el psicólogo, para que tengan la capacidad de ir donde uno y trabajarlo”.

Casos como el de Iniesta, que hace un par de años compartió en una entrevista que después de ganar el triplete con el Barcelona, se empezó a sentir muy mal. “A las personas nos mueve la ilusión y en una situación así no tienes nada, no sientes las cosas. Deseaba que llegara la noche para poder tomarme una pastilla y descansar. Cuando sufres depresión, no eres tú”.

Esta situación se ha acrecentado con la coyuntura del COVID 19. Este año, un estudio de la FIFPRO (Federación Internacional de Futbolistas Profesionales, en español) reveló que El 22% de las mujeres y el 13% de los hombres futbolistas presentaron síntomas correspondientes a un diagnóstico por depresión. ""En el fútbol, jóvenes atletas de ambos sexos tienen que hacer frente de manera repentina al aislamiento social, a la suspensión de sus vidas laborales y a las dudas sobre su futuro", explica en el estudio el Doctor Vincent Gouttebarge, médico Jefe de FIFPRO.

La deshumanización de los jugadores

Una de las fuentes de presión que enfrentan los jugadores son las críticas constantes en redes sociales, medios e incluso de la propia afición. El hambre de resultados y la apropiación de identidad de los hinchas relegan la naturaleza del fútbol: disfrutar de un juego. “El deporte en general se ubica en sector de entretenimiento, siempre habrá público alrededor porque su propósito es entretener. Pero la identidad, que el equipo tiene un color y todos nos vestimos de un color, de eso nos apropiamos. Otra cosa es que el hincha piensa que el jugador tiene que rendir como él quiere y no reconocerlo también como un ser humano” añade Oscar.

Además, añade que pasa en otros deportes, como el ciclismo, si un ciclista no gana un Tour o un Giro, entonces se considera muy malo, y eso pasa porque “desarrollamos fanatismos, y eso muchas veces juega en contra. El hincha tiene que entender que hace parte de un colectivo pero que abajo hay un ser humano igual a él, con habilidades diferentes, técnicas y tácticas, pero se le puede ir un balón, puede estar cansado”. De esta forma, la responsabilidad que tenemos como espectadores es que, aunque nos cause frustración, rabia o tristeza, los jugadores no son máquinas.

“El hincha tiene que entender que ese rol que tiene es diferente, que es la tribuna y el jugador que está en terreno de juego y cada cual debe desarrollar su rol de la mejor manera posible. Obviamente si veo un jugador que no corre en un equipo, y voy a sentar mi voz de protesta es porque siento que me debe algo. Es necesario educar al hincha también”. No podemos entrar a la mente de los jugadores y calmar lo que pueden pensar, pero sí estamos en capacidad de entender el juego como lo que es, un juego, y hacer nuestro aporte desde ahí. Y como expresó Oscar, ir al estadio sin juzgar ni pensar que los jugadores nos deben algo, simplemente disfrutar del espectáculo.

Por Valentina Meneses - Especial para El Espectador

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