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"Se me infló el pecho"

El arquero Sergio Romero cuenta cómo vivió los momentos previos a los cobros desde el punto penal de los que salió como el héroe de la clasificación argentina a la gran final del Mundial de Brasil 2014.

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Daniel Avellaneda, Sao Paulo, Brasil
11 de julio de 2014 - 03:48 a. m.
El arquero de la selección de Argentina, Sergio Romero, celebra la clasificación a la final. / AFP
El arquero de la selección de Argentina, Sergio Romero, celebra la clasificación a la final. / AFP
Foto: AFP - ADRIAN DENNIS
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Podría haber sido brasileño este Chiquito. Nació en Bernardo de Irigoyen, al este de Misiones, a pasitos de la frontera con Dionisio Cerqueira, Santa Catarina. Pero gracias a Dios, Sergio Romero es argentino. Y en ese país que pudo ser suyo se transformó en un héroe celeste y blanco cuando todos lo miraban como al peor de los villanos. Es que nadie confiaba en este número uno criado futbolísticamente en Racing Club de Avellaneda, la academia que luce los mismos colores de la selección. Cualquier arquero tenía más votos en las encuestas que se hacían antes del Mundial. Se pedía por Wilfredo Caballero, portero del Málaga, era el último orejón del tarro el guardián del arco del seleccionado criollo. Sin embargo, Alejandro Sabella confió en sus manos. Lo sostuvo contra viento y marea, muy a pesar de las críticas que recibió y de que era suplente en el Mónaco de Radamel Falcao García y James Rodríguez. Y hoy hay que sacarse el sombrero por el técnico argentino. También por este pulpo amarillo a la hora de atajar penales.

Como si se tratara de la reencarnación de Sergio Goycochea, un especialista en Italia-90, Chiquito le tapó sus remates a Vlaar y Sneijder, esos pretenciosos holandeses que ya creían ser campeones del mundo. Y hoy, que es la tapa de todos los diarios deportivos de Argentina, también de Colombia y del planeta, hay que pedirle perdón a Romero por tanta desconfianza. En un momento clave, el arquero respondió con categoría, con carácter y determinación, con “huevos”, como les gusta decir a los argentinos cuando de destacar la personalidad se trata. Por eso hoy, ya nadie duda de sus condiciones. Por el contrario, como le dijo Javier Mascherano antes de la definición por penales, hoy es un héroe, se comió el mundo. Por eso Argentina llegó a una final esperada por 24 años.

¿Se sacó un peso de encima?

Tenía clavada la espina de la Copa América que jugamos en nuestro país, no se nos había dado aquel día porque Uruguay pateó bien. Hoy pude ayudar a mis compañeros en una definición y por eso me voy contento a casa. Me regalaron la pelota y un trofeo, así que se las voy a guardar a mis hijas, que hoy son chiquitas y lo van a disfrutar cuando sean grandes. Va a ser un gran recuerdo.

El papelito...

Le obsequiaron el balón a Romero, como si fuera el goleador del anochecer paulista. Y él le brindó el buzo a Juan Carlos Crespi, el vicepresidente de Boca Juniors, secretario de selecciones nacionales, autografiado y todo. Es que el dirigente le había dicho que iba a tapar dos tiros desde los doce pasos. Tenía un secreto Chiquito: un papelito con los datos de los pateadores holandeses. “Nosotros sabíamos un poco cómo remataban, de hecho dos cambiaron de punta, como Robben y Kuyt, que habían pateado hacia el otro lado contra Costa Rica. Y Vlaar iba a disparar a la izquierda, eso lo tenía claro. Por eso fui con todas las ganas a ese rincón. Y cuando atajás el primer penal, se te simplifica todo, porque tus compañeros van más tranquilos a patear”, contó.

Entonces, ¿se puede decir que se encomendó al azar a la hora de los penales?

Para mí, los penales son suerte e intuición. En el que iba a patear Robben, mi mente me marcaba que me tirara al lugar donde terminó yendo la pelota, pero le hice caso al papel. Me arrojé hacia la otra punta y me insulté a mí mismo por no haberme hecho caso.

¿Qué se le cruzó por la cabeza en el momento de la definición?

Estaba pensando en muchas cosas. Tenía a mis compañeros del banco que me estaban ayudando a saber a dónde iba a rematar cada jugador. Tenía muchas opciones. Les quiero agradecer a todos mis compañeros. En 120 minutos dejaron la vida. El trofeo que me dieron (The Man of the Match) tendría que ser para todo el equipo, que hizo un trabajo espectacular.

¿Se puede decir que nació un nuevo Goycochea?

No, tenemos que seguir hablando de los penales de Goyco, que hizo grandes cosas por el país. Esta vez me tocó dar una mano a mí y a mis compañeros que corren 120 minutos como si fuera la última vez. Yo estoy satisfecho porque pude colaborar con el equipo.

Mascherano le dio una arenga muy importante, dijo que iba a ser el héroe, que se iba a comer el mundo. ¿Cuánto lo ayudó?

Sí, me dijo eso, que disfrutara este día, que se me había criticado tanto y hoy, por fin, iba a poder tener una actuación para que nadie más dijera algo de mí. Tenía razón, Javier. Mis compañeros me convencieron de que podía ayudarlos como ellos me bancan a mí en todo momento. Se matan el uno por el otro, ven que todos corren por todos. Estoy orgulloso de formar parte de este grupo, jugar en esta selección es lo mejor que me pasó, se merece ser campeona.

Habló muy bien de Louis van Gaal. ¿Fue un técnico que lo marcó en su carrera?

A Louis fui al vestuario a agradecerle, me ayudó muchísimo cuando llegué a Holanda, a un país de costumbres diferentes. Él hablaba español y fue fundamental para mí. Es una persona que le enseña a crecer al jugador, a estar más atento a todas las jugadas. Me dijo que el arquero no era arquero, era un jugador más.

¿Y cuánto le debe a Sabella, que lo respaldó en todo momento?

Alejandro es un técnico que me bancó muchísimo. Junto a otros entrenadores, Alejandro es uno de los más importantes que tuve en mi carrera. Voy a estar agradecido toda la vida. Se lo dije después del partido. Es el primer año que me toca ser suplente.

¿Qué se le cruzó por la cabeza cuando la gente, que siempre lo tuvo bajo la lupa, lo ovacionó?

Fue un orgullo, se me infló el pecho. Estaban en inferioridad numérica, pero alentaron en todo momento. Nos acompañaron por todo Brasil. Tendríamos que aplaudirlos nosotros a ellos. Ojalá les podamos dar una alegría el domingo en Río de Janeiro.

¿A qué se debió el festejo golpeándose el pecho, al mejor estilo King Kong? ¿Fue una manera de decir “acá estoy”?

Fue para mis padres, que están en el sur y no pudieron venir hasta aquí, que sufren conmigo, a la distancia. Ellos siempre estuvieron conmigo, como mis compañeros.

¿Qué partido imagina contra Alemania?

Va a ser una batalla más dura que contra Holanda, que tiene un equipo tácticamente invencible. Nos maniataron bien, nos costó horrores llegar con peligro al área de ellos. Recién en el final del suplementario tuvimos una o dos oportunidades.

¿Cómo se le plantea el partido a un rival que despachó a Brasil nada menos que con siete goles?

Hay que bajar la euforia que tenemos por esta clasificación, parar la pelota y pensar bien cómo vamos a jugar ese partido. Alemania es un grandísimo rival, tiene muchas virtudes en ataque. Tenemos que ser inteligentes, como lo fuimos contra Holanda.

¿Cómo se imagina el domingo en la noche?

Dios quiera que acostándome a dormir con el sueño cumplido, el de levantar la copa. Es lo que se propuso este grupo cuando llegó acá, a Brasil, el 9 de junio. Vinimos para estar entre los cuatro mejores. Y escalamos paso a paso hasta la final. Ojalá la fiesta sea completa.

Por Daniel Avellaneda, Sao Paulo, Brasil

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