
El sueco Zlatan Ibrahimovic sonríe en la rueda de prensa en la que habló sobre su estatua. / EFE
En el fútbol, la altura superlativa, en muchas ocasiones, no es sinónimo de magia. Los que cuentan con ella se dedican a ser defensores centrales o torpes delanteros. No es el caso de Zlatan Ibrahimovic, un genio que despierta odios, amores, pero interminable admiración. Y es que el sueco es dueño de un carácter fuerte, propio de los ganadores, de los que no se conforman, de los que se empeñan por mejorar cada día.
Por Sebastián Arenas
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