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Juan Guillermo Cuadrado, fortalecido por la guerra

Creció en medio de la violencia que golpeó al Urabá Antioqueño. Gracias a su madre, hoy ve cumplido su sueño de ser futbolista profesional. Es el colombiano más destacado en el exterior y en Brasil 2014 podría ser una de las revelaciones.

Luis Guillermo Montenegro
01 de mayo de 2014 - 02:31 a. m.
Juan Guillermo Cuadrado,  volante de la Fiorentina de Italia. /EFE
Juan Guillermo Cuadrado, volante de la Fiorentina de Italia. /EFE
Foto: EFE - GIORGIO BENVENUTI

Cuando los tiros sonaron Juan Guillermo se escondió debajo de su cama. Seguía las indicaciones que le habían dados su padres en caso de que viviera una situación así. Era 1992 en el Municipio de Necoclí, Antioquia, una región en la que el eco de una bala se volvió sonido ambiente. A pesar de que apenas tenía cuatro años, ese episodio marcó la vida de Juan. Al salirse de su escondite encontró que su padre Guillermo había muerto. Fue Marcela Bello, su madre, quien quedó como cabeza del hogar así que le tocó comenzar a trabajar en las bananeras de Apartadó, en las que lavaba y empacaba bananos de exportación y así conseguir recursos para darle de comer a su hijo y además pagar los ocho mil pesos que le costaba la mensualidad en una escuela de fútbol Mingo de Necoclí.

Desde que estaba en el vientre de su madre, Juan Guillermo pateaba con fuerza y cuando apenas comenzaba a caminar, la mejor forma de que diera varios pasos era ponerle un balón unos metros adelante para que se esforzara por avanzar y pateara. Luego, cuando dominaba la caminada, tocaba tener cuidado porque pateaba todo lo que se le atravesara. La bicicleta, los carritos y los muñecos no eran entretención suficiente para el pequeño Juan quien se sentía a plenitud cada fin de semana cuando iba a entrenar con sus compañeros.

Cuando la violencia en el Urabá creció aun más, Marcela cambió de trabajo y fue a administrar una heladería en Apartadó, mientras tanto Juan Guillermo se quedó con su abuela en Necoclí para poder seguir entrenando fútbol. Esa fue la primera vez que el pequeño, de entonces seis años, se separó de su madre. Al poco tiempo se fue a vivir con ella y pasó a jugar a la escuela Manchester Fútbol Club de Apartadó, en donde comenzó a disputar torneos departamentales.

Para Marcela era importante darle gusto a su hijo para que hiciera lo que más le gustaba; sin embargo, siempre le inculcó la idea de que el fútbol era posible siempre y cuando en el colegio le fuera bien. Si él rendía académicamente, podía ir a entrenar, de lo contrario no, así que por eso Juan Guillermo nunca descuidó el estudio. Ni siquiera cuando se fue a vivir solo a Cali a la edad de 12 años.

Su madre lo autorizó para irse con Nelson Gallego, que era entrenador de divisiones menores del Deportivo Cali y quien había conocido a Juan Guillermo gracias a Agustín Garizabalo, un veedor del equipo caleño en Barranquilla. En Barahona, Atlántico, Cuadrado había sido el jugador estrella del Toreno Asefal y por eso Garizabalo lo recomendó al Cali en donde le abrieron las puertas pero luego se las cerraron de tajo porque lo vieron muy flaco. Marcela dudó en un principio dejar ir a su pequeño hijo pero él le hizo una promesa que hasta la fecha ha cumplido: “Si me dejas ir a hacer realidad mis sueños, me comportaré de la mejor forma siempre”. Y así, Marcela se desprendió de su único hijo a quien sólo veía esporádicamente cuando ella podía descansar de su trabajo.

Nelson se convirtió en el padre que Juan Guillermo perdió. Le enseñó además de conceptos técnicos en el fútbol, principios con los que Marcela y Juan Guillermo toda la vida estarán agradecidos. Fue Gallego quien lo llevó a hacer parte del Independiente Medellín, equipo con el que lograría debutar como profesional y destacarse para lograr pasar al fútbol europeo. Por cierto, en esa época, antes de viajar a Italia para jugar con el Udinese, validó sus estudios y fue bachiller.

En 2010, cuando Juan Guillermo completó su primera temporada con el equipo italiano, las cosas no iban bien. Su adaptación a Udine no había sido fácil, sobretodo porque el invierno en esa región de Italia era muy intenso y él frío parecía apagar su calidad. En ese momento le dijo a su madre que no trabajara más, que era momento de que ella cosechara todo lo que había sembrado en él cuando niño. Por eso se la llevó a vivir a Italia junto a su hermanastra, quien hoy en día tiene siete años y él la considera la princesa de la casa.

Al pasar al Lecce se encontró con una cultura mucho más parecida a la latinoamericana, algo que sirvió para que su fútbol creciera y se comenzara a destacar allí. Le fue tan bien que una sola temporada le bastó para que la Fiorentina se fijara en él. “Estamos recuperando todo el tiempo que perdimos cuando él era niño. Tratamos de estar lo más que podemos juntos. Aprovechando todo el tiempo que no pudimos compartir. Yo tenía que ser fuerte y darle las posibilidades para alcanzar su objetivo y ahora ver su sueño hecho realidad me hace la mamá más feliz del mundo”, asegura Marcela, quien lo dio todo por él y ahora en lugar de recoger bananos, cosecha lo que sembró en Juan Guillermo, su hijo, el mismo que está a 40 días de jugar el Mundial de Brasil 2014 con la camiseta de Colombia.

Por Luis Guillermo Montenegro

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