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Samuel Vanegas, el gigante que teme a las agujas

El defensa habla sobre Itagüí, escolta del cuadrangular B. También revela secretos del título de Libertadores 2004 con Once Caldas.

Juan Diego Ramírez C.
26 de noviembre de 2012 - 02:00 a. m.
Vanegas fue titular en el triunfo 2-0 de Itagüí sobre Nacional. / Luis Benavides
Vanegas fue titular en el triunfo 2-0 de Itagüí sobre Nacional. / Luis Benavides

A Samuel Vanegas, que le peguen puños en el área propia, codazos en la contraria, estrujones y aruñazos. Pero que no le muestren una aguja: le producen tanta repulsión que prefiere recuperaciones prolongadas con píldoras que infiltraciones efectivas. Cuando se somete a una inyección se agarra de la camilla, grita, maldice y se enoja con compañeros por burlarse de su fobia. Es que su aspecto robusto, los 1,90 de estatura, la cara de serio y la fama de defensa inflexible no coinciden con el miedo de este defensor nacido hace 36 años en Copacabana, Antioquia. Pensar que cuando ganó la Copa Libertadores en 2004 con Once Caldas sus entonces rivales hubiesen podido sólo mostrarle una jeringa para abrirse paso. En ese torneo su defensa disputó 14 juegos y fue perforada sólo en 10 ocasiones. Sus facultades de central las exhibió luego en Medellín, Atlético Paranaense y Barcelona de Ecuador. Y este año su actual equipo Itagüí es el tercer club que menos goles ha recibido.

¿La prensa sí le da el espacio que merece Itagüí?

No. Por ejemplo, en Medellín no se habla de nosotros ni de Envigado. Este domingo se decía más de la derrota de Nacional que de la victoria nuestra. El trabajo de Itagüí no se ve reflejado en las páginas. Pero, bueno, lo importante es que nosotros sí sepamos que somos un gran equipo.

Pero, lejos de las críticas, hay menos presión…

Claro. Y también porque es un equipo que apenas está empezando a ser grande, eso se ve reflejado en que ahora muchos quieren venir a jugar acá. Integramos un plantel sencillo pero con ganas.

Y de experiencia, como usted…

Y como Rufai Zapata, Johan Fano, Choronta Restrepo. Estamos maduros y conocemos las responsabilidades de estas instancias. Por eso nos hemos recuperado de la derrota de Equidad hace dos fechas. Sabíamos que ya no teníamos margen de error y había que superar el sábado a Nacional sí o sí para llegar a la final y luego dar la vuelta olímpica. La derrota 0-1 contra Equidad lo hubiera podido echar a perder.

¿Qué pasó ese día?

Ese equipo es muy táctico, entonces llegaron una vez, anotaron y se metieron atrás a defender. Salimos enojados porque debíamos haber ganado. Y este sábado hicimos un partido excelente contra Nacional, contra ellos sí fuimos contundentes. Igual queda el sinsabor por Equidad y tocará recuperar esos puntos en Bogotá.

Jugar contra un equipo tan defensivo como Equidad, diría Jorge Valdano, es como “hacer el amor con un árbol”…

(Risas) ¡Uf! Es molestísimo jugar contra ellos. Cortan muchas jugadas, sólo te contraatacan, le pegan desde lejos, irritan. Para superarlos hay que anotarles primero que ellos a uno, porque de lo contrario se meten atrás y sacarlos de su propia zona es duro. Lo primordial para ese partido (5 de diciembre) es marcar en los primeros minutos y hacer que se abran espacios.

Pero ese estilo era muy parecido al del Once Caldas de 2004, ¿o no?

Cuando no nos anotaban nos recogíamos y no entraba nadie, al menos de visitantes. De locales sí nos abríamos más. Había equipos superiores y nos miraban por encima del hombro, pero la confianza y la experiencia hicieron que nos fueran cogiendo respeto. Al final nos temían.

Lo ganaron por resultados y boquilla también. En la primera final contra Boca en Buenos Aires, Édgar Cataño le decía en el área a Barros Schelloto que si jugaba en Colombia lo mataba…

Bueno, eso es parte de lo que pasa adentro de la cancha. Y no crea que ellos no nos decían nada, en Argentina también nos querían amedrentar, pero no nos dejamos. En el forcejeo les hablábamos también. Fuimos maliciosos o si no, nos comían vivos.

¿Qué hacían ustedes?

Gritábamos: “No te dejés pisar, metele un puño, escondelo”. Cosas así. Les decíamos que en Colombia nos veíamos de nuevo, que ni fueran a salir del hotel en Manizales. Pero eso pasa en el fútbol y nosotros no éramos conflictivos, pero sí experimentados y siempre fuimos muy unidos.

¿Y qué tanto les decían ellos a ustedes?

Hubo algo gracioso. John Viáfara me dijo en el primer tiempo: “Me hice en los pantalones”. Me reí sin creerle, pero al ver que era cierto le dije que no se podía salir, que esperara al entretiempo. Entonces en los tiros de esquina estos argentinos le gritaban: “¡Qué negro para oler tan maluco!”. Fue gracioso, pero ellos también nos trataban de meter miedo. Y nosotros éramos fuertes, altos, imponíamos respeto.

Pero porque no supieron nunca el miedo que les tenía a las agujas. Hubiese sido el hazmerreír…

(Risas). Sí, les tengo mucho respeto a las agujas. Desde niño les tengo pavor. No me importaron esa vez los codazos de Rolando Schiavi, pero si me mostraban una jeringa, qué miedo. Ese pinchazo es para los valientes.

En todo caso, sin valentía no hubieran podido ganar esa Libertadores…

¡Claro! Van a pasar muchos años para que el fútbol colombiano vuelva a ver un campeón de América. Eso fue lo máximo, lo conseguimos con mucho sudor y pulso, porque al principio no nos paraban bolas. Por eso fue un triunfo grandioso.

¿Dónde guarda la medalla?

En mi pieza, colgada, en un lugarcito especial, como un trofeo invaluable. Aún la veo y se me vienen recuerdos a la mente, tristezas, alegrías. Veo los videos que pasan de esos partidos y me da nostalgia y sobre todo muchas ganas de seguir trabajando. Ahora quiero hacerlo con Itagüí.

¿Sí apuesta por Itagüí campeón?

Es el sueño al menos. Hay que volver el lunes (3 de diciembre, 6:00 p.m.) al Atanasio para ganarle de nuevo a Nacional, porque para obtener el título hay que sumar de aquí en adelante. El equipo está unido, convencido.

Por Juan Diego Ramírez C.

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