Senén Mosquera, leyenda del fútbol colombiano

Con cinco títulos, 202 partidos jugados y un profundo amor por el equipo ´albiazul´, este arquero chocoano es una verdadera insignia del balompié nacional.

Theo González Castaño
20 de mayo de 2018 - 06:16 p. m.
Senén Mosquera, leyenda del fútbol colombiano

El martes 8 de febrero de 1938, con apenas quince días de nacido, Senén Mosquera fue llevado por sus padres de Buenaventura a Quibdó. En esa época no existía aeropuerto en la capital del Chocó y cada semana eran esperados ansiosamente los hidroaviones Catalina que acuatizaban a orillas del río Atrato con pasajeros y prensa. Por esta misma vía, junto a su familia, llegó Senén Mosquera a la tierra que lo vio crecer, al escenario donde inició el partido decisivo de su vida, uno de los lugares más olvidados del territorio colombiano pero que le dio hogar, reconocimiento profesional y proyección ante el país.

Cuando la familia de Senén Mosquera se radicó en Quibdó, el comerciante cartagenero Epifanio Álvarez Caraballo llevaba dos años en la ciudad. Este chocoano por adopción, cuando empezó a recorrer las calles de la capital, advirtió que desde los niños hasta los adultos jugaban fútbol a todas horas en las calles polvorientas, los patios de las casas y hasta los solares abiertos. Esa imagen lo motivó a dialogar con diversas personalidades del municipio, hasta lograr que lo apoyaran en la organización de encuentros futboleros para los fines de semana. De esta manera, la práctica de este deporte de difundió de una forma más organizada.

De la mano de Epifanio Álvarez, a partir de 1938, sábados y domingos en Quibdó se volvieron días de fútbol en cualquier potrero. En consecuencia, comenzaron a surgir los primeros equipos. Los clubes Estrella Roja, Independiente, Chocó Vanguardia, Colegio Carrasquilla o Escuela Normal de Quibdó que integraron el primer torneo que se realizó en la ciudad, y que fueron el primer deleite para los ojos del niño Senén Mosquera, testigo de cómo el fútbol chocoano daba sus primeros pasos en firme y se popularizaba en la región. Eso sí, con una sola cancha reglamentaria, sin entrenadores, pero con sobradas ganas para jugar a toda hora.

Uno de los jugadores de aquellos años fue Pedro Burgos, un antioqueño que cumplió condena en el centro penitenciario de la capital chocoana, y que gracias al fútbol, los domingos era hombre libre. La boleta de salida eran sus condiciones técnicas para practicar este deporte, razón por la cual la dirección de la cárcel siempre permitió que jugara en el club Estrella Roja. Además jugaba descalzo, sin zapatos ni guayos, y esa era precisamente su magia. Le pegaba al balón con potencia increíble. Todos los arqueros que pisaban el estadio “Rita María” temían su contundencia. Fue el primer ídolo de los menores y los grandes.

En aquellos años, recalca Senén Mosquera, el estadio “Rita María” era la única cancha de fútbol de Quibdó. Se construyó en 1930 y la grama, o más bien el arenal que servía como superficie de juego, se divisaba desde lejos en medio del barrio Pan de Yuca, ubicado sobre la popular calle 7ª. Un sector céntrico de Quibdó que tomó su nombre por los pasabocas que preparaba la señora Lastenia Carrillo, reconocida en la ciudad. El estadio “Rita María” tenía bordes de concreto alrededor de la cancha y prácticamente el balón no salía del terreno de juego. Ese fue el escenario de los futbolistas que hicieron nombre en Chocó en los años 30 y 40.

Tiempo después el estadio “Rita María” pasó a ser recuerdo. Fue derruido y en el mismo sitio se construyeron casas y la primera sede del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) en Quibdó. Sin embargo, los aficionados empezaron a vibrar con los primeros clásicos entre equipos de Itsmina, Condoto, Tadó, Andagoya o el propio Quibdó, la mayoría patrocinados por la compañía minera “Chocó Pacífico”. En las canchas polvorientas y sin especificaciones técnicas reglamentarias, surgió la cantera de los primeros futbolistas de reconocimiento público quienes conformaron el primer combinado de fútbol departamental, que durante sus primeras presentaciones a nivel nacional, el reconocido relator costarricense pero colombiano por adopción, Carlos Arturo Rueda, denominó “los Cariocas del Pacífico”.

Territorio de fútbol

Por las condiciones de sus deportistas, Chocó se hizo una tierra de fútbol. Poco importaban los dilemas políticos. Sin embargo, en la memoria de Senén Mosquera todavía está intacta la tarde del 9 de abril de 1948, cuando él y sus amigos jugaban tranquilamente y tuvieron que salir corriendo cuando un grupo de adultos, machete en mano apareció gritando improperios contra los conservadores por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Sin entender lo que estaba sucediendo, los jóvenes se ocultaron, esperaron a que pasara la turba y después continuaron su partido. Colombia ya vivía días aciagos de violencia política, pero en Chocó los muchachos solo pensaban en fútbol.

Incluso en el hogar de Senén Mosquera. Su padre, también llamado Senén, cuando lo llevaba a la catedral San Francisco de Asís o se sentaban juntos en el Parque Centenario de Quibdó a tomar un fresco, mientras le recalcaba su frase favorita “No te dejaré riquezas, pero si un buen nombre”, le hablaba de un equipo bogotano al que llamaban “ballet azul” que empezaba a causar sensación en el país y tenía muchos admiradores en la capital chocoana. A través de la radio o por los periódicos, la gente se fue aprendiendo la alineación de Millonarios. Él también la citaba como declamando un poema: “Cozzi, Rossi, Pini, Zuluaga, Báez, Soria, Pedernera, Mourín, Di Stéfano, Ramírez y Reyes”.

Con el paso de los años 50, Senén Mosquera hijo fue agregando sus propios ídolos: Julio “Chonto” Gaviria, primer arquero campeón en 1948 con Independiente Santa Fe y luego guardavallas de Nacional y Bucaramanga; o Efraín “Caimán” Sánchez, el primer colombiano en jugar en equipos del exterior y reconocido arquero de América, Cali, Junior, Santa Fe, Medellín, Nacional y Millonarios. Con ellos, el peruano Walter Ormeño del Huracán o el lituano Víctor Kriscuonas Vitatutas del Deportes Caldas. Todos cancerberos como el joven Senén Mosquera, quien empezaba a soñar con vestirse con el número uno en la portería de algún equipo nacional

A Quibdó llegaban El Colombiano de Medellín, El Espectador de Bogotá y El País de Cali. Senén Mosquera se acostumbró a esperarlos y apenas aterrizaba el hidroavión que los llevaba a Quibdó, acudía a comprarlos para coleccionar sus páginas deportivas. Por muchos años guardó fotos en primer plano de “Chonto” Gaviria volando de palo a palo en espectaculares atajadas; o del “Caimán” Sánchez interceptando balones en ángulos imposibles para cualquier mortal. En sus propios cuadernos, Senén Mosquera hizo sus primeros álbumes de recortes. Así daba forma a sus sueños de convertirse alguna vez en arquero profesional.

Por eso, con su mente puesta en ese objetivo, armó cerca a su casa su primera portería. Un tubo de luz atado a dos piedras en medio de una calle sin pavimento. Cuando la tuvo lista, su primo Pacho Londoño se volvió su preparador, pateándole día y noche una pelota de caucho. Él volaba para impedir goles o simplemente para sentirse como “Chonto” o “Caimán”. Con el paso de los días, en el aserrío de Lalo Garcés, un prestante comerciante de Quibdó, consiguió con su primo la madera necesaria para armar un auténtico arco de fútbol. Cuando se cansaba de atajar, reunía a sus amigos del barrio para enseñarles sus recortes de fútbol.

“Miren esta foto de “Chonto” Gaviria, se lanzó al lado derecho. El que me haga un gol por ese lado le doy un centavo”, desafiaba Senén Mosquera a sus amigos. Y poco a poco se fue conociendo en Quibdó que había un muchacho de elevada estatura que pintaba para arquero profesional. Con balones remendados hasta con 20 costuras, en la cancha de tierra del Instituto Pedagógico, rápidamente demostró sus cualidades para defender el arco, al punto de que se ganó un apodo célebre: “Chontico”. Era tal su entusiasmo y su disciplina que todos los días llegaba a su casa reventado o raspado porque se le tiraba hasta un tren.

Un día se percató que su papá tenía unas medias blancas como las que usaban “Chonto” o “Caimán”, y se apropió de ellas. Cuando el viejo Senén las buscó, tuvo que resignarse al comentario de su esposa Constanza, madre del arquero Senén, “Ya se las llevó, está allá jugando con ellas”.

El comienzo de un sueño

En diciembre de 1960, días después de graduarse como bachiller del colegio Carrasquilla, Senén Mosquera fue elegido en los Juegos Nacionales de Cartagena como el mejor arquero. En ese evento estuvo presente el director de las divisiones inferiores del Club Los Millonarios de Bogotá, Jaime “El pantalonudo” Arroyave, un extrovertido y vivaracho personaje que buscaba jugadores por todo el país para su amigo, el técnico Gabriel Ochoa Uribe. Cuando concluyó el campeonato el locuaz Arroyave le dio unos tiquetes aéreos a Senén y se lo llevó a Bogotá para que se probara con los azules.

El primero de enero de 1961, Senén Mosquera dejó su Quibdó del alma y emprendió un viaje que lo llevaría por muchas canchas del país y del mundo. Claro está que en su ruta hacia Bogotá, pronto empezó a reconocer la idiosincrasia del fútbol colombiano. Jaime Arroyave hizo una parada previa en Medellín, supuestamente con fines turísticos, pero su objetivo era ofrecerle el joven arquero al Independiente Medellín. El negocio no se dio y el 5 de enero de 1961, sobre las seis de la tarde, llegó a Bogotá, que encontró tan fría en su clima como en su gente.

Al día siguiente fue presentado al entrenador, jugador y emblema de la institución, el ya retirado arquero argentino Julio Cozzi; y después fue ubicado en una casa del club en la localidad de Teusaquillo, donde lo acogió el popular “Sonrisal”, el chofer del bus de Millonarios que vivía en la misma residencia con su esposa y su hija. En ese momento, Millonarios no atravesaba por su mejor momento. Su portero titular, el paraguayo Pablo Centurión, venía en dificultades, el campeón vigente era Santa Fe, y Senén Mosquera llegaba como una solución a mediano plazo porque su juventud aún no daba para situarlo en la portería del equipo bogotano.

Sin tiempo para descansar, pronto empezó a entrenar con el conjunto albiazul en los predios de la ciudad universitaria. Las expectativas no eran las mejores porque además de Pablo Centurión estaban el arquero Marino Lozano y el joven Martín Alarcón. Todos por delante. Por eso empezó a atajar en el equipo amateur. El campeonato de Fútbol Profesional Colombiano de 1961 arrancó el 12 de marzo. Durante los primeros encuentros, Lozano y Centurión alternaron la titular. Los resultados fueron malos y Julio Cozzi dejó el cargo de entrenador. Entonces retornó un ganador de la casa, el médico Gabriel Ochoa Uribe, quien asumió el equipo en mayo.

Un mes después de la llegada de Gabriel Ochoa Uribe, el chocoano Senén Mosquera debutó en el primer equipo. Lo hizo el jueves 2 de junio de 1961 en Bucaramanga. El partido lo perdieron los azules por 1 a 0, con gol del exmillonario Hugo Contreras. Sin embargo, los 5.197 espectadores que asistieron ese día al encuentro en el estadio Alfonso López, quedaron admirados por las atajadas del ´morocho´ debutante. De la mano de Ochoa, pronto Millonarios adquirió una identidad de juego y siete meses después obtuvo la sexta estrella para la divisa embajadora. Senén Mosquera compartió el arco con Pablo Centurión y Marino Lozano.

Fue su primer año como profesional y celebró dos títulos: como campeón amateur y como integrante de la plantilla del conjunto mayor. Un equipo que basó su éxito en una sólida línea defensiva orientada por Rodolfo “Fito” Ávila, Héctor Lombana y “El Flaco” Bolla; un equilibrado medio campo con Luis Alberto “El Mono” Rubio, Ricardo “Pibe” Díaz y Hernando González; y una delantera de lujo con el estelar samario Carlos Arango, el sensacional Marino Klinger, los extranjeros Orlando Larraz, Jenaro Benítez y Carlos Alberto Debatte y, en especial, el concurso del más importante jugador colombiano de la época, Delio “Maravilla” Gamboa.

1962 fue el año de la consolidación de Senén Mosquera en la portería de Millonarios. Desde el 4 de marzo, fecha en que inició el campeonato, mantuvo la titular, entregándole seguridad al arco albiazul. El 12 de marzo, por ejemplo, el periódico El Espectador, tituló a seis columnas: Senén Mosquera fue la sensación del cotejo de ayer. Millos 4 – Once Caldas 1. En otro juego, el mismo diario expresó: Senén Mosquera impresionó notablemente por su parsimonia, serenidad y sentido de la ubicación. A pesar de que el equipo tuvo que ceder a varias de sus figuras a la Selección Nacional que se preparaba para el Mundial de Chile, logró un campeonato exitoso.

Senén Mosquera compartió el arco con Pablo Centurión, que ya estaba declinando, y con Marino Lozano. Fue una campaña extraordinaria. Alcanzó 62 puntos en 44 juegos. Le sacó cinco puntos al segundo, Deportivo Cali y las últimas 16 fechas estuvo invicto. La nómina del plantel no fue muy distinta a la del año anterior. Ese mismo 1962, el arquero chocoano tuvo dos momentos inolvidables: fue convocado por primera vez a la Selección Nacional para participar en la Copa América que se realizó en Bolivia, y tuvo la oportunidad de conocer y enfrentar a quien era considerado en ese momento el mejor arquero del mundo, el legendario Lev Yashin.

Fue durante un partido previo al inicio de la Copa Mundial Chile 62. El equipo de la Unión Soviética decidió adelantar una gira por América Latina como parte de su preparación, y en la noche del jueves 24 de mayo enfrentó en partido amistoso a América de Cali en el estadio olímpico Pascual Guerrero. Como parte de un convenio especial y en razón al notable rendimiento del arquero chocoano, Millonarios prestó para ese partido a Senén Mosquera. Ese día se lució en el arco e impidió que los rusos lo vulneraran. Cerca de 26.306 aficionados lo aplaudieron y al finalizar el encuentro, el célebre Yashin, conocido como “La araña negra”, le regaló sus guantes.

En 1963 volvió a ser campeón con Millonarios y el arco fue tan suyo como del paraguayo Pablo Centurión o “Pablo arepas”. Fue la segunda valla menos vencida del campeonato, y el equipo logró su octavo título con 63 puntos, superando por dos a Santa Fe. Aunque la figura del plantel fue el estelar José Romeiro Cardozo, uno de los mejores jugadores procedentes del Brasil que haya jugado en Colombia, el cancerbero chocoano siempre obtuvo el respaldo de la afición. Con él se consagraron, entre otros, el caldense Finot Castaño, de larga trayectoria en el onceno bogotano, el ecuatoriano Pedro Gando y los delanteros Delio “Maravilla” Gamboa y Marino Klinger.

Un año después, Senén Mosquera volvió a ser campeón con Millonarios. Sin embargo, no fue un tiempo fácil. El 20 de febrero, por un desacuerdo con los directivos del club, se le canceló el contrato al técnico Gabriel Ochoa Uribe. Primero lo tomó el directivo Carlos Valderrama, después se hizo cargo del equipo el brasilero Joao Avelino. Los resultados no se dieron. Para rematar, en un clásico contra Santa Fe, se lesionó de gravedad el paraguayo Pablo Centurión. Cuando Mosquera estaba llamado a ser el jugador determinante, reincidió en problemas disciplinarios, y fue contratado el reconocido arquero barranquillero Efraín “Caimán” Sánchez.

Hacia el mes de julio de 1964, Sánchez no solo se hizo el dueño del arco embajador sino también su técnico. La campaña fue compleja y sólo se resolvió hasta la última fecha. Millonarios alcanzó su novena estrella con 57 puntos, uno más que Cúcuta Deportivo, pero Senén Mosquera empezó a desaparecer del equipo titular, entre otras razones porque surgió otro legendario arquero colombiano, Calixto Avena. En 1965 se fue “Caimán” Sánchez, asumió la dirección técnica del equipo Óscar “Severiano” Ramos, y cuando todo estaba servido para que Mosquera regresara a la titularidad, tuvo una delicada lesión que lo sacó del campeonato.

Deportivo Cali terminó campeón con 62 puntos, Nacional fue segundo con 60 y Millonarios tuvo que resignarse con el tercer lugar con 57. Su valla recibió 65 goles, razón por la cual el propósito del equipo para el torneo 1966 fue conseguir un nuevo arquero. En cuanto a Senén Mosquera, la desazón que le produjo salir gravemente lesionado en un choque con su compañero José “Pepillo” Marín durante un entrenamiento, justo en el momento en que se negociaba su fichaje con el Atlético de Madrid en España, lo alejó del fútbol. Tanto que decidió debutar en los negocios musicales y creó la discoteca “Mozambique”, pionera de la salsa en Bogotá.

Fútbol con sabor

Situada en la calle 63 con carrera 10, “Mozambique” se volvió el sitio de rumba de muchos futbolistas y uno de los más acreditados para la farra en la capital de la República. Aunque Senén Mosquera participó en las campañas de 1967 y 1968, se subió de peso y poco a poco se olvidó del arco. Además se casó, fue padre por primera vez, y se dedicó a su negocio. Sin embargo, años después el fútbol lo rescató de nuevo y fue otra vez Gabriel Ochoa Uribe el gestor de su regreso. Después de un campeonato amateur entre equipos de locales comerciales en el que fue la figura, el técnico lo convenció de que volviera a entrenar en Millonarios.

Concluía el año 1971 y el médico Ochoa lo sumó a la nómina de la siguiente temporada. Hubo barrida en el equipo y llegaron como refuerzos los paraguayos Apolinar Paniagua y Julio Gómez, así como el uruguayo Julio Avelino Comesaña. De igual modo, se confirmó como cerebro del equipo el estelar antioqueño Alejandro Brand y aparecieron dos juveniles que triunfaron: Willington Ortiz y Jaime Morón. La campaña fue excelente de principio a fin y se redondeó con la décima estrella. Fiel a su estilo, el éxito de Ochoa fue contar con dos arqueros de renombre: el propio Senén Mosquera y el caucano Otoniel Quintana.

En 1973, todo pintaba bien para Senén Mosquera y para Millonarios. Se coronó campeón en el torneo apertura, sólo perdió tres partidos y tuvo la valla menos vencida con 20 goles. Además jugó la Copa Libertadores. Sin embargo, el portero chocoano le dedicaba tanto tiempo al equipo como a su discoteca Mozambique. Hasta que un día incumplió una cita para un juego importante y rebosó la copa del profesor Ochoa Uribe. Aunque años después quiso llevarlo al Deportivo Cali, al comenzar el torneo finalización de 1973 fue desvinculado del equipo. A sus 35 años, entendió que había que dar un paso al costado y dejar atrás su tiempo como deportista activo.

Senén, la leyenda

Nunca se fue del fútbol, al que le dedicó profesionalmente 12 años de su vida. Su récord personal señala que jugó 202 partidos, obtuvo cinco títulos y participó con la selección Colombia en una Copa América. Después fue entrenador en colegios y universidades de Bogotá y Quibdó, promotor de divisiones inferiores e impulsor de varios jugadores chocoanos como Libardo Mesa, Orlando Mosquera Mayo y Ángel Urrutia Mosquera que lograron llegar al profesionalismo. Porteros de la talla de Rubén Cousillas, Ómar Franco y tiempo después José Fernando Cuadrado, fueron algunos de los destinatarios de sus consejos para triunfar bajo el arco.

Por Theo González Castaño

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