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Veinticinco pescadores, un sueño

En pleno desarrollo de la copa américa, hallamos al equipo de santa cruz del islote, uno de los pocos en el mundo que siempre juegan de visitante.

Nelson Sierra G.
06 de junio de 2016 - 03:10 a. m.
José Berrío, “El Piti”, arquero del equipo, durante una jornada de entrenamiento en el mar, pues en la isla no hay un espacio adecuado para entrenar. FOTOS: Nelson Sierra G.
José Berrío, “El Piti”, arquero del equipo, durante una jornada de entrenamiento en el mar, pues en la isla no hay un espacio adecuado para entrenar. FOTOS: Nelson Sierra G.

Las historias tejidas a punta de rumores sobre la isla más densamente poblada del mundo, Santa Cruz del Islote, son varias, y muchas no son ciertas. Empezando porque sus habitantes desmienten que en ella habiten 1.247 personas, y aseguran que apenas son “cuatrocientos cincuenta y pico”. Es cierto que es una isla con pocas y pequeñas calles, pero todas son pavimentadas, limpias y serpenteantes que enmarcan las coloridas casas de sus contadas cuadras. La cultura ciudadana y la amabilidad que allí se respira las envidiarían muchas poblaciones colombianas menos pobladas.

Tampoco es cierto que para cruzar de una casa a otra toque atravesar el patio del vecino. Simplemente allí las puertas cerradas no existen, por lo que no es raro encontrar en su patio tomando el fresco al vecino de enfrente. En el islote todo se comparte, allí todos son una familia y no precisamente porque reinen las relaciones incestuosas a las que se han referido varios medios. La única verdad es que en la isla no hay un parque ni una cancha de fútbol.

La frase más trillada respecto a lo pequeño que es Santa Cruz del Islote reza: “Duermen tan juntos, que sueñan lo mismo”. Es absolutamente rebatible, pues ni duermen tan juntos ni por ello sueñan lo mismo. Sencillamente son tan unidos, que sus sueños son los mismos y de eso da fe un grupo de 18 jóvenes pescadores que desde hace unos meses tienen el mismo sueño, pues lo que empezó como una estrategia publicitaria de una reconocida marca de enjuague bucal, hoy puede ser un partido de fútbol que cambiará sus vidas para siempre. Al menos eso es lo que ellos creen.

Guillermo Cardales, el ideólogo de un sueño.

La epopeya de estos muchachos no nació el día que llegó Farid Mondragón, el histórico arquero de la selección Colombia, con un equipo de producción a grabar un comercial, ese sueño se labró hace 26 años atrás, antes de que muchos de ellos nacieran.

Era diciembre de 1990 cuando Fernando Barrios Berrío, un jugador del equipo Aceite Z, el primer conjunto profesional de Cartagena, llegó con un balón de fútbol a la pequeña plaza del islote convidando a un grupo de muchachos a echar un “picadito”. Allí estaba su primo Guillermo Cardales jugueteando al béisbol con una “bolita de trapo”. No pudieron contener la risa al ver al futbolista con la pelota... “Oye tú, ¿qué crees que vamos a hacer con eso acá ?… Si aquí no hay lugar ni cancha para jugar”. “Si me ganan seguro que dejan el béisbol”, dijo Barrios, y así fue, desde ese entonces en el islote los niños antes de caminar juegan con un balón de fútbol sin importar que en su pequeño mundo no haya espacio para una cancha y mucho menos importa que la lógica dicte que deberían ser nadadores, pues están rodeados de mar.

Edwar Tinoco, capitán del equipo.

Meses después se organizó el primer partido contra la tripulación de una patrullera que forma parte del cuerpo de guardacostas de la Armada Nacional. Los Tiburones del Islote ganaron 8 a 3. Ese día a Guillermo Cardales le dio la locura por conformar un equipo regular y así retar a las demás poblaciones que son parte del Golfo de Morrosquillo, ya que sus aspiraciones de boxeador quedaron en el piso luego de que, durante un entrenamiento, un saco de arena le cayera sobre su muñeca acabando con los sueños boxísticos de “El elegante Cardales”.

El equipo siguió adelante y entrenaban en la pequeña y única plazoleta del pueblo, que a la vez es el patio de recreo del colegio de la isla, en el mar, y sólo cuando conseguían dinero para la gasolina se iban en bote a entrenar a las playas de las islas vecinas.

Los pequeños consideran a los jugadores del equipo como sus grandes ídolos.

La gran prueba llegaría tres años después, cuando participaron en un campeonato organizado por la pesquera El Cardumen. El equipo, liderado por Fernando y el Mono, llegó a la final, pero el día del partido el equipo de Punta Bolívar se quedó esperando a su rival. Camino a Coveñas una tormenta dejó a los muchachos del islote a la merced del mar. Los Tiburones vieron cómo el que podía ser su mayor logro deportivo se diluía entre la tormenta, perdieron por WO.

Pero las malas noticias no cesaron. Fernando Barrios, Chongo, a sus 27 años no logró hacerle su reconocida gambeta a la muerte, porque una leucemia acabó con las ilusiones de quien hasta ahora ha sido el único isleño que alcanzó la gloria de jugar en un equipo profesional. Santa Cruz del Islote recordará por siempre su legado.

Santa Cruz del Islote, a lo lejos parece un pequeño barrio anclado en el mar.

Once años después, en enero de este año, Mono Cardales, ya de 44 años, recibió una llamada, alguien de Bogotá lo estaba buscando para realizar un comercial con Farid y los muchachos. La idea era sencilla: conformar un equipo y enfrentarlo con otro del fútbol aficionado colombiano. Guillermo no lo dudó, lo vio como otra oportunidad para salir de esa tormenta que años atrás frustró el sueño deportivo de Los Tiburones del Islote.

De los 25 muchachos que conforman el equipo, 18 fueron los elegidos para la campaña publicitaria. El Islote Fútbol Club, “el equipo que siempre juega de visitante”.

David Zúñiga, Malala, es un hombre corpulento de cara amable. Él fue el elegido por Guillermo para ser su sucesor como técnico del equipo y así él poderse dedicar de tiempo completo a los niños que aspiran a ser futbolistas, pues es un absoluto convencido que de la isla va a salir no una sino varias estrellas de fútbol colombiano. Malala fue pescador, mesero y hasta cantante de champeta, ahora prepara cocolocos en la playa de la isla Múcura. Desde niño jugó fútbol en las calles del islote, ha visto crecer a los integrantes de este nuevo equipo, él sabe más que nadie sus necesidades, que son las mismas suyas. Un accidente lesionó una de sus piernas acabando con el sueño que es común en todos los niños del islote: “Ser un gran futbolista”.

Las condiciones como pescadores son muy difíciles, no todos cuentan con una embarcación propia para realizar sus jornadas de pesca y muchas veces el combustible para ir a pescar termina siendo más caro que lo que se pesca.

Las tardes, después de las arduas jornadas de pesca, son el único momento para entrenar.

“Vivir aquí es muy difícil, pero hambre no aguantamos, porque todos somos hermanos y el que logra pescar le da a quien no pesca. En la isla compartimos todo, hasta la comida”, dice Sergio Minaldo Cardales, sobrino del Mono y volante del equipo, quien a los 14 años hizo parte de las inferiores de la selección Bolívar. Un día vino un empresario de fútbol que lo había visto jugar ofreciéndole llevarlo a las inferiores del Tolima, pero su abuela y su mamá no lo dejaron ir, un acto de amor que terminó frustrando su vida como jugador, así como lo hizo un cable de un ventilador cuya descarga eléctrica casi le arranca un dedo de la mano y por dicha lesión no fue aceptado en la Policía.

Él sabe que al igual que muchos de sus compañeros de equipo están por los 30 años, ya están pasados en edad para dedicarse al fútbol y esperan que este proyecto al menos les dé la oportunidad de conseguir un trabajo decente y así mantener dignamente a sus familias.

Samuel Berrío no cabía de la dicha, hace unos días había sido elegido como delantero del equipo del comercial, porque desde pequeño estaba acostumbrado a hacer goles en los improvisados arcos formados por mangos o botellas de gaseosa. Tenía la certeza absoluta de que quedando en el equipo alguien se fijaría en él y lo sacaría de las penurias que ha vivido con su esposa y su pequeña hija. Ya era hora de dejar de ser sólo el goleador del islote y convertirse en el delantero de un equipo y que le pagaran por ello. Pero la mala suerte nuevamente se ensañó con el equipo. El disco de la pulidora que manejaba mientras trabajaba se partió y salió disparado contra su cara, por fortuna no perdió el ojo izquierdo, pero sí perdió la oportunidad que había esperado por tanto tiempo. El Rey del dribling de Santa Cruz ese día dribló a la muerte.

Un viernes del mes de agosto del 2010, en el minuto 20 y desde mitad de la cancha, Edwar El Tino Tinoco sacó un zapatazo poniendo a su equipo a ganar 1-0. Dicen que es hasta ahora el gol más bonito que se ha visto en la cancha Alameda en Cartagena. En esa época él tenía 13 años. Ese día se dio cuenta de que podría ser futbolista. Tales fueron sus ganas que se lo creyó, jugó en las inferiores del Júnior y becado en Uniautónoma, pero la suerte no ha estado de su lado para lograr ser contratado, pero todos saben que talento tiene, y de sobra. Una tarde fue a visitar a su abuelo a la isla y vio una extraña algarabía. Mondragón había llegado a realizar el proceso de selección del equipo para el comercial. Tinoco supo que esa suerte que le había sido esquiva durante los últimos meses, hoy le estaba dando una nueva oportunidad, y así fue: fue elegido como volante creativo y capitán del equipo. Desde entonces no ha regresado a Cartagena, se ha quedado en la isla para motivar y entrenar con el grupo. Cuando camina por sus coloridas calles, un pequeño séquito de niños lo siguen y juguetean con él, por nada distinto al carisma tan especial que tiene con ellos. “Tiene la madurez y la jerarquía de todo un profesional, a pesar de sus 19 años”, fueron las palabras de Farid Mondragón.

En el Islote ser jugador de fútbol no sólo es sueño de niños, las niñas también lo tienen.

El 30 de mayo los nervios estaban al límite, las cámaras y los pocos asistentes estaban ahí pendientes de ellos, ansiosos de conocer su talento. En el minuto 13 del primer tiempo Robert Tinoco fue el encargado de romper el hielo desde el banderín del tiro de esquina, pateó con el borde interno, la esférica se elevó, hizo una comba perfecta y gooolll… Gooolll. Así fue como se marcó el primer gol olímpico en el templo del fútbol colombiano, el estadio Metropolitano de Barranquilla, casa de la selección Colombia.

Ese gol, que evoca el realizado por Marcos Coll en 1962, marcó el camino de todas las esperanzas que tienen cada uno de los miembros del equipo. Su victoria 4-2 no es sólo un marcador, es la cifra que representa que no hay imposibles y el final de esos golpes de mala suerte que durante años lo han rondado.

En el Islote fueron recibidos como héroes, con tapas, ollas y pitos, cualquiera pensaría que se adelantaron las Fiestas de la Virgen del Carmen, patrona de los pescadores, pero había alguien cuyos ojos envejecidos por las largas jornadas de pesca no podían contener el llanto y para quien el resultado era algo mucho más significativo: Guillermo el Mono Cardales, quien no pudo asistir al que hasta el momento ha sido el triunfo más grande del equipo del Islote, porque tenía turno como guardia de seguridad del colegio de la isla.

En Santa Cruz del Islote todo es pequeño, menos el corazón de estos 25 hombres para los que el fútbol, por ahora, es su gran sueño. Quedó demostrado que de la pasión con la que ellos lo viven no saldría un solo jugador profesional, sino toda una selección Colombia que daría todo en la cancha hasta quedar sin aliento.

Por Nelson Sierra G.

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