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A Messi nunca le ha gustado perder. La competitividad del argentino vino innata, siempre juega para ganar. Es algo que se le vio desde pequeño en Rosario, allí en esa ciudad de un poco más de un millón de habitantes donde los sueños comenzaron a forjarse. Tanto fue su deseo por ganar que a nadie le gustaba jugar a las cartas con él, porque o hacia trampa o desparramaba las cartas cuando iba perdiendo y se acababa el juego.
Ese deseo de salir siempre victorioso se juntó con el sueño de convertirse en futbolista. Era lo único que lo trasnochaba. Tanto lo desvelaba ese deseo que siempre le hizo el feo para ir al colegio. Y aunque sus calificaciones no fueron malas él prefería estar en el patio que en el salón de clases. Allí comenzó a demostrar las habilidades que tenía con el balón y gracias a eso sus compañeros lo seguían y siempre lo invitaban a jugar.
Pero fue en el campo de Grandoli, en el barrio de la Cera, en Rosario, donde se comenzaron a ver las primeras gambetas de Messi. Su abuela Celia, fue la primera que creyó en él. Ella fue la que le dijo a Salvador Aparicio, entrenador de la escuela de fútbol del sector, que lo pusiera en un partido de chicos cuando Lio tenía cinco años. “Si ve que se asusta, lo saca”, le dijo Celia a Aparicio. Sin embargo, desde ahí comenzó a demostrar su habilidad con el balón, “apenas paró el primer balón, comenzó a gambetear, yo solo le gritaba: ¡patea!, ¡patea!”, recuerda el entrenador con una carcajada.
A los seis años Messi comenzó a entrenarse en las instalaciones de Malvinas, el complejo de Newell’s para los jugadores más pequeños. En esa cancha demostró las primeras pinceladas del gran jugador que sería. No importaba donde jugara, izquierda, derecha o centro. Siempre tenía la cabeza puesta en el arco contrario. Su importancia se sintió cuando lideró al que llaman el mejor equipo de las divisiones inferiores de Newell’s, la máquina 87. “Siempre ganaban por goleada, 7 u 8-0, era increíble” afirma el padre de Lionel, Jorge Messi.
Problema de crecimiento
“Quedate tranquilo, un día vas a ser más alto que Maradona, no sé si mejor pero sí más alto”, le prometió el endocrinólogo argentino Diego Schwarzstein a Lionel Messi cuando en 1998 le diagnosticó una enfermedad que ponía en riesgo su sueño de ser futbolista de primera. Aquel paciente al que detectó “un déficit parcial de hormona del crecimiento” era chiquito, reservado y prometía con el balón, afirma Schwarzstein sobre el niño que recibió a los 9 años midiendo 1,27 metros.
El médico cuenta que solo era posible romper el hielo con Messi preguntándole algo sobre su deporte favorito. “Tenía muy claro que quería jugar al fútbol. Su pregunta era si iba a crecer como para jugar al fútbol”, recuerda el endocrinólogo, que también añade, “allí era que yo le decía, 'quedate tranquilo, un día vas a ser más alto que Maradona'”, reveló el médico rosarino que se especializó en Barcelona.
Según el doctor, este es un “conflicto endocrinológico relativamente frecuente dentro de lo que son las enfermedades infantiles no tradicionales, que afecta aproximadamente a uno de cada 20.000 nacimientos”, un joven con este problema crece menos de lo que corresponde, es imposible saber cuánto hubiera medido si no se trataba. Lo que se sabe es que no iba a alcanzar la talla que debería tener por su genética. Por esta razón el tratamiento consiste en reponer la hormona del crecimiento en la cantidad exacta que falta durante la etapa del crecimiento que termina a los 16 años. “Cuando los chicos no crecen les interesa ser altos por estética, por las minas (las mujeres) y él, Messi, quería hacerlo por el fútbol”, aseguró el médico.
La cura a la enfermedad de Messi costaba 1.300 dólares al mes por inyecciones que el niño debía ponerse a diario en su brazo o en su pierna. Y así lo hizo durante tres años en Argentina y luego al emigrar a Barcelona. El costo significaba una fortuna para un obrero metalúrgico como era entonces su padre y era una angustia para su madre, Celia, pero lo cubría el seguro del trabajo paterno.
“Vino la crisis del año 2001, una de las tantas debacles sufrida en Argentina, y con ella se rompió el sistema de red social. El padre de Leo tuvo problemas laborales y su tratamiento, como el de tantos otros pacientes, perdió la cobertura”, explicó el médico al reafirmar que hizo cerca de un 70% del tratamiento que luego completó gracias al Barcelona. “Por ese tiempo Leo tenía la incertidumbre, la angustia que suponía la posibilidad de tener que interrumpir el tratamiento”, dijo Schwarzstein, al apuntar que la suspensión de las inyecciones de estas hormonas pone en peligro la efectividad.
Entre una fundación y la donación de un laboratorio lograron continuar el tratamiento unos pocos meses más. Dicen en Rosario que Newell's abandonó a Messi, luego el niño prodigio del fútbol probó suerte con River muy brevemente hasta que su padre se lo llevó a Barcelona con la idea de emigrar como otros tantos miles de argentinos que ese año escapaban de una feroz crisis social y económica. “Luego lo que pasó en Barcelona no lo sé bien, pero Messi continuó el tratamiento y el resto, es la mejor historia del mejor futbolista argentino en el mundo”, concluyó el médico.
10 años de un goleador
Desde que se supo que su acuerdo con el Barcelona se formalizó en una servilleta de papel, el paso de Messi por las divisiones inferiores del club fue fugaz. El 16 de octubre de 2004 debutó oficialmente contra el Espanyol y su debut como goleador fue el 1 de mayo de 2005 ante el Albacete, pero ninguno de esos partidos tuvo el impacto que provocó su presentación en el Gamper de 2005 contra la Juve de Capello.
Rijkaard alineó a Messi como titular por vez primera con el dorsal 30 y le sustituyó antes del final para que fuera aclamado por el Camp Nou. A sus 18 años, tuvo una actuación estelar; excelente en el regate ante Cannavaro y Vieira, espléndido en las asistencias, incluso con la espalda; rápido en la conducción de la pelota, bautizado al fin por Capello: “¿Pero de dónde ha salido este pequeño diablo?”. Nadie le escuchó cuando pidió que le prestaran a aquel delantero para la Juve.
El Barcelona tenía problemas con la ficha de Messi. Fue denunciado por Javier Tebas, entonces vicepresidente de la Liga, “por alineación indebida” en un partido contra el Zaragoza. No se sabía bien si actuaba como juvenil o profesional, nunca como asimilado, y para ganar tiempo se especuló con una cesión al Espanyol. Hasta el 24 de agosto de 2005 cuando el Camp Nou pidió a coro que le dejaran jugar en el Barcelona.
Las palabras de Capello certificaron la petición de la hinchada del Barcelona. “Nunca he visto un jugador joven con tanta calidad y personalidad, me encantó”, afirmó. “Jugar así, con esta camiseta, en este estadio, le augura un futuro espléndido”. Messi se arrancaba entonces desde la derecha, como un extremo, igual que ahora, después de ocupar la posición de falso nueve que le buscó Guardiola desde el 2-6 del Bernabéu. Diez años después, gambetea igual que cuando enfrentó a la Juve.
Ya no forma con Eto'o, Ronaldinho y Giuly, ni compite con Larsson y Maxi López, incapaces aquella noche de ganar al campeón italiano (2-2), que se llevó el trofeo por penaltis, sino que se ha dejado caer de nuevo a un costado para mezclar mejor con Suárez y Neymar, tras fichajes fallidos como el de Ibrahimovic. “Me considero un afortunado”, dice. “Es difícil superar una alineación con Luis Suárez y Neymar, dos jugadores en el techo de su carrera”.
Precisamente con ellos ganó cinco de los seis torneos que disputó en 2015. Contribuyó de forma decisiva para que su equipo logrará el segundo triplete (Liga de Campeones de Europa, liga española y Copa del Rey) de su historia, y fue el máximo goleador liguero del Barcelona, con 43 tantos. También logró la Supercopa Europea. Además, fue el máximo realizador de la Liga de Campeones de Europa, con 10 tantos y 6 asistencias.
Todo esto lo llevaron a ser nominado al Balón de Oro, que podría ganar por quinta vez. El argentino también figura en la lista de tres jugadores que optan al Premio Puskas 2015 (mejor gol del año), por el tanto logrado en la final de la Copa del Rey, contra el Athletic Club Bilbao. Con la selección de Argentina, llegó a disputar la final de la Copa América, en la que cayó contra la anfitriona Chile.