Íngrit Valencia, la boxeadora que quería ser futbolista

Sus puños se dieron a conocer en los Olímpicos de Río 2016, donde se colgó la medalla de bronce, lo que le valió un reconocimiento en la ceremonia más importante del deporte colombiano.

Sebastián Arenas
17 de diciembre de 2016 - 10:35 p. m.
La boxeadora Íngrit Valencia fue una de la deportistas olímpicas reconocidas por El Espectador.
La boxeadora Íngrit Valencia fue una de la deportistas olímpicas reconocidas por El Espectador.

Ganó medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. El 18 de agosto se convirtió en la primera boxeadora en darle una presea a Colombia. Su deseo era obtener el oro, “porque es el máximo sueño”, pero la francesa Sarah Ourahmoune se interpuso en ese anhelado sendero, que aún tiene muchos kilómetros guardados para Íngrit Valencia, quien dos días después del memorable combate ya posaba en el podio con el metal en su pecho, inflado de orgullo ante la gesta conseguida.

Mientras escuchaba el himno británico junto a Nicola Adams, que se alzó con el oro tras vencer a Ourahmoune (plata) en la final, Valencia valoró el tiempo que dejó de pasar con su hijo Johan Steven, de diez años, por entrenar con su esposo, Raúl Ortiz, oriundo de Ibagué, Tolima, que acogió los sueños de Íngrit en 2010, cuando ella decidió aceptar la invitación de la Liga de este departamento para representarlo a nivel nacional.

El rostro moreno, fino, delicado y sonriente de la de Morales, Cauca, también recuerda que el boxeo “no era una pasión sino que yo era de un barrio bajo donde la disciplina del boxeo no la cobran ni nada, entonces decidí practicar desde los 14 años”. Volvió a lanzar puños a los 20 años, luego de su embarazo. “Cuando regresé, me inicié en el departamento del Tolima como boxeadora nacional e internacional. Desde ahí comenzó mi carrera deportiva”, cuenta, en diálogo con El Espectador.

Antes de Ortiz, tuvo como formador a Jorge Aguirre, y previo a eso, junto a su familia, residió en un barrio de invasión en Cali, en el jarillón del río Cauca. Fue por esa época cuando le apodaban La Zarca por “los ojos, pero ya ahorita nadie me llama así”. Sus abuelos, Julio Valencia y Aurora Victoria, la criaron. “Son todo para mí, siempre los recuerdo y los llevo en mi corazón, son los que me levantaron y me dieron el valor que tengo hoy en día”, dice con emoción.

La pugilista no quiere quedarse solo en eso; lucha por formarse académicamente y darle un mejor futuro a Johan Steven. Siempre en pro del deporte, ella espera estudiar una Licenciatura en Educación Física, para lo que se le presenta otro obstáculo que, con la fuerza que la ha impulsado a ser grande, seguramente superará: “Lo que pasa es que no hay esa carrera a distancia y presencial me queda muy difícil por los entrenamientos, por los viajes, entonces no podría asistir, pero ahí estoy mirando. Ojalá me puedan colaborar con eso para poder estudiar a distancia”.

Íngrit no se arrepiente de haber tomado el camino de los puños de gloria. Así se dio a conocer. Pero reconoce que el boxeo no estaba entre la prioridad de sus sueños. Quería obtener los triunfos con los pies y no con las manos. “Me hubiera gustado mucho ser futbolista”, afirma la “hincha de Colombia”, la que se sienta con gusto a “ver fútbol” y que además quiso ser conquistada por la natación y el atletismo, pero “había que pagar una mensualidad y no tenía la comodidad, no tenía el dinero para pagar”.

Ante las adversidades económicas, “entrenaba y trabajaba a la vez. Salía muy temprano a trabajar y a las tres o cuatro de la tarde me iba a entrenar y salía a las ocho de la noche hacia mi casa”, rememora la valerosa mujer que “trabajaba en una obra de construcción como toda persona asalariada”. Les preparaba la comida a los obreros; ahora, cocina ilusiones, hierve victorias, piensa la receta para dar el salto del amateurismo al profesionalismo, pese a que aún no toma la decisión debido a que en “la amateur apenas empecé, son mis primeros Olímpicos, pienso seguir, hacer otro ciclo y ahí sí mirar al profesionalismo. La verdad, me han llegado ofertas, no he pensado todavía en dar el salto, pero sería una buena opción”.

Íngrit Valencia, quien se define como “alegre, humilde, humana”, reconocida en el Deportista del Año El Espectador y Movistar por su desempeño en las olimpiadas, lo que detalla como “una experiencia muy bonita”, acepta que “después de la medalla ha tenido más apoyo de Coldeportes, del Comité Olímpico Colombiano, de la Federación Colombiana de Boxeo”. Su nombre abandonó el anonimato, “me conocen más”, se le han abierto más las puertas y las que faltan, porque aunque no dibuja sus logros en forma de pelota, la apertura a futuros éxitos se está gestando con puños moldeados de entereza.

Por Sebastián Arenas

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