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"Me quieren hacer responsable de todo lo que pasa y eso me hace sentir muy incómodo", dijo.
Parece que los últimos capítulos de la historia de Jairo Castillo como futbolista se están escribiendo con un lápiz roto. A 115 días del descenso con América de Cali, El Tigre quemó una nueva página de su legajo en Atlético Tucumán, un club de la Primera B Nacional, la Segunda División del fútbol argentino, al cual llegó como primera figura y se fue por la puerta de atrás. De aquel 17 de diciembre de 2011, cuando erró su penalti en la Promoción ante Patriotas, a este domingo de Pascua en el que rescindió su contrato, el delantero vivió cuatro meses opacos. Y después de haber dejado una buena impresión en Vélez Sársfield, Independiente y Godoy Cruz, difícilmente el delantero tumaqueño, de 34 años de edad, vuelva a jugar en la Argentina.
“Me quieren hacer responsable de todo lo que pasa y eso me hace sentir muy incómodo. Nunca me insultaron tanto como en este club”, declaró Castillo el sábado, después de la derrota de su equipo 4-0 ante Quilmes, por la fecha 28 del campeonato. Y, sin más preámbulos, le comunicó su intención de irse al técnico, Juan Manuel Llop. Un día después se juntó con el presidente del club decano, Mario Leito, y cerró un contrato que había establecido apenas tres meses atrás. Entonces, El Tigre llegó a Tucumán, en el norte del país, como un refuerzo top. Sin embargo, apenas jugó ocho partidos y marcó un solo gol, en el empate 1-1 con Gimnasia y Esgrima de Jujuy. Y lo que generó en el plantel fue un clima de tensión por su alto salario y su flojo rendimiento.
Fundado el 27 de septiembre de 1902, el Tucumán pudo subir a Primera División en 2009. El sueño del fútbol grande duró un año. Y volvió a la B Nacional. Por eso el objetivo de la dirigencia era formar un equipo competitivo para ascender esta temporada, más allá de la ilustre presencia de River Plate, el coloso caído en desgracia, candidato natural. Por eso le apostó a Jairo, que arribó de la mano de los empresarios Horacio Rolla y Sebastián Celoria el 16 de enero, cuando el equipo estaba haciendo la pretemporada en Salta, provincia vecina. Fue recibido con bombos y platillos, casi con una presentación al estilo europeo. Nada hacía prever ese final cargado de silbidos, insultos y botellazos que el colombiano vivió el sábado en el estadio José R. Fierro.
“Él quiso irse...”
“La realidad es que no vimos el jugador que nosotros creíamos que era”, le dijo el vicepresidente de Atlético, Luis Narchi, a El Espectador. Y añadió: “A pesar de que en su país había descendido, venía de tener un campeonato regular. Eso fue lo que generó mucha expectativa. Y aunque nosotros no somos de rescindir contratos, el jugador manifestó su deseo de irse”. Y, claro, los tucumanos no hicieron muchos esfuerzos por retenerlo. En especial, porque su sueldo era muy superior al de sus compañeros, lo que generó resquemores en el plantel. Una verdad absoluta, más allá de las desmentidas oficiales. Mientras los principales referentes del equipo cobraban en pesos argentinos, Castillo había acordado un jugoso contrato en dólares a percibir en cuotas. Eso sí, según Narchi, “no cobró un centavo de más, sólo hasta el último día que pasó con nosotros, el sábado”.
Ese día, justamente, fue negro para Castillo. Cuando el partido iba 0-0, perdió un gol increíble. Y desde las tribunas le dispararon con una gruesa munición verbal. Con un juego de muy bajo nivel, el colombiano fue reemplazado por el uruguayo Cristian Palacios a los 23 minutos del segundo tiempo. Se fue directamente al vestuario, bañado en repudios. Fue el detonante. “Había tenido un muy buen semestre en América. Metió 7 goles en 11 partidos. Pero acá, cuando estaba por ponerse bien, tuvo un problema muscular. Y los hinchas le exigían que hiciera el doble que los demás jugadores por el peso específico de su nombre. Y así es muy difícil desarrollarse”, le dijo Llop a El Espectador. “Yo lo conozco de hace tiempo. Lamentablemente no rindió a su nivel y es una baja deportiva muy importante”, afirmó el técnico.
La rumba
¿Tuvo algo que ver la salida de Castillo con su comportamiento fuera del campo de juego? Según cuentan en Tucumán, no se lo observó permanentemente en la noche y la mayoría del tiempo se la pasó recluido en el hotel República, junto a Freddy, un amigo al que llama “primo”. Nadie descarta alguna juerga, claro, aunque nunca como en sus peores tiempos, cuando era noticia por sus rumbas más que por sus goles. Lo cierto es que el colombiano nunca estuvo a gusto en el Norte del país y solía decir que extrañaba Las Cañitas, en Palermo, un barrio lleno de bares, más acordes a la medida de El Tigre.
Ayer por la mañana, Castillo se despidió de ese plantel que lo miraba de reojo por su suculento salario en el complejo José Salmoiraghi, ubicado en las afueras de San Miguel de Tucumán, capital provincial. Obviamente, nadie le hizo saber de estas diferencias, que para la dirigencia eran “mínimas”. Pasado el mediodía, El Tigre abandonó la ciudad. ¿Qué será de su vida a partir de ahora? ¿Colgará los guayos? “No, Jairo quiere seguir jugando. Lo que le pasó en Atlético es lo que no le sucedió en ninguno de los otros clubes en los que jugó: lo insultaron de todos los costados. Pero él es un elegido y va a volver a fútbol. Ya tengo varias ofertas del exterior”, le dijo Horacio Rolla, apoderado del futbolista, a este corresponsal. ¿Regresará a Colombia? “No, al único club que volvería a jugar en su país, sería al América”, manifestó el agente. Complicado que vuelva a los Diablos Rojos, quizá la página más triste de toda su carrera.