Jairo Molina o la apología a la ascensión

El delantero del Deportivo Pereira aportó con sus goles para el ascenso del club. Su perseverancia se origina en los días en los que vendía patacones con sus compañeros para poder entrenar y participar de los partidos de la Real Academia.

Andrés Osorio Guillott
26 de diciembre de 2019 - 01:00 a. m.
Jairo Molina marcó 18 goles en 2019 con Deportivo Pereira. / Cortesía
Jairo Molina marcó 18 goles en 2019 con Deportivo Pereira. / Cortesía

Jairo Molina narraba que “antes de llegar a Medellín estaba jugando con el equipo de la Primera C. Fuimos a Barranquilla. Estaban unos veedores de Medellín. Vieron el trabajo de varios compañeros míos. No me fui a presentar solo. Éramos como siete. Nos fuimos de la mano de Alexis Saldarriaga, una persona fundamental en mi vida, me ayudó mucho y me dio buenos consejos. Él fue el que me llevó a Envigado una tarde noche. No se me va a olvidar ese día que me subí al bus y le dije a mi mamá: no me esperes, porque esto va para largo. Y así fueron las cosas”. Y así siguen siendo. Tiene 26 años y ya ha jugado en seis clubes profesionales. En algunos con más suerte que en otros, pero lo cierto es que desde aquella noche este jugador de El Plato, Magdalena, no volvió a la casa de su mamá porque supo embarcarse en su añoranza y en su pasión.

Una apología a la ascensión. Eso representa Jairo Molina en su fútbol, en su vida, en su aporte para que Deportivo Pereira retornara a la primera categoría del fútbol profesional colombiano. Por su técnica en el juego aéreo, por su manera de surgir a nivel personal, de sortear adversidades y de mantenerse firme en sus ideales, por ser pieza clave en una nómina que sacudió la sal del equipo matecaña y logró salir de la B tras ocho años de intentos frustrados y de arañar el trofeo que verifica el fin en la segunda división y la entrada a los grandes escenarios que colman a miles de hinchas cada fin de semana y los aparta por 90 minutos de los agobios, de los secretos convertidos en angustias.

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“Fueron años en El Plato, donde se tuvo necesidades. No teníamos dinero para viajar, para un balón, para unos conos. Vendíamos pasteles, patacones rellenos y postres para poder viajar a Santa Marta, Barranquilla y Cartagena a jugar el torneo nacional para comprar balones. Eso fue muy especial para mí, porque te enseña que cada día tienes que ser más fuerte, asumir todo con sacrificio, con humildad. Hoy en día les doy gracias a la escuela de la Real Academia, a los directivos, al técnico (Ómar Moreno), que siempre me mantuvo ahí y me dio buenos consejos”, contaba Molina, recordando sus inicios, evocando las canchas húmedas y los estadios donde iniciaron Alberto Gamero, Carlos el Pibe Valderrama, Alfredo el Maestro Arango, Radamel Falcao García, entre otros jugadores que crecieron entre los macondos y los cultivos de plátano que custodian las carreteras y los municipios del departamento del Magdalena.

Jairo Molina marcó 18 goles este año con el Deportivo Pereira, varios de ellos de cabeza, que él mismo reconoce como su fuerte. Lo que es hoy se resume en dos consejos de dos técnicos que lo dirigieron en el pasado: ser un nueve neto, de área y un delantero con sacrificio y jerarquía”, aclara.

“Las palabras tienen poder. Le dije a mi esposa: ‘Mañana me van a llamar porque voy a ser un nuevo jugador de Deportivo Pereira’. Cuando vos tenés esa fe en Dios, en ti mismo, las cosas se dan. Gracias a Dios hoy puedo decir que los sueños se cumplen, y bueno, al día siguiente me llamó mi empresario y me dijo que teníamos que viajar a Pereira”, recuerda también Molina, a la par que menciona que llegar a este presente no fue sencillo, venía de un Deportivo Pasto en el que casi no jugó, de un Dorados de Sinaloa que no le dio muchas oportunidades, de una lesión que lo alejó de las canchas cuando estaba en Tolima. Los minutos de juego que lo mantuvieron firme sucedieron en Bogotá Fútbol Club, en Envigado, en ese club que lo llevó a su debut en 2012 y en el que estuvo seis años previos, trabajando con la misma insistencia con la que vendió los patacones rellenos y los postres junto con sus compañeros, no solamente para poder comprar un balón y un par de conos, sino para erigir el temple necesario para adquirir disciplina, para hacer de la templanza una de las virtudes del deportista que crece anhelando lo que en su infancia fue esquivo, que crece humilde y con la seguridad de darse a sí mismo la confianza de ser el mejor jugador y de regresarles a sus familiares lo que ellos le dieron para mantenerse firme.

Al delantero no se le va su acento costeño. Habla con orgullo de El Plato, de la tierra en la que no nació, pues su registro dice que es de Barranquilla, pero fue en ese municipio del Magdalena donde se crió. El origen y la causa de lo que es en este presente se los debe a esos años, a la gente que aún vive allí y que ve cómo sus goles llevaron al ascenso al Deportivo Pereira, de cómo su juego y su fuerza son una alegoría al héroe que asume su destino y que confía en su propia condición para que los presagios sean respaldados por la misma voluntad.

Jairo Molina se debe ahora a su esposa y sus dos hijas. Es el amor por su familia el que lo motiva y es la correspondencia con el Pereira el que lo lleva a dar todo de sí. Anhela volver a jugar en los estadios de la A y aspira que la hinchada que admira por tantos años de espera y agobio, lo sigan acompañando y sigan coreando a un equipo que busca desempolvar su historia.

Por Andrés Osorio Guillott

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