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Aunque no pudo con su selección levantar la Copa el año pasado en Sudáfrica, al argentino le reconocen el nivel que ha llevado al Barcelona de España a ser un club casi invencible.
La sonrisa, entre pícara y nerviosa, con la que subió este lunes al escenario para recibir de manos de su entrenador Pep Guardiola el trofeo que por segundo año consecutivo le confirma como el mejor del mundo, es justamente lo que genera esa genialidad que le distingue desde muy temprana edad, cuando vestía la camiseta del Grandoli.
Desde aquel equipo en su natal Rosario, que era dirigido por su padre Jorge, Lionel Andrés Messi fue diferente. Al ser tan diminuto y hacerse incontrolable para rivales que le doblaban en estatura, como también por el problema hormonal que le llevó a dejar su amor rojinegro por Newell’s Old Boys y ser rechazado incluso por River Plate.
Pero la que parecía una seria amenaza a un diamante en bruto, terminó siendo el impulso para que su familia decidiera cruzar el Atlántico y encontrar en La Masia de Barcelona el laboratorio ideal en el que la joya no creció tanto en lo físico como sí en brillo, hasta deslumbrar al Camp Nou, cuyas gradas lo vieron debutar en la temporada 2004/05 y desde entonces no cesan de sorprenderse ante su magia ilimitada.
Vestido de azulgrana, se acostumbró a dar cuanta vuelta olímpica se le ha antojado y no en vano fue el artífice de las seis Copas de 2009 que terminaron por encumbrarlo a un lugar al que ningún otro futbolista se le acerca.
Como el coleccionista de títulos que ya es, aparte de ser el único argentino en llevarse la máxima distinción para un futbolista, ahora se ha convertido en el más joven en ganar dos títulos de Balón de Oro y ya acostumbrado a batir récords, su talento advierte no saber de límite alguno.
Es distinto y punto. Hasta este lunes en el Palacio de Congresos de Zúrich, donde prefirió el corbatín a las corbatas que lucieron los otros dos postulados, amigos y compañeros: Iniesta y Xavi, quienes eran favoritos antes de la gala y terminaron, como los rivales del rosarino, sucumbiendo ante el desequilibrio arrollador del 10.
Hoy, a sus 23 años, el mundo del fútbol vuelve a rendirse a sus pies, aunque el argentino ha sido claro en afirmar que cambiaría esta distinción, una de las tantas que empiezan a contarse por decenas, por ser campeón del mundo con la albiceleste. Para fortuna suya, tiene fútbol y edad para seguir buscando ese sueño.