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Su papá, Luis Aldemar Pajoy, se ganaba la vida a guantazos. Boxeaba, generalmente, en la frontera con Venezuela para asegurarles un futuro a sus hijos. Pero casi 20 años después de su retiro de los torneos nacionales de peso pluma, dos de sus hijos, Lionard Fernando, de 30 años, y John Freddy, de 23, se labran su camino en el fútbol. Ambos delanteros, de Itagüí y Once Caldas, respectivamente, luchan por un mismo fajín: el botín de artilleros del Clausura.
Los dos (al igual que su hermano mayor Luis Aldemar Jr.) salían a trotar a las calles con su padre, quien aún después del retiro —hoy es maestro de construcción— tira jabs y ganchos mientras corre. “Cuando nací, mi papá ya se había salido del boxeo. No me hubiera gustado verlo noqueado. Nunca nos gustó pelear”, recuerda John, goleador del Caldas con ocho tantos.
Los tres hermanos se criaron en las calles del barrio Eduardo Santos de Cali. Libraron una verdadera batalla para esquivar los vicios, las tentaciones y la delincuencia. “Muchos amigos terminaban muertos, en prisión o en cosas raras. Nosotros nos dedicamos al fútbol”, dice Luis Aldemar, el mayor de la casa, guardia de seguridad de centros comerciales. Su madre Yolanda Ortiz dice que es mejor que sus hermanos en fútbol, pero a los 18 años decidió retirarse de la escuela Boca Juniors.
La abuela paterna y papá Luis inscribieron a Lionard, cuando tenía 11 años, a la escuela Carlos Sarmiento Lora. Caminaba 20 cuadras hasta un paradero donde lo recogía el bus de la academia. “Él mantenía en cortos. A veces no comía o le tocaba pedir unos guayitos prestados, pero no se perdía un entrenamiento. Y al regreso seguía jugando en la calle con sus hermanos”, dice su madre Yolanda, quien trabajaba en un restaurante en Cúcuta (donde nació Lionard) y ahora es pensionada.
Lionard debutó en 2004 con Atlético Huila y en 2006 llegó a Boyacá Chicó, a donde llevó consigo a John Freddy, entonces de 16 años. En su paso por el Cúcuta fue suspendido seis meses por dar positivo por dopaje durante la Copa Libertadores de 2007. “Fue muy triste, pero tuve mucho apoyo. Lo juro por mis hijos que nunca hice nada. Pero eso es pasado y ahora estoy figurando”, asegura Lionard, quien tuvo un paso fugaz por Millonarios y ahora suma 10 goles con su equipo Itagüí.
Disputa el botín de goleador, entre otros, con su hermano John Freddy, a quien años atrás pellizcaba cuando no sacaba buenas notas en el colegio. “A diferencia de mis hermanos, no me iba bien en el colegio. Hace poco me gradué en un validadero”, reconoce.
El fútbol los unió desde pequeños y cuando Lionard entrenaba, John Freddy se quedaba en casa con Luis, con ganas de emularlo. “Todo el tiempo me decía que jugáramos. Como si el balón fuera un disco de ultimate, pateaba el balón y John Freddy trataba de traerlo rápidamente. Le gustaba mucho”, recuerda el mayor.
John Freddy duró poco en Chicó. Integró la selección de Boyacá y luego actuó en Patriotas. El 2 de enero pasado lo llamó Juan Carlos Osorio, entonces DT del Once Caldas, y aceptó la propuesta de unirse a ese club.
Hace unas semanas se enfrentaron Caldas e Itagüí, en el Palogrande. El equipo de Manizales ganó el juego y John Freddy una apuesta: un asado a su hermano mayor. “Mi mamá, que nos llama a bendecirnos antes de cada juego, me dijo entre risas: ‘Mijo, anote un gol, pero deje que Caldas gane para que clasifique’”. Ahora espero apostar otra cosa y ganarle”, dice Lionard.
“El semestre pasado en Ditaires casualmente nos topamos en una jugada. La tiré larga y él me bajó con una falta. No le dije nada porque él es el mayor, el que me aconseja. Lo respeto muchísimo y no le contesto. A pesar de eso, espero que esta Navidad la celebremos con una estrella y un botín dorado, que ojalá gane el chiquito”, dice entre risas John, quien fue expulsado en el primer juego contra América, pero espera que su equipo avance a semifinales.
Lionard también espera superar a Santa Fe, luego de que el domingo —cuando puso dos asistencias— su club perdiera 3-2. Caer y levantarse a seguir luchando está en su sangre. Pero además de soñar cada uno con el título, los hermanos Pajoy disputan una batalla aparte: el botín de goleador.