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Los impuestos y las estrellas del deporte

Mónaco anuncia más prebendas, España vuelve al debate sobre la Ley Beckham, mientras Italia persigue a Maradona y Argentina a Giovanni Hernández.

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Nelson Fredy Padilla Castro, editor dominical de El Espectador
26 de febrero de 2012 - 06:56 p. m.
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El precio del estrellato a nivel deportivo se tasa en dólares o euros, en ceros a la derecha de los contratos multimillonarios, pero a la vuelta de la esquina están las oficinas de impuestos de los países en donde los ídolos cobran. Ejemplo: España detrás de Lionel Messi, porque factura al menos 35 millones de euros anuales por salario, primas y otros conceptos, y de Cristiano Ronaldo, porque ya alcanzó los 30 millones de euros por año.

Claro que España es el país con menores costos fiscales para los futbolistas extranjeros, según un informe realizado por Ernst&Young Abogados, que comparó la fiscalidad que soportan los clubes de fútbol por los jugadores en Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Holanda y España. Este último introdujo desde 2004 un régimen especial de tributación -la llamada Ley Beckham-. Tal vez por eso se convirtió en la liga más atractiva y poderosa a nivel económico, desplazando a la inglesa y a la italiana.

Sin embargo, en el parlamento de ese país cursa un proyecto para elevar del 24% al 43% la tributación que pagan los deportistas extranjeros con rentas superiores a los 600.000 euros anuales (882.313 dólares). La enmienda reclama equiparar a los futbolistas con lo que pagan el resto de los españoles. “Es simplemente razonable”, dijo el portavoz de Iniciativa Per Catalunya-Izquierda Unida, Joan Herrera, uno de los grupos que ha impulsado la reforma. José Luis Astiazarán, presidente de la Liga de Fútbol, anunció que eso significaría sobrecostos para los clubes de 100 millones de euros y podría ser una sentencia de muerte para el campeonato.

Mientras tanto, en Inglaterra hay un centenar de investigaciones abiertas contra futbolistas profesionales que no habrían declarado sus ganancias adicionales por publicidad y en Italia leyendas como Diego Maradona no terminan de zanjar sus diferencias impositivas con el fisco italiano que asegura que el astro argentino le debe 40 millones de euros por concepto de sus ganancias cuando fue timonel del Napoli.

En una entrevista concedida la semana pasada al diario italiano Corriere dello Sport, Maradona reconoció que “si esta situación se arreglara, podría volver a Italia sin sentirme un ladrón. Después podría pensar en sumergirme otra vez en el fútbol italiano. No lo niego: me gustaría entrenar a un equipo italiano. Y si un día ese equipo fuera el Napoli, ahora sí realizaría otro sueño”.

Han sido implacables con él. En 2009 miembros de la Guardia de Finanzas de Bolzano fueron hasta el Spa en donde se sometía a un costoso tratamiento de adelgazamiento para sacarle sus famosos aros de diamante, avaluados en 4.000 euros. “No sé si a todos les han sacado un reloj y un diamante de la oreja. Tengo dentro una rabia que no puedo explicar”, aseguró aquella vez.

Por eso insistió al Corriere: “Cada vez que pongo un pie en Italia me siento perseguido. Tengo una sensación horrenda. El Fisco me hace sentir un traidor, un ladrón. Pero yo no les robé nunca a Italia ni a los italianos. Sólo di diversión y alegría en la cancha. Yo no tenía nada que ver con la deuda. Soy la víctima, no el culpable. En cambio, en Italia me convertí en el símbolo de la evasión fiscal. Es una injusticia”.

Mientras en España, Inglaterra e Italia se extreman los controles sobre las fortunas de los grandes deportistas, el Principado de Mónaco enfrenta la crisis económica en Europa con la estrategia contraria. Ofrecer prebendas cada vez mayores a íconos de deportes multimillonarios como la Fórmula 1, el fútbol y el tenis. Quien ha sabido aprovechar los brazos abiertos de este pequeño estado de dos kilómetros cuadrados, con inversionistas de 120 países, es el número uno del deporte blanco, el serbio Novak Djokovic. Allí vive en medio del lujo con su bella novia, Jelena Ristic, y alejado de las presiones.
Detrás suyo han corrido figuras del tenis como Nadal, Federer –aunque dicen que al mejor jugador de todos los tiempos Suiza le han diseñado un esquema especial para no desaprovechar su creciente capital- y Caroline Wozniacki. Prácticamente la mayoría de los ricos de la Fórmula 1 tienen inversiones allí, desde Bernie Eclestone hasta pilotos como Michael Schumacher y David Coulthard, este último dueño de un hotel y casino.

El Principado atrae con liberación de impuestos pero con participación accionaria a magnates del fútbol como el ruso Dmitry Rybolovlev, residente que acaba de convertirse en el principal accionista del club de fútbol local, el AS Mónaco, con una apuesta de 100 millones de euros.

En Colombia, los deportistas mejor pagados están incluidos y seguidos por el programa Muisca de la Dirección de Impuestos Nacionales gracias a lo cual el recaudo ha mejorado 25%. Cuando alguno se sale de la norma lo llaman personalmente al orden, sin escándalos conocidos hasta ahora. En el país es la Superintendencia de Sociedades la que le reporta a la DIAN cuánto gana cada futbolista en los clubes profesionales.

El 10 del Atlético Júnior, el colombiano Giovanni Hernández es quien se ha convertido en símbolo de este tema porque la justicia de Argentina le sigue una causa por evasión impositiva de más de 500.000 pesos (125.000 dólares) que contrajo en su paso por el Colón de Santa Fe en 2006.

El Juzgado Federal número 2 de Santa Fe ordenó el embargo de sus bienes luego de que la Administración Federal de Ingresos Públicos de Argentina (AFIP) denunciara penalmente al jugador, precisó el organismo en un comunicado. Se ha especulado incluso con la posible captura del mediocampista, pero él asegura que sus abogados están al tanto de la situación, que él pagará lo que debe si demuestran que es así y que hay gente interesada en crearle mala imagen internacional. “Lo que pasa es que uno como jugador extranjero firma por un contrato líquido, fuera de impuestos y en este caso hubo problemas”.

A veces los impuestos juegan una mala pasada.

Por Nelson Fredy Padilla Castro, editor dominical de El Espectador

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