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                                                                                                                              “Ahora quiero ser el número uno del mundo”, dice Jordan Spieth

                                                                                                                              El ganador del Masters de Augusta pronostica una histórica rivalidad con el norirlandés Rory McIlroy. Ya lo citó para el Abierto Británico en Saint Andrews, el próximo Major.

                                                                                                                              El País de España

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                                                                                                                               Hoy, cuando Jordan Spieth revise su clasificación en el escalafón mundial aún no se verá primero, pues Rory McIlroy aún está lejos. Esa lista, sin embargo, será secundaria, pues la contemplará vistiendo una chaqueta verde en cuyo bolsillo encontró un cheque de 1,8 millones de dólares, el botín de una tarde de fresca brisa y sol agradable, ideal para pasear y para darle a la bola en el Augusta National Golf Club. El joven Spieth ganó el Masters en solo su segunda participación y proclamó, con su gran juego, sus nervios inexistentes, sus números y su juventud, el advenimiento de una nueva época en el golf.

                                                                                                                              Los ganadores de los últimos grandes: Rory McIlroy y Spieth, aún no han cumplido los 26 años. A los 21 años y ocho meses, Spieth, el joven de Dallas (Texas), es el segundo jugador más joven que gana el grande más deseado, batido solo por cinco meses por Tiger Woods. Lo consiguió liderando el torneo en solitario desde el primer día, lo que le engancha a la lista formada por algunos de los nombres más grandes de la historia del golf: Craig Wood, Arnold Palmer, Jack Nicklaus y Raymond Floyd, el último que lo consiguió, hace 39 años.

                                                                                                                              “Dime la verdad, Jordan”, le dijo su caddie, Michael Greller, el profesor de matemáticas más famoso de Texas, “a que prefieres estar aquí que en Pasatiempo con el equipo de la Universidad?” Y aunque Pasatiempo es un campo magnífico, un diseño de Alister McKenzie como Augusta, y aunque en el campo del Masters Jordan Spieth, de mirada falsamente beatífica, alopecia galopante y líder desde el primer minuto, estaba al borde de un ataque de nervios, el joven texano asintió. Se comió lo nervios y peleó hasta la victoria. “Spieth es un muchacho muy intenso, y no se le puede agobiar con consejos. Solo hay que decirle una frase, una sentencia, de vez en cuando. El resto del partido solo hay que escucharle”.

                                                                                                                              El ya legendario Tiger Woods también tuvo 21 años y también a esa edad ganó su primer grande, también, como el prodigioso Jordan Spieth, el Masters de Augusta, con la misma tarjeta de 270 golpes (-18). Ahora tiene 39 años y habla como un viejo. “Sí, Jordan es muy bueno”, dijo. “También yo cuando gané en el 97 con -18 no fallé ni un putt de menos de tres metros, y lo mismo hice cuando gané el Open de Estados Unidos en Pebble Beach, y también hice lo mismo en el Open en Saint Andrews, y…” Y podría haber seguido así media hora, recitando sus 14 grandes, marcando distancias, pero prefirió hacerlo recordando, como todos los nostálgicos, que en su tiempo era mucho más duro. “Pero a Jordan, que hizo lo que los demás no pudimos hacer, le ayudaron las condiciones. El campo estaba más blando que nunca. Exceptuando el domingo, en el que los greens rebotaban un poco, los demás días el campo estaba muy fácil. Y yo pensaba que después de haber alargado el campo tras mi -18 nadie podría acercarse a mi marca, pero los del club no han endurecido el campo, no han querido hacerlo. Y eso es algo de lo que los viejos campeones hablábamos todos los días en el vestuario, de que nunca habíamos jugado con un campo tan fácil…”, añadió Woods, quien regresó al juego después de mucho tiempo y demostró que todavía puede competir.

                                                                                                                              Pero Jordan Spieth, que es un joven bien educado y muy de su casa y de sus tradiciones (aún sigue siendo novio de la chica de la que se enamoró en el colegio de jesuitas de Dallas; aún lleva la ropa sucia a su casa para que se la lave su madre; aún habla con emoción de todas las pequeñas cosas), y se refirió a sí mismo como un golfista hambriento de victorias y muy duro, no habló de Tiger Woods, del pasado, en su primera conferencia de prensa vistiendo la chaqueta verde, sino del futuro. “Mi objetivo es ser el número uno del mundo”, dijo. “Todas las semanas pienso en ello. Será muy difícil alcanzar a Rory, pero en Augusta he dado un gran paso. Rory ha ganado ya cuatro grandes, algo que yo solo puedo soñar, y sé que nunca golpearé tan largo como él, así que tendré que inventar alguna otra forma de combatirlo. Es un gran tipo, y tiene mucha clase. No sé cómo crecerá nuestra rivalidad, pero espero encontrármelo cara a cara un par de veces y probarnos, y ver si puede haber combate entre nosotros”.

                                                                                                                              La cita más importante para ambos en la temporada puede ser en julio, en Saint Andrews, Escocia, donde McIlroy defiende el Open ganado en 2014 en Royal Liverpool. “Ir a la cuna del golf, uno de los lugares más interesantes del mundo,, e ir como campeón del Masters, será espectacular”, dijo Spieth. “Haré turismo y también jugaré al golf, y quizás, quién sabe, gane mi tercer grande consecutivo (antes, en junio, se juega el Abierto de Estados Unidos), ja, ja, ja. No puedes ganar tres si no ganas el primero, y ese ya lo tengo”.

                                                                                                                              La aparición de Spieth, el campeón joven que esperaba el golf mundial, anuncia como una trompeta evangélica la llegada de una nueva generación de jugadores, de jugadores con mentalidad colectiva, como los definió Spieth, quien cree que el gran cambio se ha producido en Estados Unidos gracias a que los circuitos júnior y universitario son una réplica de la tremenda competitividad que se vive en el circuito grande, el de la PGA. “Así todos llegamos mucho más preparados, con una mentalidad mucho más fuerte, y mejores personas”, dijo. “Cuando juego con mi amigo y rival Patrick Reed, quiero ganarle, pero no deseo que falle sus putts. Simplemente deseo meter yo más que él”.

                                                                                                                              Spieth contó que solo después del hoyo 16, después de que Rose fallara un putt para birdie y él salvara el par, respiró tranquilo. “Ha sido el putt más importante de mi vida, cuesta abajo y peligroso”, dijo. Quedaban dos hoyos y tenía una ventaja de cuatro golpes. Y admitió que camino de su bola en el rough pegado al green del 18, en los más de 200 metros de paseo gozoso, le dijo a Greller, “Michael, esto ya está hecho”. Y este, una roca en la que apoyarse, un sabio de 37 años, le respondió: “No. Solo habrá acabado cuando controles el chip que te queda”. Spieth sacó bien la bola, la dejo a un par de metros del agujero. Si la hubiera introducido, habría batido el récord imposible de Woods, los 8,90m del saltador Bob Beamon en golf. Pero, delante de sus padres que no podían contener las lágrimas de emoción y de cientos de espectadores que lo recibieron como siempre se recibe a los campeones en el 18 de Augusta, de pie y aplaudiendo sin parar, Spieth falló. “Me habría gustado clavarlo para terminar con estilo, pero no importa, tenía cuatro de ventaja”. Acaba de ganar su torneo favorito, la chaqueta con la que soñaba desde que tenía 10 años y era capaz de jugar desde el jardín de su casa, un pequeño rectángulo convertido en tee al jardín del vecino, donde plantó el green, pasando la bola por encima de la casa. “Y nunca rompí un cristal”, dijo uno que, quizás, en su vida ha roto un plato.

                                                                                                                              Jordan Spieth. / AFP

                                                                                                                               Hoy, cuando Jordan Spieth revise su clasificación en el escalafón mundial aún no se verá primero, pues Rory McIlroy aún está lejos. Esa lista, sin embargo, será secundaria, pues la contemplará vistiendo una chaqueta verde en cuyo bolsillo encontró un cheque de 1,8 millones de dólares, el botín de una tarde de fresca brisa y sol agradable, ideal para pasear y para darle a la bola en el Augusta National Golf Club. El joven Spieth ganó el Masters en solo su segunda participación y proclamó, con su gran juego, sus nervios inexistentes, sus números y su juventud, el advenimiento de una nueva época en el golf.

                                                                                                                              Los ganadores de los últimos grandes: Rory McIlroy y Spieth, aún no han cumplido los 26 años. A los 21 años y ocho meses, Spieth, el joven de Dallas (Texas), es el segundo jugador más joven que gana el grande más deseado, batido solo por cinco meses por Tiger Woods. Lo consiguió liderando el torneo en solitario desde el primer día, lo que le engancha a la lista formada por algunos de los nombres más grandes de la historia del golf: Craig Wood, Arnold Palmer, Jack Nicklaus y Raymond Floyd, el último que lo consiguió, hace 39 años.

                                                                                                                              “Dime la verdad, Jordan”, le dijo su caddie, Michael Greller, el profesor de matemáticas más famoso de Texas, “a que prefieres estar aquí que en Pasatiempo con el equipo de la Universidad?” Y aunque Pasatiempo es un campo magnífico, un diseño de Alister McKenzie como Augusta, y aunque en el campo del Masters Jordan Spieth, de mirada falsamente beatífica, alopecia galopante y líder desde el primer minuto, estaba al borde de un ataque de nervios, el joven texano asintió. Se comió lo nervios y peleó hasta la victoria. “Spieth es un muchacho muy intenso, y no se le puede agobiar con consejos. Solo hay que decirle una frase, una sentencia, de vez en cuando. El resto del partido solo hay que escucharle”.

                                                                                                                              El ya legendario Tiger Woods también tuvo 21 años y también a esa edad ganó su primer grande, también, como el prodigioso Jordan Spieth, el Masters de Augusta, con la misma tarjeta de 270 golpes (-18). Ahora tiene 39 años y habla como un viejo. “Sí, Jordan es muy bueno”, dijo. “También yo cuando gané en el 97 con -18 no fallé ni un putt de menos de tres metros, y lo mismo hice cuando gané el Open de Estados Unidos en Pebble Beach, y también hice lo mismo en el Open en Saint Andrews, y…” Y podría haber seguido así media hora, recitando sus 14 grandes, marcando distancias, pero prefirió hacerlo recordando, como todos los nostálgicos, que en su tiempo era mucho más duro. “Pero a Jordan, que hizo lo que los demás no pudimos hacer, le ayudaron las condiciones. El campo estaba más blando que nunca. Exceptuando el domingo, en el que los greens rebotaban un poco, los demás días el campo estaba muy fácil. Y yo pensaba que después de haber alargado el campo tras mi -18 nadie podría acercarse a mi marca, pero los del club no han endurecido el campo, no han querido hacerlo. Y eso es algo de lo que los viejos campeones hablábamos todos los días en el vestuario, de que nunca habíamos jugado con un campo tan fácil…”, añadió Woods, quien regresó al juego después de mucho tiempo y demostró que todavía puede competir.

                                                                                                                              Pero Jordan Spieth, que es un joven bien educado y muy de su casa y de sus tradiciones (aún sigue siendo novio de la chica de la que se enamoró en el colegio de jesuitas de Dallas; aún lleva la ropa sucia a su casa para que se la lave su madre; aún habla con emoción de todas las pequeñas cosas), y se refirió a sí mismo como un golfista hambriento de victorias y muy duro, no habló de Tiger Woods, del pasado, en su primera conferencia de prensa vistiendo la chaqueta verde, sino del futuro. “Mi objetivo es ser el número uno del mundo”, dijo. “Todas las semanas pienso en ello. Será muy difícil alcanzar a Rory, pero en Augusta he dado un gran paso. Rory ha ganado ya cuatro grandes, algo que yo solo puedo soñar, y sé que nunca golpearé tan largo como él, así que tendré que inventar alguna otra forma de combatirlo. Es un gran tipo, y tiene mucha clase. No sé cómo crecerá nuestra rivalidad, pero espero encontrármelo cara a cara un par de veces y probarnos, y ver si puede haber combate entre nosotros”.

                                                                                                                              La cita más importante para ambos en la temporada puede ser en julio, en Saint Andrews, Escocia, donde McIlroy defiende el Open ganado en 2014 en Royal Liverpool. “Ir a la cuna del golf, uno de los lugares más interesantes del mundo,, e ir como campeón del Masters, será espectacular”, dijo Spieth. “Haré turismo y también jugaré al golf, y quizás, quién sabe, gane mi tercer grande consecutivo (antes, en junio, se juega el Abierto de Estados Unidos), ja, ja, ja. No puedes ganar tres si no ganas el primero, y ese ya lo tengo”.

                                                                                                                              La aparición de Spieth, el campeón joven que esperaba el golf mundial, anuncia como una trompeta evangélica la llegada de una nueva generación de jugadores, de jugadores con mentalidad colectiva, como los definió Spieth, quien cree que el gran cambio se ha producido en Estados Unidos gracias a que los circuitos júnior y universitario son una réplica de la tremenda competitividad que se vive en el circuito grande, el de la PGA. “Así todos llegamos mucho más preparados, con una mentalidad mucho más fuerte, y mejores personas”, dijo. “Cuando juego con mi amigo y rival Patrick Reed, quiero ganarle, pero no deseo que falle sus putts. Simplemente deseo meter yo más que él”.

                                                                                                                              Spieth contó que solo después del hoyo 16, después de que Rose fallara un putt para birdie y él salvara el par, respiró tranquilo. “Ha sido el putt más importante de mi vida, cuesta abajo y peligroso”, dijo. Quedaban dos hoyos y tenía una ventaja de cuatro golpes. Y admitió que camino de su bola en el rough pegado al green del 18, en los más de 200 metros de paseo gozoso, le dijo a Greller, “Michael, esto ya está hecho”. Y este, una roca en la que apoyarse, un sabio de 37 años, le respondió: “No. Solo habrá acabado cuando controles el chip que te queda”. Spieth sacó bien la bola, la dejo a un par de metros del agujero. Si la hubiera introducido, habría batido el récord imposible de Woods, los 8,90m del saltador Bob Beamon en golf. Pero, delante de sus padres que no podían contener las lágrimas de emoción y de cientos de espectadores que lo recibieron como siempre se recibe a los campeones en el 18 de Augusta, de pie y aplaudiendo sin parar, Spieth falló. “Me habría gustado clavarlo para terminar con estilo, pero no importa, tenía cuatro de ventaja”. Acaba de ganar su torneo favorito, la chaqueta con la que soñaba desde que tenía 10 años y era capaz de jugar desde el jardín de su casa, un pequeño rectángulo convertido en tee al jardín del vecino, donde plantó el green, pasando la bola por encima de la casa. “Y nunca rompí un cristal”, dijo uno que, quizás, en su vida ha roto un plato.

                                                                                                                              Por El País de España

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