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Caterine Ibargüen conocía a estrellas deportivas que admira como Usain Bolt y Javier Sotomayor, pero no a Nairo Quintana. Apenas lo vio entrar al salón del hotel JW Marriott, que sirvió de antesala para la ceremonia del Deportista del Año de El Espectador y Movistar, en el norte de Bogotá, se levantó del sillón amarillo que a su belleza negra le iba como un trono y con la imponencia de sus 1,80 m de estatura, más tacones de diez centímetros, atrajo las miradas masculinas y femeninas cuando fue a saludar al ciclista de 1,65 m, que todavía no se acomodaba dentro de un traje de paño azul y “zapatos de ir a misa”.
“Un gusto conocerte, Nairo”, le dijo la antioqueña desde arriba, iluminando su rostro con su ya famosa sonrisa. El boyacense quedó pasmado. Ella, sin soltarle la mano, le agregó: “Te vi en el lobby, pero no había cómo saludarte”. Nairo por fin musitó desde el bajo perfil de su tierna timidez: “Es que estaba ocupado (sí, había estado en tenis reunido con almidonados patrocinadores)”. No fue capaz de decirle más. La contemplaba y le sonreía. Caterine sabía que el máximo galardón del deporte colombiano desde hace 53 años estaba entre él o ella. Lo felicitó y le deseó suerte sin saber que por primera vez el trofeo iba a ser compartido debido al empate técnico en los votos de los lectores.
Ante la mirada escrutadora de Gay Talese a los campeones en El silencio del héroe, Caterine y Nairo cumplirían los parámetros de “símbolos de la necesidad humana del éxito”, “impresionante fe en sí mismos y profundamente religiosos”. Para entender el momento que viven y las emociones que inspiran resultan oportunas las palabras del Nobel sudafricano J. M. Coetzee en su cartas al escritor norteamericano Paul Auster: los deportistas representan el placer estético y ético del deporte, porque son esos pocos mortales que reciben “una especie de bendición de lo alto”, llegan “a un paso de la divinidad” y desde allí nos hacen vivir “momentos en que todo sale bien, en que todo se pone en su lugar, en que los espectadores ni siquiera queremos aplaudir, sólo dar las gracias en silencio por haber estado ahí en calidad de testigos”.
Una hora después de ese encuentro la campeona mundial de salto triple tomó otra vez de la mano al subcampeón del Tour de Francia y subieron juntos al primer lugar del podio. El día que la editora de deportes de El Espectador, Olga Barona, la invitó a la ceremonia, Caterine accedió a viajar desde Puerto Rico con una condición: “Voy con mi esposo”. Toda una revelación sabiendo de su resistencia a exponer la vida privada. Se llama Alexánder Ramos, un exatleta colombiano en 110 metros con vallas, el hombre silencioso sentado a su lado mientras ella respondía esta entrevista-perfil.
Primera dimensión: de Urabá al deporte
¿Sabía que cuando nació el 12 de febrero de 1984, en Bogotá se construía la primera pista sintética en El Salitre? Fabiola Rueda y Víctor Mora eran los mejores atletas del país y entrenaban para los Olímpicos de Los Ángeles. En Urabá 62 obreros bananeros despedidos se tomaron los juzgados de Turbo con sus familias.
¡Ah, no sabía!
Tampoco sabía, ni tiene por qué, que ese día murió un velocista de la literatura, Julio Cortázar, aunque le han recomendado “De qué hablo cuando hablo de correr”, el testimonio de un fondista en la ficción y en la vida real: Murakami. Ahora usted es la mejor del mundo en salto triple. ¿Qué opina?
Treinta años ha sido un proceso lento para mi punto de vista. Esperemos que no pasen otros treinta para conseguir otra campeona mundial, sino que sea al menos cada cinco.
O que en 2016 tengamos otra campeona olímpica en Río de Janeiro, de apellido Ibargüen.
Se puede ver… (gran sonrisa).
Ahora hay pista sintética incluso en Urabá. Cuando usted era niña no había mucho.
Casi nada, pero en Apartadó ahorita están mejorando el coliseo. Nunca habíamos tenido una pista sintética y desde hace dos años la tiene Turbo. Es un excelente escenario, de nivel de ciudad grande, donde entreno cada vez que tengo la oportunidad.
Iba a cumplir diez años de edad -poco antes de ser descubierta por Wílder Zapata en el colegio San Francisco de Asís e irse a la villa deportiva de Medellín- cuando en el barrio obrero, donde vivía con su abuela Ayola, sucedió la matanza del barrio La Chinita (35 reinsertados de la guerrilla Epl fueron baleados por pistoleros de las Farc). Era común que el coliseo estuviera ocupado no por atletas, sino por desplazados de la violencia. ¿Cómo surgir en ese ambiente?
Nada, superación y, nada, mi disciplina y mi esfuerzo (se guarda la sonrisa).
Aunque ella insiste en que vivió una infancia feliz, entre sus recuerdos no sólo están árboles de flores blancas con aroma a vainilla y juegos callejeros, sino la disgregación de su familia. Vivían y trabajaban en la finca bananera La Suerte, pero hasta allá llegó la guerra y su papá terminó en Venezuela, su mamá refugiada en Turbo y su hermano Luis Alberto apostándole al sueño frustrado de ser boxeador. ¿Sintió el impacto?
Urabá está muy golpeada por la pobreza, por la violencia. Sin embargo, hay ganas de superación y eso hay que fomentarlo con más apoyo para los niños. Hay mucho talento, pero falta trabajar desde la raíz. Educación y deporte son claves para superar la violencia, para que los jóvenes no pierdan el camino. Conozco que en mi región el que quiere puede tener educación básica pero no superior. Cuando se haga un buen plan para que todos tengamos derecho a la educación profesional, creo que vamos a tener grandes resultados contra la violencia. La educación en busca de igualdad y justicia, es lo que más se debe fomentar. Claro que se ha mejorado mucho: he visto que han entrado universidades como la de Antioquia y ahí es donde se tiene que trabajar más.
¿Los niños de hoy tienen más apoyo para hacerle el quite a la presión de grupos armados?
El Urabá ha mejorado frente a la violencia, los escenarios deportivos se han mejorado, faltan más instalaciones de recreación para ayudarlos a que no tengan tiempo de pensar en otras cosas y se está trabajando en eso.
Para percibir los sentimientos que le genera hablar de las necesidades de sus paisanos hay que saber que en agosto pasado, mientras entrenaba en Medellín, en el estadio donde desarrolló la fortaleza de sus piernas trotando mientras arrastraba un neumático de automóvil amarrado a su cintura, la invitaron a que despidiera a 12 niños atletas antioqueños que viajaban a Rusia con ayuda del Gobierno. Caterine, sentada frente a una bandera de Colombia, con una toalla en la mano, les habló mientras lloraba: “Ustedes son privilegiados, nosotros nunca tuvimos esta oportunidad; luchen, sueñen, todo es posible; ayuden a sus familias, piensen en grande”. Como hace dos años cuando recibió un subsidio de vivienda del gobierno de Antioquia por $60 millones. Fue a “recoger los frutos del trabajo”. Vestía una camiseta verde de Nike en la que se leía en inglés: “Hacer llover”. También le gusta otra en que se lee: “El corazón roto cambia a la gente”. ¿Sensible?
Es que esas cosas me dan mucha emoción porque cada día compruebo que los colombianos tenemos una materia prima deportiva excelente y berraquera, la base fundamental para lograr todo lo que nos propongamos.
Caterine se graduó en junio como enfermera y ya estudia, también en la Universidad Metropolitana de Puerto Rico, una maestría en administración de campos recreativos. ¿Por qué?
Desde niña anhelé ser enfermera profesional. Gracias a Dios lo consigo y lo más lindo sería poder ejercer. Debido a mis compromisos deportivos no he podido, pero sueño algún día ayudar en Colombia o en cualquier parte del mundo.
Ya no es la niña que soñaba con ser bailarina. ¿Sueña con ayudar a Urabá no sólo con sus piernas sino con sus manos y sus conocimientos?
La profesión es muy amplia, puedo trabajar con niños o ahora tenemos una problemática con los jóvenes por el embarazo a temprana edad. Se puede trabajar concientizando a las niñas enseñando métodos anticonceptivos, aunque mi enfoque es en la prevención de enfermedades y puedo hacer un gran trabajo ahí, es una carrera de futuro. La administración de campos recreativos será mi otra faceta de vida.
¿Con ese perfil imagina la política como otra alternativa, al igual que la campeona olímpica María Isabel Urrutia, a quien conoce y admira también?
Pues no me he imaginado en el ámbito político, pero de verdad a todas las opciones que pueda tener para ayudar no les cerraré los oídos ni la visión. María Isabel es un ícono, sé que trabaja por los deportistas y he visto lo que ha hecho. En todo caso, como profesional, puedo ayudar mucho más como imagen de mi región y de toda Colombia. Sabemos qué es lo que el Urabá necesita, como muchos rincones de Colombia que requieren ayuda del Gobierno. Es un plan lento, pero lo bonito es que llegue.
El Ministerio de Comercio, Industria y Turismo ya la presenta como referente de Colombia porque “su alegría, sencillez y esfuerzo reflejan los valores del país”. Tiene claro que en su madurez será una dirigente deportiva como el campeón de salto alto cubano Javier Sotomayor. ¿Por qué él?
Lo admiro mucho, lo conozco de cerca y lo he visto en Cuba como dirigente. Cómo no tomarlo como ejemplo de vida.
En su vida atlética los cubanos han sido fundamentales. Entre ellos Ubaldo Duany, el actual, el loco que le enseñó a soñar, y la inolvidable Regla Sandrino. ¿Qué le enseñaron?
Me formaron, me transmitieron su conocimiento y sus ganas; son personas que te enseñan la disciplina como fundamento y que con constancia sí se pueden buscar grandes resultados.
Se nota aún más seria cuando le recuerdo que la carrera del atleta es efímera y que el 12 de febrero cumple 30 años.
La edad es algo psicológico. Me siento muy bien de verdad. Los 30 me llegan con una gran actitud, con grandes objetivos y espero cerrar mi carrera antes de los 35 años, igual o mejor que ahora. El deporte es una vida corta, aunque te da muchas opciones de superar muchos obstáculos que se presentan en la vida.
A esta acuariana, fusión de hielo y fuego, no le emociona mucho celebrar los 30. ¿O sí?
Todavía no sé. Estaré entrenando primero que todo, desde las 6:00 a.m.
Es su carrera contra el reloj en busca de una medalla de oro olímpica en 2016, con el 2014 con metas claras. Su destino ya no depende del azar como en Urabá sino de sus decisiones.
El año entrante mi objetivo más importante es volver a ganar la Liga de Diamante y los Juegos Centroamericanos.
Para Caterine diciembre ya no es sinónimo de fiestas familiares en Urabá. Goza con salsa y vallenato, pero no rumbea. Socializa a través de Facebook. Puerto Rico seguirá siendo su base de vida y preparación, hasta que la técnica y el viento la lleven más allá de 15,50 metros de longitud, récord mundial. ¿No hará cambios?
Lo que funciona no se cambia. No debo desconcentrarme. Estaré preparándome en Puerto Rico de la mano de mi profesor Ubaldo. Con ese excelente entrenador y con mi sacrificio y responsabilidad seguiré cosechando grandes resultados.
Concentración. Auster le respondió a Coetzee que le causa “estupor”, “abrumadora alegría”, “la intensa concentración que le permite (al deportista) trascender la estrechez de su propia conciencia” para realizar el máximo esfuerzo hasta “sobrepasar los límites reconocidos” con “el ego comprometido de la manera más apreciable”. Coetzee dice que es “un estado de obsesión en el que la mente se ofusca en una única meta absurda: derrotar a un desconocido”. Miro de reojo a Alexánder y le pregunto a Caterine, ¿cuándo será mamá?
Gracias a Dios cuento con un excelente núcleo familiar, estoy muy contenta, pero ahorita mi trabajo está enfocado en el alto rendimiento, alta disciplina. Esperaré. Para todo hay tiempo.
Al lado permanece el novio, absorto.