Crónica de la Media Maratón de Bogotá: “El dolor es temporal, la satisfacción queda para siempre”

Relato de un atleta aficionado que corrió este domingo, con 45 mil personas más, la prueba callejera más importante de América latina, dominada por los africanos.

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Edwin Bohórquez Aya /@EdwinBohorquezA
31 de julio de 2017 - 12:29 p. m.
Cerca de 45 mil atletas participaron este domingo en la edición 18 de la Media Maratón de Bogotá. / Óscar Pérez
Cerca de 45 mil atletas participaron este domingo en la edición 18 de la Media Maratón de Bogotá. / Óscar Pérez
Foto: OSCAR PEREZ
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“Esta es la Media Maratón de Bogotá”, sentenció el hombre del micrófono, el que guiaba a velocidad de crucero el calentamiento de unos 10.000 atletas. O lo más parecido a ellos. A decir verdad, muchos de los que estamos aquí no lo somos, simplemente corremos cada vez que el corazón y la mente nos llaman, y eso pasa cada ocho días. Es más un amor por romper nuestros propios números que por cruzar primero la línea de meta. Los verdaderos atletas, los de élite, están a un lado del show deportivo que este domingo  se apropió del escenario más importante del parque Simón Bolívar. Ellos se concentran en ganar.


La competencia, en tiempos en que correr se ha convertido en una tendencia, es la más esperada por quienes llevan pantalones cortos y van dejando huella en la ciudad. La corren y la recorren. De los 21.000 inscritos, unos 13.500 corremos, trotamos y hasta caminamos algo de los 21 kilómetros, mientras escuchamos cómo los deportistas importados hacen de las suyas. Viajan, imagine usted, señor lector, a la misma velocidad de la moto y llegan en apenas una hora y cuatro minutos. Sí, ellos son africanos y saben moverse a la velocidad del viento. Y lo hicieron una vez más.


Los demás, los que vamos atrás, corremos siempre viendo una mancha roja de deportistas. Al frente, al lado. Un río de humanos que no para. En medio de una amenaza de lluvia y con un cielo que no deja ver azules, partimos sobre las 9:30 a.m. Una vez más, el hombre del micrófono hace de las suyas y lanza ese apoyo que siempre se necesita para comenzar. Como su sucede siempre en la vida. Un apoyo que no sobra. Los pacers –en español no es nada distinto al que marca el paso– son corredores consagrados que llevan consigo una bomba inflada con helio que se ve a lo lejos y que en este tipo de carreras sirven de guía para aquellos que necesitamos una orientación para mantener un ritmo desde la salida hasta la meta.


La Media Maratón de Bogotá es como un embudo. Somos muchos los que cruzamos la salida, pero a medida que vamos avanzando, el número se va reduciendo. Esa masa de deportistas se va decantando. Sobre el kilómetro cinco recibimos la primera hidratación. Un par de pequeñas bolsas de agua y una vaso a medio llenar de Gatorade hacen lo suyo en el organismo. Es como la gasolina que el carro necesita para seguir andando. Una bandera mexicana se asoma en medio de la gente. Muy de cerca va una venezolana. Les pregunto si viajaron desde sus países para correr. “No, vivimos aquí, pero siempre llevamos con nosotros a nuestra patria”, dicen.


Soy de los que corren con una aplicación encendida en mi celular. Desde ahí logro saber qué tiempo estoy necesitando por cada kilómetro. Bajo la cabeza para mirarla: 5:05 marca. Cuando la subo, de repente me encuentro con un señor que, como dice Piero en una de sus clásicas, tiene “una figura pesada” porque “la edad se le vino encima, sin carnaval ni comparsa”. Viste pantaloneta negra, tenis blanco-negro y una delgada chaqueta térmica gris. En su espalda, ya abultada por los años, lleva un mensaje de la fundación que, imagino, lo apoya. Lo sobrepaso sin mayor esfuerzo, pero me queda marcada su imagen de tenacidad. Se ve con más años que mi padre, quien tiene 75.


A decir verdad, llevo un ritmo bastante bueno para mi promedio. Incluso corro, por unos buenos kilómetros, al frente del grupo que lleva el pacer con la bomba que marca una hora 50 minutos. Desde el inicio la sensación es placentera. Supero y supero competidores. Ya se vuelve una práctica. Y entonces es cuando empiezo a notar cómo la Media Maratón hay que leerla desde atrás. Siempre hay alguien adelante, por más que lleve el ritmo de carrera de los que tienen años y miles de kilómetros en la materia. Veo en la espalda de un hombre de unos 50 años, con algo más de 1,70 metros de estatura, una leyenda que dice: “Colombia, Jesús te ama”. Vamos cruzando el Park Way, una emblemática y bohemia zona de la capital. La gente, a lado y lado de la calle, apoya.


Hay quienes corren, literalmente, por un mercado. Su patrocinador es Mercado Zapatoca. Llevo 12 años citándome con esta competencia y siempre los he visto sumando kilómetros. Aparecen los que corren con su mascota. No están inscritos –no llevan número, si eso sirve de indicador–, pero no quieren desaprovechar la fiesta atlética que se vive. Me encuentro de frente con otro corredor, quien lleva sobre sus hombros una bandera de Colombia. “Colombia para Jesucristo”. Creería que es un de grupo religioso. O algo parecido. La realidad es que muchos sí vamos buscando ayuda divina, porque la cosa se va poniendo dura metro a metro.


Más allá de los 14 kilómetros, algo en una pierna me falla. No es un tirón, ni un calambre, pero me obliga a bajar el ritmo. El pacer que traía atrás hace lo suyo y sigue a toda marcha. Y es ahí donde le mente comienza a trabajar. Hay que concentrarse en el sí puedo, soy capaz. Será por eso que muchos décimos que la Media Maratón es una carrera en la que la mente juega más que los músculos. “Run Urabá”, dice la camiseta de un hombre que va adelante. Su camiseta es azul y se pierde en medio del rojo que predomina. Ya sobre los 17 kilómetros, con mi mente trabajando más que mis piernas, pasa por mi lado aquel hombre de la figura pesada. Sí, el señor de los años encima. El que sobrepasé al comienzo de la carrera. Saco algo de fuerza y lo alcanzo. Señor, ¿cuántos años tiene?, le pregunté. Tal vez buscando una respuesta que le diera algo más de fuerza a mi mente. “76”, me responde, casi sin aliento. Pero tenía más que yo, que tengo menos de la mitad de los años que él ha vivido.


Se va, con una marcha constante. Entonces un hombre de unos 45 años me dice: “Le dicen Canchito y llevamos años corriendo. Admirable, ¿no?”. Al lado, sobre el andén, una mujer, muy querida ella, agita a todo dar una pancarta que dice: “Besos gratis”. Le pregunto al amigo de Don Canchito hace cuánto corre el señor. “Más de 40 años. Y quiere hacer menos de una hora 50 minutos”. Se van. Yo no resisto el paso. Mi mente sigue en lo suyo. Alguien grita: “Les quedan dos, ya llegaron”. Entonces, como mi trote ya es muy lento, me queda más tiempo para ver hacia los lados de la calle. “Venezuela libre”, escribieron sobre una bandera del vecino país dos señoras que la extendían con sus manos. “En mi mente todos ustedes son campeones”, decía uno más adelante. “Mujeres berracas corren 21K”, uno más. En medio del dolor que produce una competencia de este calibre y a poca distancia de la meta, me quedo con el mensaje que un hombre de unos 40 años puso sobre un cartón de esos que usábamos en el colegio para hacer tareas: “El dolor es temporal. La satisfacción de terminar es para siempre”. Así es que debemos pensar. No solo en una carrera. En la vida.

Por Edwin Bohórquez Aya /@EdwinBohorquezA

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