Publicidad

Cuando el dolor se convierte en gloria

Lo dijo el fin de semana pasado Novak Djokovic, luego de derrotar en la final del Abierto de Australia a Rafael Nadal.

Nelson Fredy Padilla Castro, editor dominical de El Espectador
05 de febrero de 2012 - 06:07 p. m.

El partido más largo de la historia de las finales de grand slam de tenis: 5 horas 53 minutos. “Nunca sentí nada igual. Te duele todo. Sufres. Intentas activar tus piernas. Intentas empujarte un punto más. Te sangran los dedos. Todo es ya demasiado y, aun así, sigues disfrutando del sufrimiento. Hasta te dan ganas de llorar”, dijo el serbio, indiscutido número uno del mundo. “Ha sido la mejor derrota de mi carrera”, le respondió el español, vencido por séptima vez consecutiva en una final por el serbio. Los dos estaban tan exhaustos, apoyados en sus rodillas antes de la ceremonia de premiación, que los organizadores debieron acercarles sillas.

¿Es el dolor necesario en los deportes de alta competición? Djokovic cree que sí y basta volver la mirada sobre las gestas de grandes deportistas para confirmarlo. En atletismo, el caso de Emil Zatopek es emblemático: cuatro medallas de oro olímpicas en todas las distancias de fondo, desde los 10 mil metros hasta la maratón. En la novela biográfica ‘Correr’ (Anagrama) el escritor Jean Echenoz retoma aquellos momentos de máxima exigencia, en los que los músculos llegan al límite y sólo siguen funcionando gracias a la mente, a la sicología del competidor.

Algunos llaman a ese instante “la zona”. Zatopek lo describía así: “es como un boxeador luchando contra su sombra, todo su cuerpo se asemeja a un mecanismo descompuesto, dislocado, doloroso, salvo la armonía de sus piernas, que muerden y mastican la pista con voracidad”. Se aplica a Abebe Bikila, el atleta etíope que se impuso en la maratón olímpica de Roma tras correr descalzo los 42 kilómetros. Djokovic describió el momento a su manera: “Sentí que perdía energía, que las piernas no me respondían, pero traté de concentrarme, de controlar mis emociones. Creo que fue un triunfo de mente aunque en lo físico debió haber dos ganadores”.

Precisamente el método de Zatopek se basaba en explorar el umbral del dolor durante los entrenamientos para manejarlo en competencia sin alarmarse. Sumar al cuerpo, la mente y el corazón para cumplir con el lema olímpico “más rápido, más alto, más fuerte”. Luego viene lo paradójico: “enorgullecerse de una marca que otros no puedan quebrar es estúpida vanidad. Y si pueden quebrarla, no hay nada especial en ella”.

“El sufrimiento y el dolor son temporarios. Rendirse es para siempre”, fue la máxima que dejó el ciclista Lance Armstrong, siete veces campeón del Tour de Francia, a pesar de haber sufrido un cáncer en los testículos. Momentos épicos del deporte libres de cualquier discusión, incluso si se le acusa de dopaje, como al pedalista norteamericano. Quedaba uno sin palabras al verlo subir los Alpes y Los Pirineos, y vencer en esas inhumanas metas de montaña, en las terribles contrarreloj.

A esa “zona” llegaron colombianos como Lucho Herrera, cuando ganó la Vuelta a España y etapas memorables en el Tour de Francia, incluso después de rodar por la carretera en un descenso suicida y levantarse para vencer con el rostro ensangrentado. Pioneros en el sufrimiento fueron los primeros campeones de la Vuelta a Colombia, capaces de atravesar un país de trochas en caballitos de acero que ellos mismos tenían que despinchar o echarse al hombro para atravesar inundaciones o empedrados. Ejemplos: ‘El Zipa’ Forero y Ramón Hoyos Vallejo, cuyo dolor fue inmortalizado por Gabriel García Márquez en un reportaje de 13 entregas que El Espectador reprodujo el año pasado y se puede leer en internet. Y seguimos produciendo campeones de ese tipo. No olviden a la bicicrosista Mariana Pajón, ganadora el año pasado de una medalla de oro panamericana, a pesar de participar en las eliminatorias finales con una costilla fracturada.

Si uno como atleta aficionado cree percibir esa frontera en una carrera 10K, no me imagino lo que llegan a soportar estas personas por perseverancia, tenacidad y orgullo, para enfrentarse a sí mismos y superarse cada vez más. Es clave para ellos la asesoría médica y la de un entrenador. Porque el peligroso extremo de tema es la formación de deportistas de élite bajo parámetros casi de tortura, como se ha visto en China, donde los forman desde niños, pensando en medallas olímpicas y reivindicación nacional e internacional del régimen comunista. Imágenes de pequeños colgados de las barras con hombros casi dislocados, jóvenes dopados o sometidos a dietas y experimentos médicos para mejorar su capacidad respiratoria y su masa muscular. Claro que los norteamericanos y los rusos no se quedan atrás. Miren las gimnastas: niñas deformadas por el afán de triunfo. Ahí es cuando los críticos encuentran argumentos para hablar de masoquismo.

Lo cierto es que llevar al límite la ecuación de disciplina + estado físico + resistencia física + fortaleza psicológica, puede llevar a la gloria. Explotar el sufrimiento parece destinado a los grandes campeones. Que lo digan quienes practican el montañismo cuya obsesión por las alturas los lleva a arriesgar la vida, a perder partes de su cuerpo por falta de oxígeno o congelamiento. Un equipo de colombianos, en cabeza de Juan Pablo Ruiz, logró la cima del Everest. Y en ese proceso, hoy usado por entidades como el Banco Mundial para mostrar a sus empleados cómo lograr metas y trabajo en equipo, Lenin Granados perdió la vida y Nelson Cardona una pierna. Para tratar de entenderlo alguna vez acompañé a Cardona a hacer la cima del Nevado del Ruiz (5.321 metros de altura), me bautizó con hielo al borde del cráter Arenas y comprendí por qué nació para la montaña y por qué quiere morir allí. En últimas, el reconocimiento deportivo es lo de menos. Es una filosofía de vida.

Por Nelson Fredy Padilla Castro, editor dominical de El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar