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La muerte, tan irreverente e irracional, incomprensible para los pobres mortales, rondó la vida de Mark McMorris, deportista de snowboard slopestyle, quien está participando en los Juegos Olímpicos de Invierno en PyeongChang (Corea del Sur). El canadiense, de sólo 24 años, sufrió en marzo de 2017 un gravísimo accidente, cuando perdió el control de su tabla mientras grababa un video de sus saltos. Se golpeó con un árbol. Se rompió el brazo, la pelvis, la mandíbula y las costillas. También se rompió el bazo y uno de sus pulmones colapsó. Este domingo, 11 meses después de haber librado una batalla para mantenerse con vida, ganó bronce en las justas.
Y es que el camino que tuvo que recorrer el canadiense no fue fácil. Estuvo postrado en una cama, con una máquina de oxigeno para poder respirar y lleno de cables debido a sus múltiples fracturas. Apenas podía mover las manos. Ellas eran las únicas que, a medias, tenían la libertad de coger el rumbo que quisieran. Las únicas con la capacidad y la fuerza para empuñar un esfero para que el canadiense se pudiera comunicar. Lo que primero escribió a su hermano después de salir del quirófano fue: “¿Podré volver a montar en una tabla de snowboard?” Le respondió, ‘si’. Esbozó una ligera sonrisa.
Después de sufrir el accidente, McMorris, tendido en la nieve, esperando los primeros auxilios, pensó que nunca iba a poder montar una tabla de snowboard. No podía moverse. Solo miraba al cielo esperando que un helicóptero llegara para ser trasladado a un hospital. “Recuerdo cada momento esperando, tratando simplemente de sobrevivir porque me había roto el bazo y mi mandíbula estaba colgando. Realmente pensé que iba a morirme”, afirmó el canadiense, quien además añadió que fue un accidente raro. “El 99.9 por ciento de las veces habría aterrizado en la nieve y habría seguido. Esta vez, por la razón que sea, un par de centímetros a la izquierda y no estaría contando la historia”.