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Natalia Linares, con apenas 22 años, se ha convertido en una de las grandes promesas del atletismo colombiano. Ganadora de la medalla de oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en San Salvador, campeona panamericana en Santiago de Chile y reciente bronce en el Mundial de Tokio, la cesarense quiere alcanzar el oro olímpico en los juegos de Los Ángeles, en 2028.
Todo empezó a los once años, en una clase de Educación Física en su colegio en Valledupar, donde el profesor Fabián Martínez improvisó un foso de salto largo con unas colchonetas. Cuando llegó su turno y saltó, no dudó en afirmar: “Aquí tenemos a la próxima Caterine Ibargüen”.
Desde ese momento, se dieron cuenta de su potencial. El coordinador del colegio llamó a su mamá y le contó del talento de su hija: “El atletismo llegó a mi vida, no llegué yo al atletismo.” A los pocos días, Natalia estaba compitiendo en los intercolegiados municipales. En su primer salto derrotó a sus competidoras e inició un camino que no ha parado desde entonces.
Una perla en bruto
El ascenso de Linares fue rápido, comenzó a enfrentarse a escala departamental, regional y nacional. Aunque fue duro, porque en ese momento ni siquiera contaba con una pista para entrenar en su departamento, lo logró. “Fue glorioso enfrentarme a deportistas de diferentes departamentos que contaban con infraestructuras deportivas bastante buenas y lograr quedar en un podio sin tener una estructura tan buena como la de ellos. Eso me dio ese impulso, esas ganas de seguir adelante y explotar ese talento que tengo”.
En este proceso, su madre ha sido un apoyo fundamental. Desde el primer día vio el propósito, la razón y el potencial de su hija: “Este es tu deporte, esto es lo que tenemos que hacer”, le dijo. Desde hace once años, tiene la fuerte convicción de que su hija es una ganadora. Cuando pensó en renunciar a sus catorce años o cuando no obtuvo los resultados esperados el año pasado en los Olímpicos de París 2024, su madre ha estado ahí apoyándola incondicionalmente.
Natalia Linares tuvo la oportunidad de entrenar con Ubaldo Duany, el entrenador que llevó a Caterine Ibargüen al oro en Río 2016, luego de encontrarse por casualidad con el esposo de la leyenda del atletismo durante los Juegos Suramericanos Escolares en Medellín, donde Natalia ganó dos medallas de oro y rompió el récord nacional sub-14 y sub-16 en salto largo. Al finalizar, Alexánder Ramos, esposo de Ibargüen, se le acercó y le extendió una invitación para entrenar en Puerto Rico. Su mamá aceptó de inmediato. Tras varios meses de trámites, vendieron todo lo que tenían y viajaron para perseguir el sueño. Durante tres meses Natalia vivió y entrenó junto a Caterine, observando de cerca su disciplina, su mentalidad y su rigor. Esa experiencia cambió su manera de ver el deporte y confirmó lo que quería para su vida.
Empezó una nueva etapa con su actual entrenador, Martín Suárez, con nuevos ejercicios, técnicas y un trabajo físico y mental. “Con Martín sucedió algo muy chévere, y es que ambos queríamos lograr las mismas cosas. Queríamos ser campeones mundiales sub-20, después queríamos crecer y completar los ciclos olímpicos. Entonces fuimos paso a paso, sin acelerarnos en el proceso”.
Durante la pandemia, no se detuvo su objetivo. Arrendaron una casa y allí organizaron todas las máquinas necesarias. Entrenaba desde las cinco de la mañana hasta el mediodía y desde las cinco de la tarde hasta la noche. Un trabajo arduo que la preparó para ganar múltiples competencias como los Juegos Bolivarianos en Valledupar, en los que consolidó su sello: el “sombrero vueltiao”; el Mundial de Cali, en el que consiguió la medalla de plata, y los Juegos Suramericanos, donde obtuvo segundo lugar frente a finalistas mundiales.
Llegó a París 2024 después de ser campeona en los Juegos Panamericanos, pero en la máxima cita no logró entrar a la final y fue un golpe muy duro. “Teníamos el objetivo de ser finalistas olímpicos”, cuenta. Pero esa frustración se convirtió en una revisión completa del plan de trabajo y en los Juegos Panamericanos de Chile se quitó la espina: ganó el oro con un salto cercano a 6,60 m.
En 2025, Natalia Linares y su entrenador decidieron no competir fuera del país durante gran parte de la temporada y concentrarse solo en entrenar. El propósito era convertirse en medallista mundial y lo consiguió en Tokio con un salto de 6,92 metros con el que ganó bronce. Con ese resultado, Natalia se ha puesto ante los ojos de Colombia y el mundo. Su objetivo no es el bronce, es el oro. Quiere romper los estándares suramericanos. “Tenemos un plan tan ambicioso, que queremos lograrlo conociendo técnicamente todos los detalles. La idea no es estar entre las favoritas, es ser la favorita”.
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