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El corazón valiente de Paula Medina: la triatleta que compite con un trasplante

La antioqueña es una de las integrantes del equipo que se prepara para representar a Colombia en los Juegos Mundiales de Deportistas Trasplantados, en agosto. Su sueño en la adolescencia era ser porrista profesional, pero una enfermedad cardíaca le cambió la vida. Segunda entrega de la serie “Atletas del renacer”.

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Fernando Camilo Garzón
30 de julio de 2025 - 01:00 a. m.
Paula Medina compite en natación y en triatlón adaptado para personas con trasplante de órganos. / @paomedinatx
Paula Medina compite en natación y en triatlón adaptado para personas con trasplante de órganos. / @paomedinatx
Foto: @paomedinatx
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El primer golpe que recibió el corazón de Paula Medina fue la muerte de su hermana, de apenas 12 años. Ella tenía 20 cuando ocurrió y fue una pérdida que no tuvo explicación. Sus papás, sanos y con historial médico normal, vieron partir a la hija pequeña de la casa por causa de una afección cardíaca cuya raíz nunca se descubrió. Los problemas empezaron, por una supuesta bacteria, cuando tenía siete. Así, de joven, tuvo que recibir un trasplante de corazón que su cuerpo no pudo tolerar y, cinco años después de haber empezado una pelea para la que no estaban preparados, falleció.

Ahí comenzó el suplicio. Dos años antes de que su hermana muriera, Medina empezó a sentir cosas raras en el pecho. Ella, deportista de alto rendimiento, se cansaba de más cuando tenía que hacer cardio en sus entrenamientos de porrismo, el sueño del que se enamoró cuando era adolescente. Ante el esfuerzo, le dolía el pecho de forma insoportable, pero ella aguantó, y lo hizo durante años, hasta que su hermana murió. Fue entonces cuando les dijo a sus papás lo que sentía y los exámenes, que le tomaron de inmediato, revelaron que tenía cardiopatía dilatada, lo mismo que se había llevado a la pequeña de las Medina; una enfermedad en la que el corazón se agranda y se debilita, perdiendo su capacidad para bombear sangre de manera eficiente. Los médicos les dijeron que debía ser una terrible coincidencia o que su familia, a pesar de no tener historial, le había heredado la condición que le cambiaría la vida.

Su corazón, y su espíritu, empezó a apagarse poquito a poco, con un ritmo perezoso y cansino. Todo un contraste de la hiperactividad que la había llevado, siendo una niña, a involucrarse en cuanto deporte se le cruzó por enfrente: llegó a ser campeona tanto en baloncesto como en bolos, pero fueron las porristas las que lograron reclutarla cuando estaba en el colegio. Albergó desde entonces el sueño de ser una de las pioneras de ese deporte en Colombia, una disciplina, sobre todo, popular en Estados Unidos, la gran meta que Paula Medina no pudo cumplir.

Después de su diagnóstico, con la traumática experiencia familiar que había vivido, tuvo mucho miedo de aceptar un trasplante de corazón, pero fue mayor el temor de sentir que se le iba la vida y cuando encontró el valor para aceptar la donación, que le dio un nuevo brío, volvió a nacer con un nuevo propósito: amar de nuevo la vida y promover la donación de órganos.

Reponerse, una y otra vez

Paula hoy vive con otro corazón. Siguió siendo atleta tras la operación y, de hecho, el deporte le abrió las puertas a su nueva vida. Actualmente, se prepara junto a la selección colombiana de deportistas trasplantados que viajará a Dresden (Alemania), para participar en la edición 25 de los Juegos Mundiales de la WTGF (World Trasplant Games Federation). Trece deportistas nacionales (tres mujeres y 10 hombres) participarán en múltiples disciplinas, pero la antioqueña estará en triatlón y natación en aguas abiertas, competiciones en las que ya participó, logrando una medalla de bronce en los Juegos Mundiales que se hicieron hace unos años en Inglaterra.

Las certezas del ahora fueron desconcierto en el ayer. Antes de imaginar de nuevo la oportunidad de ser deportista, Paula Medina dudó, muchas veces, de si seguiría viviendo. Cuando por fin aceptó su enfermedad y estuvo preparada para recibir el trasplante, un tropiezo inesperado le robó el ánimo: los médicos le dijeron que necesitaba no solo un corazón, sino también nuevos pulmones. ¿La razón? Una hipertensión pulmonar severa que podía dañar el nuevo órgano. Los médicos consideraban ambos procedimientos demasiado arriesgados y con pocas probabilidades de éxito. La dificultad no solo era el diagnóstico, sino las condiciones que lo acompañaban: un corazón enfermo no basta para ser considerado apto de trasplante si el resto del cuerpo no lo puede sostener. La hipertensión pulmonar hizo del procedimiento un riesgo extremo, porque cualquier nuevo corazón habría fallado rápidamente frente a la presión arterial elevada en los pulmones. Además, los órganos no llegan cuando uno los espera: el tiempo es incierto, mas no el deterioro. Y mientras tanto, para ser candidata, debía mantenerse estable, sin complicaciones añadidas.

En Colombia, según cifras del INS (Instituto Nacional de Salud), recibir un órgano sigue siendo una posibilidad lejana para miles de personas: al cierre de 2022, más de 3.600 pacientes estaban en lista de espera y solo se realizaron 1.190 trasplantes en todo el país. Aunque las cifras muestran una recuperación tras la pandemia —con un incremento del 21,1 % frente a 2021 y una mejora en la cantidad de donantes cadavéricos y vivos—, la realidad sigue siendo compleja. El órgano más demandado es el riñón, con 3.328 personas esperando uno, seguido del corazón, del cual solo 80 pacientes fueron trasplantados. La tasa de donación sigue siendo baja: apenas 6,4 donantes por millón de habitantes, lo que limita el acceso a procedimientos vitales y revela la urgencia de promover la donación altruista y fortalecer políticas de salud pública que prevengan el deterioro de órganos como el riñón, el hígado y el corazón.

Y si la situación ya era compleja, en medio de ese panorama, Paula Medina estuvo a punto de perder una pierna, pues mientras estaba luchando por mantenerse estable, con su enfermedad cardíaca, su corazón se llenó de trombos. Uno de esos coágulos viajó hasta la arteria de su pierna derecha, obstruyéndola por completo. Los médicos intentaron limpiarla en varias ocasiones, pero no lo lograron, y empezó a necrosarse. Como último recurso, le hicieron un bypass: un puente quirúrgico para recuperar la circulación. Aunque el procedimiento también se complicó, y el dolor se volvió crónico, logró conservar la pierna.

En medio de la incertidumbre, el deporte y su amor de la infancia le abrieron una rendija a la esperanza. Primero, como terapia silenciosa, la natación le permitió recuperar poco a poco la función pulmonar y estabilizar su cuerpo. Por suerte, el entrenamiento la hizo volver a sentirse viva. Fue en el agua donde convenció a los médicos de que todavía tenía fuerza, donde su corazón resistió y sus pulmones mejoraron, al punto de que un día le dijeron que ya no necesitaba el trasplante doble. Solo entonces pudo entrar en lista para recibir un nuevo corazón. Y fue también nadando donde conoció al triatlón, su segunda vida.

Un nuevo corazón

Paula Medina recuerda la sensación en el pecho. Su nuevo corazón latía tan duro que sentía que se le iba a salir. Ante la incredulidad, de sentirse viva —con un corazón que bombeaba sangre a toda máquina—, le pedía a su mamá que comprobara que su cuerpo era real. Su nuevo órgano le cambió hasta las cosas más insignificantes; poder acostarse sin una almohada que la dejara sentada toda la noche, respirar con normalidad, tomar agua directamente de una botella —después de años de aprender a tragar sorbos mezclados con saliva—. Eran gestos simples que se convirtieron en rituales de celebración. Cada latido era una confirmación: todo comenzaba de nuevo.

Fue en ese momento, todavía en recuperación, cuando uno de sus médicos le lanzó una frase que la sacudió: “Usted tiene un corazón nuevo. No se queje; aproveche”. Y lo hizo. Con el triatlón nació un propósito de vida: competir y llevar su historia por el mundo. Ya no se trataba solo de volver a entrenar, sino de demostrar que un cuerpo trasplantado también puede cruzar metas. La sentencia encendió una llama. Si tenía una segunda oportunidad, no la desaprovecharía. Así empezó a nadar, luego a correr y a montar en bicicleta. Poco a poco, se fue construyendo una nueva atleta, con un corazón ajeno que latía con más fuerza que nunca. Llegaron los Juegos Latinoamericanos, los Oceanman, los Ironman y los Juegos Mundiales, que espera repetir en agosto de este año.

Paula Medina renació, pero también estuvo a punto de morir otra vez. Después de su trasplante, enfrentó dolores físicos y abismos emocionales que la llevaron al límite. En 2022, su cuerpo sufrió un rechazo severo al órgano trasplantado —una reacción común, como ella explica, que le sucedió cuando el cuerpo reconoció que ese corazón no era suyo—. La situación fue tan crítica, tan devastadora en lo físico y en lo mental, que Paula pidió la eutanasia como una solución a su agotamiento. Se sentía profundamente vencida. No obstante, los tratamientos funcionaron. Y ocho meses después, contra todo pronóstico, estaba de nuevo en el agua, completando un Oceanman de 5.000 metros. Fue el deporte, como tantas veces en su vida, lo que la sostuvo: no solo la mantuvo entrenada para resistir, sino que le ofreció una meta cuando todo lo demás parecía nublarse.

Por eso le gusta contar la historia de cuando ganó el bronce en los pasados Juegos Mundiales en los 50 metros mariposa. El tercer puesto le dio mucha frustración, quería el oro. Pero, arriba en el podio, se le vinieron a la cabeza tantos recuerdos y tantas luchas, que la nostalgia venció al orgullo. Y entonces recordó lo mucho que merecía esa medalla y lo que representaba estar ahí, después de todo. No era cualquier bronce: era el premio por haber sobrevivido. Entendió que su lugar en ese partidor era la mayor victoria. “Estoy aquí porque luché por mi vida”, recuerda hoy y dice que, desde entonces, esa medalla, la que no quería, se convirtió en la que más atesora.

Paula Medina entendió que su propósito iba más allá. Por eso, además de competir, lleva por el mundo un mensaje urgente: el de la donación de órganos como un acto de amor que salva vidas. Lo hace cuidando a niños trasplantados, liderando a la selección nacional, gestionando recursos para que otros puedan competir y enseñándoles a quienes han recibido un órgano que amarse es también una forma de resistir. Les habla con la autoridad de quien ha vivido en carne propia el miedo, el dolor, la esperanza y la gloria. Ella lo sabe bien: su corazón, valiente, se forjó con cada golpe. El primero, la muerte de su hermana. Eso marcó su historia, pues sigue impulsándola a nadar, correr, pedalear y, sobre todo, seguir adelante.

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