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De aquel muchacho que jugaba bola e’trapo por las polvorientas calles del barrio Abajo de Barranquilla, que quería ser estrella de su amado Júnior jugando al fútbol, que miraba el béisbol con recelo porque pensaba que “no estaba hecho para ese deporte”, es sin discusión alguna hoy día, el faro y guía de las futuras estrellas del béisbol colombiano para llegar a las Grandes Ligas, el circuito profesional que concentra a la crema y nata de este deporte en el mundo.
Su hermano Édinson no había podido superar la barrera de las divisiones menores en el Béisbol Organizado, pero Édgar Rentería Erazo, desde cuando aprendió los secretos y los principales fundamentos del deporte de los bates y las manillas, cambió de parecer inculcado por su hermano mayor, se consagró a él con alma, vida y sombrero, hasta llegar a la cúspide, encumbrándose con méritos propios y desplazándose en busca del honor y la gloria.
El menor de siete hermanos —Édinson, Sofía, Gloria, Betty, Evert, Emperatriz y Édgar— del hogar formado por el chocoano Francisco Víctor y la bolivarense Visitación, nació ese vástago que bajo las sombras de las paredillas del estadio Tomás Arrieta se forjó jugando al béisbol en la Arenosa, con ribetes suficientes para llegar por lo menos a ser ungido en la lista de aspirantes para el Salón de la Fama, tras mágicas, formidables y sensacionales actuaciones en más de 15 temporadas en las mayores.
Meteórica carrera
Su despertar en la Gran Carpa llegó aquél 10 de mayo de 1996, cuando por primera vez lució el uniforme de los Marlins de la Florida, divisa con la cual había firmado en las divisiones inferiores, evidenciando en los tres años que tuvo en las menores, un progreso que impresionó a los entendidos, expertos y críticos, y desde entonces siempre ha sido titular en todas las novenas en las que ha jugado, con los Marlins, Cardenales de San Luis, Medias Rojas de Boston, Bravos de Atlanta, Tigres de Detroit y Gigantes de San Francisco.
Empero su gloria y su meteórica carrera se inició aquella noche del 26 de octubre de 1997, cuando en la undécima entrada, con dos outs colgados en la pizarra y el tablero igualado a dos carreras, despachó el inatrapable de oro, frente a una oferta del lanzador derecho Charles Nagy, empujando desde la segunda almohadilla a Craig Counsell , con la carrera que le dio la victoria a los Marlins frente a los Indios de Cleveland, en el séptimo y último juego de la Serie Mundial.
Nunca más su faro se apagó, afianzándose como un pelotero de duro batallar, con manos salpicadas con extraordinaria seguridad a la defensiva y con un bateo que siempre le ha dado lidia a los lanzadores, enviando la pelota hacia todos los campos del diamante, jugando más de 100 desafíos por año en 14 de las 15 temporadas en que ha intervenido, pues en la única en donde no ha tenido la fortuna de estar por encima de esa cifra ha sido en este 2010, cuando las dolencias físicas lo marginaron de un buen número de partidos con los Gigantes, con apenas 72 apariciones sobre el terreno de juego entre 162 posibilidades.
Envidiables numeritos
El Niño de Oro de Barranquilla, ganador de los Guantes de Oro de la Liga Nacional en los años 2002 y 2003, como el mejor paracortos a la defensiva con los Cardenales; y los Bates de Plata como el mejor a la ofensiva en su posición, en 2000, 2002 y 2003, todos con los Cardenales, alcanzó el más grande reconocimiento de la prensa deportiva colombiana cuando El Espectador lo proclamó en 1997 y en 2003 como El Deportista del Año, el tradicional y acreditado concurso que creó el jefe de deportes del matutino Mike Forero-Nougués, en 1960, al cual igualmente puede aspirar y probablemente obtener en este 2010.
Además de todas esas distinciones, acumula en su impronta beisbolera para honra y gloria del béisbol colombiano, el haber participado en el Juego de Estrellas de la Liga Nacional en los años 1988, 2000, 2003, 2004 y 2006, como el único pelotero criollo que hasta la fecha alcanza dicho honor.
Pero tiene algo más. En este 2010 Rentería ahora es de Colombia y no sólo de Barranquilla, fue el artífice de dos de las cuatro victorias de los Gigantes de San Francisco, al conectar los batazos que, finalmente, le mostraron el camino ganador a la novena de San Francisco.
Con dos cuadrangulares, uno de ellos en el séptimo episodio del quinto y último juego frente a una oferta del extraordinario lanzador zurdo Cliff Lee, con dos compañeros en circulación, marcó en el tablero las tres rayitas que finalmente le dieron el triunfo a los Gigantes, para ganar la Serie Mundial 2010, que 56 años después y por primera vez, conquistaron los de San Francisco en la sede de la nueva franquicia, que ocupa desde 1958.
Pero Édgar, tan sencillo, introvertido y humilde como lo es, tiene ahora algo más para sentirse orgulloso de ser pelotero colombiano en las Grandes Ligas. Acaba de conquistar el título de Jugador Más Valioso de la Serie Mundial 2010, algo que sólo consiguen los grandes entre los grandes.
En las estadísticas de temporada regular, su promedio ofensivo de por vida es de 287 puntos, en 2.056 partidos, con 2.252 imparables conectados, incluyendo 135 cuadrangulares; con 887 carreras fletadas y 1.166 anotadas, numeritos que ofensivamente envidiaría cualquier paracortos en las mayores. Y a la defensiva tiene 970 puntos, con 259 errores al campo, en 8.625 lances, con 2.873 outs fabricados; 5.493 asistencias, y 1.183 jugadas de doble out.
En las tres Series Mundiales en las cuales ha participado con los Marlins, con los Cardenales y con los Gigantes, todas en la Liga Nacional, en 1997, 2003 y 2010, compila 16 partidos jugados, con 63 turnos al bate, con 21 indiscutibles conectados, incluyendo dos ‘bambinazos’ y cinco dobletes para promedio ofensivo de 333 puntos de por vida, con 10 carreras fletadas hasta el pentágono y 11 anotadas. Si esos numeritos no son envidiables, ¡apaga y vámonos…!
Sin embargo, su final parece estar cerca, aun cuando sólo él puede decidir si tiene el combustible suficiente para seguir en la dura brega del Béisbol Organizado, una constante lucha de nueve meses, como si se fuese a parir un hijo, en donde las flaquezas físicas y psicológicas cuando empiezan a hacer mella, doblegan al más fuerte.
Pase lo que pasare de aquí en adelante, Édgar para siempre será el Niño de Oro ahora no sólo de Barranquilla sino de toda Colombia, para bien del béisbol, que necesita todo y de todos, y para bien del deporte colombiano en general, que supera, sin temor a equivocarnos, a cualquiera otro atleta que haya tenido nuestro país en toda su historia.