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La frase, casi un cliché que ahora repite la argentina Paula Ormaechea, se refiere a la incomodidad que significa la altura para un jugador. Antes de preocuparse por competir, el encordado debe subir las libras para que la bola no avance demasiado. Hay que llegar con buena antelación para aclimatarse y así poder respirar bien en la cancha. Y hay que dosificar: tal vez no discutir con el juez, no gemir a la hora de golpear la pelota y no celebrar. Es mejor respirar profundo. “En definitiva, acá uno se debe permitir errar más que al nivel del mar y seguir tranquilo. Lo importante es ser paciente y pasar la bola así sea con el marco, ¡como sea! No importa que acá uno no logre jugar bonito”, dice la santafesina de 20 años, que ayer dio la sorpresa de la Copa Claro Colsánitas de Bogotá al superar por 2-6, 6-3 y 7-6 a la italiana Francesca Schiavone, ex número cuatro del mundo y campeona de Roland Garros en 2010.
“Es, sin duda, el mejor triunfo de mi carrera. Aún no lo puedo creer”, dijo entre suspiros, orgullosa de sí misma, pero al mismo tiempo triste de no encontrar a nadie conocido para celebrar. Su entrenador, Federico Paskvan, se quedó en Argentina poniendo en práctica un nuevo plan de trabajo: “Vas a viajar sola un tiempo y te vas a conocer a ti misma”, le ordenó a regañadientes. Eso significa que en la cancha no tendrá apoyo, ninguna señal que revele la estrategia perfecta ni el consuelo animador del equipo. “Nada de eso. Acá estoy sola, animándome con el público. Y sí, conociéndome a mí misma. Mi objetivo es ser la mejor, sola o acompañada. Aunque, claro, saber que mi entrenador está a tantas horas de acá es duro. Sólo hablamos por chat, pero no es lo mismo”, confiesa entre risas, con su cara aún quemada después del encuentro que acabó con ella en el suelo, las manos en la cabeza, como quien no puede dimensionar el hecho de haber derrotado a una top. A una experimentada 12 años mayor.
Ya se metió a los cuartos de final en Bogotá y hoy enfrentará a la española María Teresa Torro-Flor.