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El paratleta que se creyó el cuento de que nada es imposible

Era arquero en Once Caldas, pero su vida cambió cuando recibió un diagnóstico sorpresivo y la noticia de que tendría que usar silla de ruedas. Esta es la historia de uno de los maratonistas más destacados del paratletismo colombiano.

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Nahomi Ruiz Moreno
05 de diciembre de 2025 - 03:00 p. m.
Esta es la historia de uno de los maratonistas más destacados del paratletismo colombiano.
Esta es la historia de uno de los maratonistas más destacados del paratletismo colombiano.
Foto: Francisco Sanclemente
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Francisco Sanclemente creció en Buga, Valle, en un hogar rodeado de mujeres. El fútbol le llegó a los seis años, cuando ir a jugar a la escuela José María Villegas era la distracción perfecta.

Lo que empezó siendo un pasatiempo se convirtió en un sueño. “Empecé siendo portero porque los guayos se me mantenían dañando. Era para tener que patear menos el balón”, recuerda. Esa posición le terminó gustando y, mientras alternaba el colegio con el fútbol, su carrera se consolidó. Llegó a la selección de Buga, después a la del Valle del Cauca y a los 16 años, a las inferiores del Once Caldas de Manizales.

“Todos mis sueños y aspiraciones estaban alrededor del fútbol hasta que ocurrió lo de la silla de ruedas”. El diagnóstico le cambió la vida el 14 de julio del 2006: mielitis transversa, un trastorno neurológico causado por la inflamación de la médula espinal como consecuencia de una infección. En ese momento, Francisco tenía 18 años, cursaba grado 11 y estaba a punto de convertirse en padre.

Y empezó una etapa de duelo. Duelo por lo que pudo haber sido, y no fue. Y adicional a eso, la preocupación de conseguir un sustento para su hija Alejandra. Fueron tiempos difíciles, pero en su cabeza resonaba una idea: “Esto es una lotería y me tocó a mí”.

No había espacio para “romantizar la tragedia”, fueron dos meses devastadores de llanto, desilusión y muchas preguntas, pero ver a su abuela y su mamá abrumadas con todas las responsabilidades del hogar fue su motivación para empezar a realizar tareas cotidianas y “volver, poco a poco, a la vida”.

Volvió al colegio para terminar el bachillerato. “Hay que continuar”, resonaba en su cabeza. Empezar a entender la silla de ruedas como una característica y no como una discapacidad le ayudó a aceptar que ahora se iba a mover de una manera distinta.

En 2010, cuando ya había ingresado a la universidad a estudiar Administración de Empresas y asistía al gimnasio regularmente, le hablaron de la Media Maratón de Bogotá. “Dije: ‘Voy a ir a pasear a Bogotá, que no conozco. Vamos a ver qué pasa’”. En esa carrera llegó de último, pero se reconectó con el espíritu competitivo. Esa competencia le dejó claro que debía ir más allá de sus límites. “Lo tengo que hacer mejor”, se decía. Y así fue, regresó a Buga con un objetivo claro: mejorar.

El otro asunto por resolver era la silla de ruedas. En ese momento tenía una silla hospitalaria, pero en Bogotá vio personas con sillas distintas y adaptadas para carreras. Empezó a tocar puertas y buscar patrocinadores para tener una de esas. “Cuando las herramientas no son las mejores, es uno el que tiene que ser el mejor”

Participó en un par de carreras en Cali y, pese a que en todas quedaba de último, disfrutaba el proceso. Poco a poco se estaba dando a conocer y se consolidaba su pasión. Durante casi tres años luchó para tener su primera silla de atletismo. Ya era 2013, un año en el que, sin lugar a dudas, empezó a recibir los frutos de su esfuerzo. Llegó la primera medalla de podio, fue una victoria en la carrera “Presta tu pierna”, en Bogotá.

Francisco asegura que este primer puesto fue circunstancial porque la persona que iba a ganar se equivocó en el camino justo antes de cruzar la meta, pero, “a veces, las oportunidades aparecen y uno tiene que estar listo para poder tomarlas”. Ese mismo año ganó la Media Maratón de Cali.

En 2014, fue primero en la Maratón de las Flores en Medellín, repitió triunfo en el Valle, ganó la media maratón de Bogotá y viajó por primera vez fuera del país para correr en Buenos Aires. “Me comí el cuento de que no hay nada imposible”. Ese es el lema de su vida. Surgió a partir de una de esas derrotas que, lejos de desanimarlo, lo impulsó a entrenar más para obtener un resultado distinto.

Pese a que su biotipo no es el común en maratones, y a que el mismo Francisco asegura que tiene un cuerpo que podría ser ideal para dedicarse a lanzamiento de jabalina o al levantamiento de pesas, ha asumido el reto con mucha disciplina, la cual lo motiva a entrenar más de cuatro horas al día, seis veces a la semana. “A mí me cuesta más de la cuenta subir peldaños porque genéticamente no estoy apto para este deporte”. Sin embargo, lo hace, y muy bien.

Los resultados de los últimos años lo comprueban: es tricampeón de la Maratón de Los Ángeles (2023-2024-2025), campeón de la Maratón de Sevilla 2024, podio de la Maratón de París (2021-2022-2025), tricampeón y récord de la Maratón de Ciudad de México, tricampeón de la Maratón de Buenos Aires (2016-2017-2018), bicampeón de la Media Maratón de Miami (2017-2018), fue el primer latino en hacer un IronMan 70.3 con paraplejia y ha tenido múltiples victorias en Ecuador, Portugal, Brasil y Perú.

En este 2025 fue uno de los deportistas homenajeados en la ceremonia número 65 del Deportista del Año de El Espectador y Movistar, reconocimiento que, según cuenta, conoce desde que era pequeño y asegura que lo hace sentir muy orgulloso por el proceso que ha vivido en su carrera deportiva.

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Nahomi Ruiz Moreno

Por Nahomi Ruiz Moreno

Comunicadora Social y Periodista Universidad de La Sabana@nahomiruizmnsruiz@elespectador.com

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