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Juan Esteban Reyes tiene 29 años, es el menor de cuatro hermanos, junto a ellos pasó su infancia encima de una moto, atravesando trochas y superando obstáculos. “Toda mi niñez soñé con tener una moto de alta calidad”, así relata su anhelo y es que según cuenta, desde que tiene uso de razón vio las motos como un estilo de vida. Dice que gracias a a su familia fue que llegó a este mundo deportivo, en el que ha estado desde siempre. Este es un deporte que lleva en la sangre: su padre Fernando Reyes tenía este hobby desde los 25 años.
“Siempre tuvimos motos de calidad media, servían pero no eran las adecuadas para practicar Enduro, pero como éramos tantos no podíamos tener más”, dice Juan Esteban. Finalmente, en 1997, su papá logró comprarse una moto de muy buena calidad y a los ocho días salió con su hermano a probarla. Recuerda que estaban felices, iban por una cantera que quedaba en la calle 150 con séptima, en Bogotá, cuando aparecieron hombres armados y los robaron, “nos dejaron en calzoncillos en la mitad de la carretera”. Su padre cuenta que después de eso sus dos hijos fueron al CAI de la zona y la policía sólo les dijo: “¿Cómo se meten por ahí? Nosotros no vamos por allá porque es muy peligroso”.
Lo curioso de esta historia es que no se robaron la moto nueva, sino una de las viejas. Sin uniformes, llegaron a la casa muertos del susto; él tan solo tenía 13 años.
Superado el miedo, salieron a los pocos días a seguir entrenando, iban los cuatro niños y allí se turnaban la moto, cada uno la usaba 15 minutos. El problema era participar en las carreras, porque todos pertenecían a la misma categoría. Así que la solución era sortear quién corría. “Y cuando me tocó el turno me fue pésimo, quedé de penúltimo”, recuerda entre risas Juan Esteban, quien admite que fue en ese momento en el que se obsesionó por completo con el enduro y decidió entrenar más que los demás. Su nivel fue subiendo y con éste sus expectativas para llegar a competencias internacionales. En 2002 su hermano radicado en Francia conoció a un miembro de la Federación de Motociclismo, intercambiaron datos y cuatro meses más tarde viajó al país europeo. Con tan solo 17 años y cargado con una maleta en la que llevaba todos los implementos necesarios para estar en la moto y otra con su ropa, buscó nuevas oportunidades.
Llegó a estudiar el idioma del país galo y terminó hablando francés, italiano, inglés y hasta sueco; le tocó aprender desde mecánica hasta educación física. Y es que hoy en día tiene título de entrenador deportivo.
Se lanzó a cocinar, a pagar las cuentas, pero eso sí, sin dejar a un lado su propósito de competir con los grandes. Vivía en el sur de Francia y desde su habitación comenzó a planear sus carreras. “Cogí el directorio de la Federación francesa y llamé a los afiliados que estuvieran en la región. Me presentaba, todos me decían que no, pero después de la décima llamada me decían bueno y me cobraban 100 dólares o euros. Hacía todo lo que no se debía hacer y comencé a llamar la atención de los medios, los deportistas, los organizadores”. Se iba en su propia moto, una semana antes, dormía en una carpa al lado de todos los camiones y así llegó a su primera carrera en el viejo continente. En el primer certamen se retiró por problemas mecánicos, en el siguiente quedó de 200 y comenzó a escalar, hasta llegar a los 10 primeros.
Los viajes para la carrera ya no los tenía que hacer en moto, logró comprar una vagoneta y luego una van, que adaptó, la mitad era taller y la otra era casa, allí vivió con su novia sueca. Con una gran carcajada dice que tenían una ‘neverita’ y una ‘estufita’ y fue así como recorrió Europa, en ocho meses su tacómetro ya marcaba 60 mil kilómetros.
En total estuvo cuatro años en Francia y uno en Suecia, logró ser piloto de la marca Honda y ahora está radicado en su natal Bogotá, desde donde intenta abrirles paso a todos los jóvenes que se unen al enduro.