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                                                                                                                              La ayuda extra de la campeona Leidy Solís

                                                                                                                              Esta es la historia de una dinastía de pesistas, en la que todos los miembros de la familia han colaborado para que la vallecaucana sea la mejor del mundo en los 81 kilogramos.

                                                                                                                              Camilo Amaya

                                                                                                                              La española Lidia Valentín (izq.), Solís y la estadounidense Jenny Arthur. / EFE

                                                                                                                              Con la ternura que genera la remembranza del pasado, y hasta con la gracia de las travesuras hechas, Jéssica Solís habla de la única vez que ella y Leidy, su sobrina, que más parecía su hermana, vivieron la severidad de Benicia Arboleda, la mamá de la primera y abuela de la segunda. “Nos pegábamos duro de niñas. Eso era golpe va, golpe viene. Una vez mi mamá nos vio agarradas del pelo y sacó un látigo de vaca y nos dio tan duro, que nos salieron ronchas durante varios días”. Jéssica y Leidy dormían juntas, comían juntas, hasta estudiaban juntas (se llevan dos meses). En lo académico, una era buena para las manualidades y más sensible a la hora de dibujar, y la otra, Leidy, más práctica y radical, con mejores resultados en las ciencias exactas.

                                                                                                                              Tan diferentes, pero a la vez tan parecidas, empezaron en las pesas de manera simultánea en el coliseo Benicio Echeverry de Tuluá. Desde la casa de la abuela, en el barrio Nueva Farfán, se demoraban dos horas caminando hasta que Leidy, más vehemente y aguerrida que Jéssica (ella lo reconoce) se ganó una bicicleta luego de brillar en unos Juegos Departamentales. Eso hizo que el recorrido se hiciera más corto, más llevadero, pues una pedaleaba a la ida y la otra a la vuelta. Y así también se turnaban el manejo de la dirección. Un día, por la pereza de cargar el morral que compartían para las prácticas, les dio por amarrarlo delante del manubrio y en una bajada una de las correas se enredó con la llanta delantera y terminaron contra el asfalto. “Sabés que no lloró mucho. Ella siempre ha sido así: si hay que chillar, pues lo hacemos, nos limpiamos los ojos y seguimos para delante”.

                                                                                                                              Eso fue lo que les enseñaron en un hogar en el que la abuela, como la Mamá Grande de Gabriel García Márquez, inculcó desde siempre el respeto infinito y donde no pasaba nada sin que ella diera su aprobación o su rechazo, cuando era necesario. De hecho, doña Benicia, a la que le tocaba contar la gente cada vez que le preguntaban que cuántos dormían bajo su techo (llegaban hijos, sobrinos, nietos y amigos que fueron criados como hijos), las amamantó a las dos. “La madre de Leidy se la pasaba trabajando para que a la niña no le faltara nada, y por eso la abuela la educó”, dice la tía Nubia, con énfasis en la palabra “educó”, como si quisiera dar a entender que la verdadera educación de un niño se da en la casa.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Doña Benicia, que vela porque cada cosa esté en su sitio y en su orden es, en gran parte, como el resto de la familia Solís, responsable en cierta medida de los triunfos de Leidy, pues su apoyo en la vida personal es lo que le permite a ella competir más tranquila, entrenarse sabiendo que siempre habrá un soporte y un sostén que no la va a dejar caer en los momentos más crudos.

                                                                                                                              No lo hicieron cuando Leidy se enteró de que estaba embarazada en plena concentración antes de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, tampoco cuando a una semana de dar a luz tuvo un accidente en el baño: el vidrio de la ducha no era de seguridad, ella se resbaló y en su afán de que los pedazos no llegaran hasta el vientre puso el brazo izquierdo como escudo. “La llevaron a la clínica San Francisco y un cirujano le dijo que tocaba operar, que era con anestesia general y, pues claro, la preocupación era su estado, que se le viniera antes el bebé. Eso sí, le dijeron que si tocaba le hacían cesárea”, dice la tía Nubia.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Tras quedarse fuera de los Olímpicos, Leidy volvió a levantar pesas en los Juegos Nacionales de 2012 y fue medalla de oro en su categoría. Ya después vinieron los triunfos en los Bolivarianos de Perú en 2013, en los Suramericanos de Chile al año siguiente, al igual que en los Centroamericanos y del Caribe en México. Incluso en los Panamericanos de Canadá, en 2015, fue la mejor en los 69 kilogramos al levantar 111 kg en arranque y 145 en envión. En otras palabras, una de las mejores del mundo. Luego llegó la buena noticia de la medalla de bronce en los JJ. OO. de Pekín (terminó cuarta, pero la tercera, Natalia Davidova, fue descalificada por dopaje), presea que se transformó hace dos años en plata tras la sanción a la china Chunhong Liu, por lo que la vallecaucana subió al segundo escalón del podio.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              @CamiloAmaya

                                                                                                                              Correo: icamaya@elespectador.com

                                                                                                                              La española Lidia Valentín (izq.), Solís y la estadounidense Jenny Arthur. / EFE

                                                                                                                              Con la ternura que genera la remembranza del pasado, y hasta con la gracia de las travesuras hechas, Jéssica Solís habla de la única vez que ella y Leidy, su sobrina, que más parecía su hermana, vivieron la severidad de Benicia Arboleda, la mamá de la primera y abuela de la segunda. “Nos pegábamos duro de niñas. Eso era golpe va, golpe viene. Una vez mi mamá nos vio agarradas del pelo y sacó un látigo de vaca y nos dio tan duro, que nos salieron ronchas durante varios días”. Jéssica y Leidy dormían juntas, comían juntas, hasta estudiaban juntas (se llevan dos meses). En lo académico, una era buena para las manualidades y más sensible a la hora de dibujar, y la otra, Leidy, más práctica y radical, con mejores resultados en las ciencias exactas.

                                                                                                                              Tan diferentes, pero a la vez tan parecidas, empezaron en las pesas de manera simultánea en el coliseo Benicio Echeverry de Tuluá. Desde la casa de la abuela, en el barrio Nueva Farfán, se demoraban dos horas caminando hasta que Leidy, más vehemente y aguerrida que Jéssica (ella lo reconoce) se ganó una bicicleta luego de brillar en unos Juegos Departamentales. Eso hizo que el recorrido se hiciera más corto, más llevadero, pues una pedaleaba a la ida y la otra a la vuelta. Y así también se turnaban el manejo de la dirección. Un día, por la pereza de cargar el morral que compartían para las prácticas, les dio por amarrarlo delante del manubrio y en una bajada una de las correas se enredó con la llanta delantera y terminaron contra el asfalto. “Sabés que no lloró mucho. Ella siempre ha sido así: si hay que chillar, pues lo hacemos, nos limpiamos los ojos y seguimos para delante”.

                                                                                                                              Eso fue lo que les enseñaron en un hogar en el que la abuela, como la Mamá Grande de Gabriel García Márquez, inculcó desde siempre el respeto infinito y donde no pasaba nada sin que ella diera su aprobación o su rechazo, cuando era necesario. De hecho, doña Benicia, a la que le tocaba contar la gente cada vez que le preguntaban que cuántos dormían bajo su techo (llegaban hijos, sobrinos, nietos y amigos que fueron criados como hijos), las amamantó a las dos. “La madre de Leidy se la pasaba trabajando para que a la niña no le faltara nada, y por eso la abuela la educó”, dice la tía Nubia, con énfasis en la palabra “educó”, como si quisiera dar a entender que la verdadera educación de un niño se da en la casa.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Doña Benicia, que vela porque cada cosa esté en su sitio y en su orden es, en gran parte, como el resto de la familia Solís, responsable en cierta medida de los triunfos de Leidy, pues su apoyo en la vida personal es lo que le permite a ella competir más tranquila, entrenarse sabiendo que siempre habrá un soporte y un sostén que no la va a dejar caer en los momentos más crudos.

                                                                                                                              No lo hicieron cuando Leidy se enteró de que estaba embarazada en plena concentración antes de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, tampoco cuando a una semana de dar a luz tuvo un accidente en el baño: el vidrio de la ducha no era de seguridad, ella se resbaló y en su afán de que los pedazos no llegaran hasta el vientre puso el brazo izquierdo como escudo. “La llevaron a la clínica San Francisco y un cirujano le dijo que tocaba operar, que era con anestesia general y, pues claro, la preocupación era su estado, que se le viniera antes el bebé. Eso sí, le dijeron que si tocaba le hacían cesárea”, dice la tía Nubia.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Tras quedarse fuera de los Olímpicos, Leidy volvió a levantar pesas en los Juegos Nacionales de 2012 y fue medalla de oro en su categoría. Ya después vinieron los triunfos en los Bolivarianos de Perú en 2013, en los Suramericanos de Chile al año siguiente, al igual que en los Centroamericanos y del Caribe en México. Incluso en los Panamericanos de Canadá, en 2015, fue la mejor en los 69 kilogramos al levantar 111 kg en arranque y 145 en envión. En otras palabras, una de las mejores del mundo. Luego llegó la buena noticia de la medalla de bronce en los JJ. OO. de Pekín (terminó cuarta, pero la tercera, Natalia Davidova, fue descalificada por dopaje), presea que se transformó hace dos años en plata tras la sanción a la china Chunhong Liu, por lo que la vallecaucana subió al segundo escalón del podio.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              @CamiloAmaya

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