
Cuando Isabella González, una de las medallistas doradas de Colombia en los Juegos Bolivarianos de la Juventud, empezó en la esgrima, a los nueve años, muy rápido entendió quién había sido su papá. Mientras le seguía los pasos en el coliseo, trataba torpemente de escuchar todos los consejos que le daba. Sin embargo, el choque de los metales —las espadas que se blandían en el aire y se golpeaban entre sí— le impedía recibir con claridad las enseñanzas de su progenitor, un esgrimista de talla olímpica. Como podía, se acomodaba para aprender del...
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