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Leidy Solís consiguió dos medallas de oro en el Campeonato Mundial de Levantamiento de Pesas en Pattaya, Tailandia, en septiembre de este año. Luego de “bajar su movimiento” y ver que el juez dictó que era válido, la deportista emitió un grito que le salió del alma. “Automáticamente me tiré al piso, llegaron las lágrimas. Tenía sentimientos encontrados”, dijo. Hubo una tormenta de recuerdos de todo tipo: las victorias, las derrotas, los retos, los entrenamientos y el esfuerzo diario para ser mejor.
Hace ocho años tuvo un accidente mientras se bañaba y sufrió varias cortadas en el antebrazo derecho. Se comprometieron dos nervios y sufrió la ruptura total de cinco tendones. La recuperación fue lenta, duró cinco meses. En este tipo de lesiones no solo debe haber una terapia física, sino que también es importante el apoyo psicológico. “Gracias a Dios”, como menciona, ha contado con un equipo y un entrenador que han estado pendientes de cada cosa que ella necesita. Forma parte del programa de Coldeportes “Atleta excelencia”, un apoyo que les da el Estado, y además cuenta con la ayuda económica del Comité Olímpico y el IDRD, pues representa a Bogotá, pilares importantes en su formación y preparación.
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Con la victoria en Tailandia, Solís sumó ocho medallas de oro y dos de plata en 2019, entre Juegos Nacionales, Panamericanos y el Mundial. Cada logro, dice, se lo debe a su familia, pero especialmente a su abuela, quien la crió, y ahora está en el mismo proceso con Matías, su bisnieto. Ser madre no ha sido un impedimento para Leidy, todo lo contrario, su hijo ha sido su motor, un motivo más para lograr cada meta que se propone.
Al principio, mientras iba aprendiendo qué significaba la maternidad y la importancia de los primeros meses en la vida de un bebé, creó un lazo sustancial con su hijo que aportó a la madurez con la que hoy Matías entiende el porqué de su ausencia intermitente.
“Mami, sé que tú te tienes que ir, no llores porque voy a estar esperándote y sé que vas a ganar”, le dice antes de cada competencia.
Matías ha sido la luz en su camino desde 2012, año en el que supo que estaba embarazada, por lo que no pudo participar en los Juegos Olímpicos de Londres. Y es que lo asumió con amor. Para ella tener un hijo representa una fuente de energía que transforma en fuerza, fuerza que utiliza a diario en su entrenamiento y en la vida.
Desde entonces no ha parado de ganar y de subirse a podios en todo tipo de competencias. Ha conquistado tantas medallas, que perdió la cuenta. Eso sí, las que cuida con especial empeño son la olímpica y las de los mundiales.
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¿Por qué levantamiento de pesas y no otro deporte? Eso no lo tiene muy claro. Comenzó por curiosidad, pero se fue enamorando de la actividad y vio cómo se transformó su vida. “Me dio una alternativa para dejar mi zona de confort y la pobreza no solo material, sino mental. Este deporte me fortaleció, me hizo crecer, ser una gran mujer”, reconoce.
Leidy recalca que para ella es muy importante el ejemplo que les está transmitiendo a los jóvenes. La disciplina, retarse a diario, siempre tener alguna meta por cumplir. “Lo que más me gusta de mi profesión es que sirvo de espejo para muchos jóvenes, estoy aportando a la sociedad, dejando una huella que transformará la vida de muchos que crecieron en condiciones precarias”.
Para ella, conseguir el éxito significa que todo el sacrificio y la constancia en la búsqueda de sus sueños valieron la pena.
Madura, realizada, pero todavía soñadora, asegura que “ahora solamente me queda conseguir el título más grande, ser campeona olímpica en Tokio 2020”.
Lo dice con una sonrisa, esa que la acompaña siempre, incluso en los eventos sociales a los que aún no está acostumbrada. Mira a lo lejos y tira los zapatos de tacón a los que no está habituada, ya que siempre anda en tenis o descalza.
Y promete volver el año próximo a la ceremonia del Deportista del Año de El Espectador, pero al primer lugar del podio, porque ella siempre va por más.