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“El béisbol es ballet sin música, drama sin palabras”, como aquella frase del legendario cronista estadounidense, Ernie Harwell, Antonio ‘Manía’ Torres vivió este deporte. Desde pequeño en el campo de la Matuna, en el barrio San Diego de Cartagena, este panameño criado en la heroica se sentaba a admirar en silencio a sus grandes ídolos. Por un lado, veía algunas pelotas volar metros gracias a los batazos de Pedro ‘Chita’ Miranda. El poder era sorprendente. Cada contacto significaba un cuadrangular. Era soberbio. Mientras que, por el otro lado, el control que tenía en sus lanzamientos Carlos ‘Petaca’ Rodríguez lo hacía admirar el trabajo monticular.
Bajo una temperatura que rondaba los 35 grados, Torres siempre se trasladó del colegio San Pedro Claver a ese playón donde se reunían a practicar aquellos peloteros. No había nada que lo distrajera. Ni siquiera la insistencia de su madre, Rosa López, para que se dedicara al estudio. El béisbol fue su motivación, el que lo hizo soñar con conectar la bola de la misma manera en que lo hacía ‘Chita’ Miranda o lanzar como ‘Petaca’. Allí comenzó a gestarse la carrera de ‘Manía’.
El campo de la Matuna fue testigo de su primer entrenamiento, el día que dejó de ser un fanático y se convirtió en practicante de este deporte. Allí quiso seguir los pasos de Carlos Rodríguez. Se subió al montículo y soltó su brazo. Su velocidad era notable. Dice que alcanzaba las 94 millas. También aprendió la curva y el cambio de velocidad. Era un diamante en bruto. Tenía todo para convertirse en un gran jugador. Varios managers se dieron cuenta de su habilidad y lo contrataron.
Un equipo de segunda categoría, llamado Aguilita, fue la primera novena en la que jugó Antonio ‘Manía’ Torres. A mediados de la década de los 40, mientras que el mundo estaba inmerso en la Segunda Guerra Mundial, en Colombia el béisbol comenzó a tomar fuerza, sobre todo en Cartagena. Por primera vez un seleccionado nacional asistió a un Campeonato Mundial de béisbol en Caracas. Terminó sexto.
Por esos años ‘Manía’ llegó al Getsemaní, cuyo gerente general era Luis Carlos Mutis y el manager era Alfonso Morón, padre del exfutbolista Jaime Morón. Allí brilló como lanzador, pero también tuvo algunos partidos como jardinero. Su deseo de batear lo llevó a jugar en varias posiciones. Su guante y su destreza con el madero eran notables, hasta que se sintió cómodo en los jardines, que con el tiempo se convertirían en su primera posición. Tenía poder ocasional. Pero lo que más se le admiraba era el contacto con la bola. Podía mandarla a donde quisiera.
Su buen juego lo llevó a Bogotá a impulsar el deporte en la Liga de Cundinamarca, cuyo presidente era Rafael Zúñiga. Sus actuaciones desde la lomita y su capacidad con el madero hicieron que Zúñiga le pidiera a ‘Manía’ que representara a la región en los Campeonatos Nacionales. Y así fue. Se convirtió en una de las figuras y ayudó a Cundinamarca a finalizar en la tercera posición. En ese equipo jugó con Guillermo Farcone, quien después sería campeón nacional de jabalina; el Gato, Pedro Méndez; Manuel González y Vicente Martínez. Después de brillar en los Nacionales, el maestro Pelayo Chacón lo escogió para formar parte de la Selección Colombia como lanzador de la décima edición del Campeonato Mundial que se llevó a cabo en Nicaragua.
Ese combinado tenía un listón muy grande que alcanzar debido a que en 1947 el equipo dirigido por el cubano Pelayo Chacón se había coronado campeón en Cartagena. De la mano de Carlos ‘Petaca’ Rodríguez, Pedro ‘Chita’ Miranda, Armando ‘Niño Bueno’ Crizón, Humberto ‘Papi’ Vargas, Julio ‘Cobby’ Flórez, Andrés ‘Venado’ Flórez, Andrés ‘Fantasma’ Cavadia, Carlos ‘Pipa’ Bustos, entre otros, Colombia llegó a la final, donde venció a Puerto Rico para lograr su primer campeonato mundial. Ese júbilo que vivió Cartagena, lamentablemente, no se pudo emular en Nicaragua. No obstante, ese seleccionado terminó por lo alto.
En el juego por el tercer puesto, que se jugó en el estadio General Somosa, Colombia definía el tercer puesto del campeonato con México. El partido lo abrió José ‘El Gato’ Magallanes y el seleccionado manito se fue arriba 9-0. Parecía que iba a ser una catástrofe. Cayó el tercer out de la primera entrada y a pesar de la paliza no se veían caras largas. “Esto no se acaba hasta que se acaba”, dijo en su momento el receptor de los Yanquis, Yogi Berra. Así lo tomó el seleccionado nacional y a punta de carreras por entrada logró remontar y hacer de este encuentro que parecía iba a ser fácil para México, una victoria agónica y muy celebrada. “Esa Selección estaba conformada por Luis Alvear, Luis Morales, Severo Ballesteros, Hernando Vitola, José Magallanes, entre otros. El ganador de ese partido fue Vitola”, recuerda.
Tras este campeonato, ‘Manía’ Torres pasó por Millonarios, donde salió campeón amateur, y volvió a Getsemaní. También jugó Panamericanos en Buenos Aires con el combinado nacional y la undécima edición del campeonato mundial. Cuando el béisbol profesional entró a Colombia, él comenzó en los Indios de Cartagena, donde ganaba 300 pesos mensuales. De allí pasó al Vanitor de Barranquilla en cambio por un receptor en 1950. Diez años más tarde tuvo la oportunidad de jugar en Estados Unidos. Los Orioles de Baltimore se lo llevaron para que estuviera con el equipo de Clase A, pero allí se presentó una oferta de Nicaragua con más dinero y ese fue su destino.

Carlos 'Petaca' Rodríguez, exlanzador colombiano. Campeón del Mundial de 1947.
Su paso a entrenador
En el Vanitor de Barranquilla coincidió con el cubano Toni Pacheco (quien llevaría a Colombia a ganar el título en 1965 del Campeonato Mundial). Esa dedicación que siempre tuvo por el deporte llevó a que el cubano lo acogiera y le enseñara los pormenores de este deporte: cómo ubicar a los jardineros cuando un zurdo de poder va a batear, o un derecho de menos fortaleza se para en la caja; cómo manejar a los jugadores de cuadro; jugar el llamado béisbol latino, esa práctica osada y picante que tiene los peloteros caribeños. Todo esto fue clave para que Manía se capacitara como entrenador, además de que sabía manejar bien a los jugadores, sobre todo en esa época en la que el béisbol colombiano había vuelto a ser amateur.
Pero su primera prueba fue en Nicaragua con el equipo Granada. Esta novena inicialmente se lo llevó como jugador, su sueldo iba a ser de 300 dólares. Pero algo impensado ocurrió en el trayecto del aeropuerto al hotel. “El dueño del equipo, César Lacayo, me preguntó si podía dirigir y ser jugador. Pensé durante varios kilómetros la oferta y mi respuesta fue que no podía dirigir por la misma cantidad, así que me subieron a 500 dólares y acepté”.
En el béisbol como en la vida una persona siempre tiene que arriesgarse para ganar. Así como la decisión de un toque puede servir para adelantar corredores en base, así puede funcionar o no cualquier decisión tomada. Y a ‘Manía’ le sirvió. A mediados de la década de los 60 se convirtió en entrenador. Esa pasividad y tranquilidad que siempre mostró como jugador, fue clave para su época como manager. Siempre tuvo cabeza fría para tomar decisiones y en sus inicios fue decisivo para ganar los juegos que tenía que ganar.
Uno de las anécdotas que más recuerda en ese país fue la vivida con el pelotero colombiano, Gabriel ‘Rocky’ Nuñez. En uno de los clásicos contra el equipo de Somosa, él había cometido dos errores y el público y los directivos pedían que lo sacaran, “me acuerdo que de la directiva me pedía que lo quitara del juego bajo la responsabilidad de ellos, pero yo les respondí: esa es su responsabilidad en las gradas, en el dogout el que mando soy yo”. El partido lo perdía el Granada 3-1 y en la octava entrada, cuando ‘Rocky’ se paró a batear, sonó al unísono: ‘quítenlo, quítenlo’. “Hice caso omiso y él caminó a la caja de bateo. Mientras los abucheos se hacían sentir, Nuñez, con tres hombres en base, conectó jonrón y terminamos ganando el partido 5-3. Al final del partido Gabriel vino al dogout, lloró y me abrazó y me decía: tú me salvaste, me diste la confianza. Eso es lo que es un manager. Confía en sus peloteros”.
Y así fue durante su carrera como entrenador y fue de mucho éxito. Después de su salida de Nicaragua por los problemas internos en ese país, Antonio ‘Manía’ Torres dirigió a Colombia y quedó a una victoria de ganar el tercer campeonato mundial para el país en Cuba. Pero algunos problemas internos evitaron que eso sucediera. Quedó subcampeón, perdió en la final contra el local, pero el combinado nacional tuvo una actuación impecable. Incluso tuvo un partido sin hit ni carreras contra Italia. Lo lanzó Nelson García.
Además, también dirigió la selección Bolívar, con la que ganó 12 campeonatos nacionales. Por sus manos pasaron jugadores como Abel Leal, Óscar Luis Gómez, Tomas Moreno, Luis De Arco, Ubaldo Salinas, Milcíades Mejía, entre otros. Fue un entrenador que se enseñó a ganar y se formó asistiendo a los entrenamientos primaverales de Grandes Ligas con los Orioles de Baltimore, los Reales de Kansas City, Los Ángeles Dodgers y los Astros de Houston.
A los 65 años le dijo adiós al béisbol y aunque quisieron que volviera, el prestigio vale más que cualquier suma de dinero, o así por lo menos se lo hizo saber Severiano Castillo, quien fue su mano derecha en la Selección Bolívar. “Después de retirado me incliné por la política, estuve en el grupo hechos y no palabras, cuyo directivo era el doctor Joaquín Franco Burgos, de la línea del doctor Álvaro Gómez Hurtado. Y por cosas de la vida actualmente estoy pensionado, no por el béisbol, sino por la política. Fue un gusto que nació después de volver de Nicargua y duré inmerso en la política 15 años, después de haberme retirado”, dice Manía Torres, quien ya está recuperado de una operación a corazón abierto que le realizaron en diciembre en Estados Unidos.
Ídolos de Manía Torres
Poco se sabe de Pedro ‘Chita’ Miranda y Carlos ‘Petaca’ Rodríguez. Una de esas es que fueron grandes jugadores de béisbol. Manía creció viéndolos jugar en el campo de la Matuna y además tuvo la oportunidad de compartir y aprender mucho de ellos. “Miranda no fue Grandes Ligas porque en ese tiempo no venían los scouts por acá y también existía mucho racismo en Estados Unidos, pero Pedro sí jugó en Venezuela y allí siempre se destacó”, recuerda.
Las veces que lo vio jugar en Cartagena era un placer. Con su estilo particular de pararse en la caja de bateo y la gorra hacia atrás, las pelotas volaban sin mayores complicaciones el campo de La Cabaña en Cartagena. Era un bateador temible. “Siempre me aconsejó que tuviera disciplina. Era campocorto y después lo trasladaron a tercera base. Fildeando tenía buen brazo, nunca tuvo un error mental, era un pelotero de atracción. De Colombia, lo mejor”, resalta.
Por otra parte, está Carlos ‘Petaca’ Rodríguez. “Le decían el papá de Cuba, porque cada vez que ‘Petaca’ se paraba en la lomita se ponía 9-0, siempre le ganaba, los blanqueaba sin importar el juego que fuera. Era el coco de Cuba”, dice entre risas Manía Torres. Es precisamente por este lanzador que nace el apodo de Antonio. “Tenía una manía cada vez que lanzaba y era mover la cabeza, yo lo quedaba viendo y de pronto se me pegó la maña de hacer esos movimientos y un amigo del barrio me dijo: ‘ve, éste está haciendo la manía de Petaca’, y así me quedé”.
Ver a Petaca lanzar era sentarse a escuchar el dulce sonido de la bola que salía de su mano golpeando con el guante del receptor. Era un lanzador dominante. Donde el cátcher se la pedía, ahí la ponía. Pura efectividad, inteligencia. Y un buen movimiento para lanzar. “Tenía buena velocidad, un buen cambio, una curva extraordinaria y un gran control. Era un pitcher perfecto. A él se lo llevaron a Panamá, y tuvo buena actuación. El mejor lanzador que dio Colombia”.