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María Isabel Urrutia, nuestro primer oro olímpico

Hace 20 años la vallecaucana subió a lo más alto del podio en los Juegos de Sídney. En los años 90 fue la atleta más destacada, no solo en levantamiento de pesas, sino también en lanzamiento de disco y bala.

Santiago Martínez
13 de diciembre de 2020 - 12:58 a. m.
María Isabel Urrutia logró el oro en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 en la categoría de los 75 kilogramos. / AP
María Isabel Urrutia logró el oro en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 en la categoría de los 75 kilogramos. / AP

“¿Qué quedó después de la gloria olímpica? La gloria es efímera y no ha sido un camino fácil luego de ganarme la medalla de oro en Australia. No es sencillo cuando uno no se queda callado y más si uno es mujer y negra. En Colombia existe un racismo estructural y las mujeres aún continuamos luchando para que nos reconozcan nuestros triunfos. A mí me han dado muy duro desde que me metí en la política”, son las palabras de María Isabel Urrutia, quien en la edición 60 del Deportista del Año de El Espectador fue homenajeada como la figura de la década de los 90.

El 20 de septiembre de 2000, en el Centro de Conferencias y Exposiciones en Sídney (Australia), la vallecaucana le dio el primer oro olímpico al país al ganar en la categoría de 75 kilogramos en levantamiento de pesas. “Para mí fue la gloria, era mi techo ser campeona olímpica”, recuerda María Isabel, a sus 55 años. Sin embargo, no fue un camino de rosas. Sacar adelante a su familia, dejar su amado atletismo, las interminables dobles jornadas de entrenamiento, las lesiones y vivir lejos de casa fueron algunos de los obstáculos que tuvo que superar.

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A sus trece años, mientras jugaba fútbol y yermis en el barrio Mariano Ramos de la Comuna 16 de Cali, María Isabel Urrutia fue descubierta por Daniel Balanta, quien estaba vinculado a la Liga de Atletismo. Entró a la selección departamental que disputaría en Bogotá el campeonato infantil nacional y logró el récord en lanzamiento de pelota y bala. “Nunca más volví a faltar a un evento nacional o internacional de atletismo. Fui campeona en todas las categorías y la única que me falta es en sénior máster, pero ya me he dado mucho garrote en la vida”, dice.

Su vida cambió antes del Campeonato Mundial de Atletismo en Roma de 1987. Mientras se preparaba, un hombre búlgaro comenzó a endulzarle el oído para que se probara en una disciplina recién abierta para las mujeres: la halterofilia (levantamiento de pesas). Se trataba del técnico Gantcho Karouchkov, quien llegó al país para preparar a los hombres que irían a los Juegos Olímpicos de Seúl 1988.

María Isabel dudó y hasta intentó hacerle el quite. “Gantcho siempre me decía que yo tenía condición para ser levantadora de pesas. Le decía que no me gustaba, pero me molestó tanto que le dije que entrenáramos al volver de los Juegos Olímpicos. En 1989 empecé a trabajar con él desde cero. Comencé a practicar con un palito y meses más tarde, en el campeonato mundial de Manchester (Inglaterra) fui subcampeona. Pero yo era del atletismo y decidí con las dos disciplinas”.

Fueron 13 años de arduo camino y largas jornadas. La mayor parte de su tiempo vivía en Europa. “Dormía donde me cogiera el sueño”, recuerda. Nunca dejó de recoger los frutos. En 1996 se convirtió en la primera mujer en ganar cinco medallas de oro (dos en atletismo y tres en levantamiento de pesas) en unos Juegos Nacionales. “Ese año ya me sentía cansada. Me tocó elegir. Escogí halterofilia porque me iba mejor y la meta eran los Olímpicos de Sídney, que por primera vez abrían la puerta a las mujeres en esa disciplina”.

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En levantamiento de pesas logró 24 medallas en campeonatos del mundo. Siempre estuvo entre las tres mejores y su objetivo era ser podio en el 2000. Pero una lesión en el cartílago de la rodilla derecha en 1999, antes de los Juegos Panamericanos, puso en riesgo su objetivo. Se tuvo que operar y Gantcho le dijo que debía bajar un categoría para aspirar a una medalla en Sídney. “Me tocaba bajar de 110 kilos a 75 en diez meses. Eso fue un embarazo, pero lo logré cambiando mis hábitos alimenticios”.

Hizo la marca para clasificar en una competencia en Grecia, pero en Colombia habían decidido que ella no haría parte de la delegación a los Olímpicos. “Cuando uno es rebelde y ejerce sus derechos, se gana enemigos. Nunca me dejé de los dirigentes y eso me lo cobraron. Fuimos a la Federación Internacional de Halterofilia (IWF en inglés) para ver si nos daban una invitación y al mes me respondieron que sí. Yo fui a Sídney patrocinada por la IWF, no por Colombia”.

Lo que sucedió en Australia es historia patria. Superó, por menos peso corporal, a Ruth Ogbeifo (Nigeria) y Kuo Yi-Hang (Taiwán), quienes también levantaron 245 libras. Y en las fotos de la celebración aparecieron quienes le negaron en un principio su participación en Sídney. María Isabel resume esa situación así: “Esa medalla era de Colombia y no la iba a privar de celebrarla. Yo la disfruté al máximo y cada quién sufrirá por lo que no hizo”.

En su mente ya estaba retirarse, pero debía cumplir con una última cita en los Juegos Suramericanos de 2001. Sin embargo, dio positivo en dopaje. “Eso fue una tragedia que uno ni sabe la razón ni se entera por qué pasó. Creo que hubo manos criminales, porque luego apelé y gané. Igual me iba a retirar. ¿A quién le cabe en la cabeza que me iba a dopar para un campeonato suramericano cuando nunca antes lo hice en un campeonato mundial o, más aún, siendo la última campeona olímpica?”, responde sobre un caso en el que demostró que sus pruebas fueron alteradas.

Tras su retiro, terminó sus estudios y se lanzó a la Cámara de Representantes en 2002. Estuvo durante dos períodos en el Congreso, hasta 2010, y logró reformar la Ley de Fomento al Deporte. “Me etiquetaron como de izquierda por hacer oposición y defender derechos. Esto no es de extremos, es de luchar por el bienestar”, explica. “Logré que les dieran cuatro salarios mínimos a los medallistas olímpicos y campeones mundiales, pero aún hay que buscar una protección para otros que no tienen esta opción”, agrega.

María Isabel se entristece al ver a varios de sus compañeros que dieron todo por Colombia y están en la absoluta pobreza. “Lamento que los departamentos no contraten a exdeportistas para que sean entrenadores o ayuden a las nuevas generaciones. Nunca logré conseguir un trabajo en el Valle a pesar de haber representado al departamento toda mi vida. Desde hace ocho años estoy trabajando con Bogotá y ya tengo campeones nacionales y panamericanos. Muchas veces las amistades y los malos manejos no permiten progresar”, concluye Urrutia, quien este 12 de diciembre se graduó de administradora de empresas; otro logro más en su larga lista de éxitos.

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