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Según la edición digital del diario islandés “Morgunbladid”, Fischer falleció en su casa de Reikiavik, adonde regresó el mes pasado tras permanecer ingresado en un hospital de la capital en octubre y noviembre.
En la capital islandesa disputó en 1972 un encuentro histórico por el campeonato mundial contra el soviético Boris Spassky, considerado el “enfrentamiento del siglo” y con una clara connotación política por el contexto de la Guerra Fría.
Pero no volvió a jugar más partidas oficiales: en 1975, cuando tuvo que defender el título frente al aspirante Anatoly Karpov, planteó exigencias inaceptables para la FIDE, que lo despojó del título por incomparecencia.
Fischer, que durante años vivió retirado de la atención pública, llegó a Islandia después de que este país, donde era muy popular desde su duelo con Spassky, facilitó su puesta en libertad concediéndole su ciudadanía tras permanecer 8 meses retenido en un centro japonés para inmigrantes ilegales.
El ajedrecista fue detenido en Tokio en julio de 2004 por intentar usar un pasaporte revocado por Estados Unidos, que tenía dictada contra él una orden de busca y captura desde 1992 por violar una prohibición del Gobierno de viajar a la antigua Yugoslavia y desarrollar una actividad económica allí.
En medio de la guerra de los Balcanes, Fischer no hizo caso de la orden y viajó a Belgrado para jugar contra Spassky a cambio de 3 millones de dólares.
Durante su cautiverio en Tokio, Fischer calificó la retención de “secuestro” organizado por el presidente de Estados Unidos, George Bush, y su “títere”, el entonces primer ministro nipón, Junichiro Koizumi.
A su llegada a Reikiavik procedente de Japón, se despachó con unas declaraciones antisemitas y contrarias a su país de origen.
Durante su estancia en Islandia, Fischer, quien consideraba “muerto” el ajedrez para él, mantuvo un perfil bajo.
La última leyenda del tablero
El estadounidense Bobby Fischer, uno de los más grandes mitos de la historia del ajedrez, murió justo en el lugar en donde había logrado el triunfo más grande de su carrera: en Islandia, donde conquistó el título mundial al derrotar a Boris Spasky en 1972.
A los 64 años, exactamente el número de casillas del tablero, Bobby Fischer murió casi en el olvido después de haberlo sido todo en el mundo del ajedrez, el genio de lo universalizó y cuyas excentricidades sirvieron también para dignificar una profesión de la que muchos han podido vivir con dignidad gracias a él.
El duelo contra Spasky en Reikiavik, a 24 partidas, fue un enfrentamiento dramático cuyo desarrollo mostró todos los rasgos fundamentales que caracterizaban la personalidad genial y compleja de Bobby Fischer.
Sus manías, por ejemplo se negaba a jugar en una silla, dieron tanto que hablar como el desarrollo de cada partida en un duelo en el que Fischer se había propuesto poner fin a la hegemonía soviética.
Los enemigos de Fischer aseguraban que debajo de la silla giratoria había un ordenador que explicaba por qué había tomado la delantera en el duelo del siglo.
Los partidarios de la tesis del ordenador se creían reforzados por el hecho de que en un momento dado Fischer exigió, con éxito, que desaparecieran las cámaras de televisión de la sala porque le impedían concentrarse.
Fischer, caracterizado por un juego agresivo e innovador, llegó a la final del Mundial contra Spassky con 29 años de edad tras haber derrotado al ex campeón del mundo Tigran Petrosian.
Spassky, defensor del título, comenzó el duelo como favorito y ganó las dos primeras partidas. Fischer ganó la tercera y a partir de ese momento dominó el duelo casi a su antojo.
Cuando logró una ventaja suficiente, empezaron a sucederse las tablas entre los dos contendientes y Fischer no volvió a ganar hasta cuando sólo le faltaba un punto, es decir una victoria, para coronarse como campeón del mundo.
En el camino hacia el triunfo final, ya con ventaja clara, Fischer tuvo un revés parcial curioso: Spassky logró tomarle la dama a Fischer, con lo que la partida estaba ya decidido. Pero Fischer no abandonó sino que siguió jugando, lo que fue interpretado por muchos como un truco psicológico, mezclado de desprecio hacia Spassky.
Tras coronarse campeón del mundo, Fischer había logrado su meta y prácticamente desapareció de la vida pública durante un largo periodo. Llegó a decirse que se había refugiado en un monasterio budista y que se había dedicado a la meditación
Se negó a defender el título, que terminó siendo declarado vacante y conquistado por el ruso Anatoly Karpov.
Todo ello contribuyó a la leyenda y en la vida de Fischer es difícil distinguir lo que pertenece a la biografía y lo que forma parte de un mito que se ha ido tejiendo en torno suyo.
Hubo quien quiso convertirlo en un héroe anticomunista y en un modelo de patriota estadounidense que, como tal, se había trazado como meta vital arrancar el título mundial de ajedrez de manos de los soviéticos.
Esa imagen, sin embargo, quedó destruida cuando, en 1992, Fischer reapareció públicamente y, quebrando el boicot internacional a la antigua Yugoslavia, reeditó su duelo contra Spassky, a quien derrotó en Belgrado en medio de una aguda crisis en el país.
Fischer pensó vivir en la Yugoslavia de entonces, convertida en la enemiga emblemática de Europa Occidental y de Estados Unidos, y más tarde, contraviniendo las leyes estadounidenses, estuvo en Cuba. Todo ello lo lleva incluso a ser perseguido con orden de detención emitida por el FBI. El héroe estadounidense se había convertido en villano.
Como ajedrecista, en cambio, sigue siendo un héroe. Ningún duelo posterior a su enfrentamiento con Spassky ha tenido la difusión y ha suscitado tantas pasiones en el mundo ni ha contribuido tanto a la popularización del ajedrez.
Las peculiaridades de Fischer lo relacionan sin duda con otros mitos del ajedrez, como el legendario ruso Alexander Alejin, y hacen pensar que el juego-ciencia es uno de aquellos terrenos en los que la genialidad está muy cerca de la locura.
Fischer había nacido en Chicago, en 1943. Pero la ciudad con la que se le identificará siempre será la capital de Islandia donde ganó el más grande enfrentamiento de la historia.
En aquel duelo, por respeto a la fe judía de Fischer, nunca se jugó en sábado.
Con información de EFE