
Pascal Siakam dribla en la final de la NBA.
Foto: EFE - MANUELA SOLDI
En las primeras horas del día, cuando la luz apenas cruzaba los vitrales del seminario de St. Andrew en Camerún, un muchacho delgado, de pasos inquietos, dejaba vagar su imaginación. Mientras el coro entonaba los cánticos matinales y el incienso perfumaba el aire denso, Pascal Siakam se veía a sí mismo en una cancha que apenas conocía. No podía soñarse en el altar, pero sí frente a un tablero. No quería vestirse con la sotana, quería sus brazos libres en el jersey, con un balón en las manos.
Había pasado un año desde que, gracias a sus...