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Catar 2022: La fiesta del antifútbol

Constructores nepalíes muertos. Una aversión nacional contra la comunidad LGTBIQ+. Una elección manchada por probable corrupción y en la que se habrían repartido petrodólares. Esos son los elementos que rodean el inicio del Mundial de Catar 2022. Nueva entrega de “Disparos a gol”, del especial de El Espectador sobre Catar 2022; la relación entre el fútbol y la política.

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20 de noviembre de 2022 - 01:00 p. m.
Gianni Infantino, actual presidente de la FIFA, y defensor acérrimo del Mundial de Catar 2022.
Gianni Infantino, actual presidente de la FIFA, y defensor acérrimo del Mundial de Catar 2022.
Foto: AFP - ANNE-CHRISTINE POUJOULAT
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El tiempo se detuvo cuando acabó Rusia 2018. Entró el período de ansiedad, producto de una cuenta regresiva que es mejor no recordar. Volvimos a la rutina de la vida corriente y bajamos el cartel de “cerrado por fútbol”, como decía Eduardo Galeano. Pero la espera al Mundial de Catar 2022 fue única e, incluso, malévola: tomó cuatro años y seis meses. La temperatura del verano catarí es tan extrema —llegando a los 50 °C—, que la FIFA permitió que el certamen iniciara recién hasta hoy, 20 de noviembre, cuando todos los mundiales en la historia se celebraron a mitad de año. Catar está en medio de un desierto.

Todas las historias de Disparos a gol, la relación entre los Mundiales y la política

Aunque las temperaturas son infernales, densas capas de arena suelen ocultar las ráfagas del sol. A veces parece que Doha, capital de Catar, está envuelta en un velo de polvo, resultante de torbellinos de arena propios del golfo Pérsico. Una metáfora de la falta de transparencia que ha caracterizado al país como sede del evento deportivo más importante del mundo. Su elección ocurrió en 2010, cuando estaba por develarse el peor escándalo de corrupción de la FIFA, cuya investigación terminó en la renuncia del mismísimo Joseph Blatter. Como lo informó el fiscal estadounidense Michael García, exjefe de investigación ética de la FIFA, todo indica que Catar ofreció regalos y millones de dólares a cambio de los votos del comité ejecutivo de la federación.

El Mundial próximo, por su parte, recibió una inversión de 200.000 millones de dólares, provenientes de las arcas más generosas en el presente: el petróleo y el gas natural. Las excentricidades son asombrosas. Los ocho estadios fueron construidos en su mayoría desde cero, majestuosas obras arquitectónicas que van desde la representación de una gahfiya —turbante masculino típico catarí— hasta la representación del bote dhow ancestral —cuyo estadio simulará zarpar hacia el golfo Pérsico—. Sin duda, el dato más fenomenal es protagonizado por el estadio Icónico de Lusail, una ciudad que hace pocos años era parte del desierto, que se sigue construyendo y ofrecerá la final del Mundial.

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Si bien Catar 2022 promete ser una maravilla arquitectónica, sus dirigentes parecen ocultar sangre bajo el material de construcción. Los ocho estadios costaron millones de euros, miles de horas de trabajo y centenares de vidas. Las manos que alzaron el Mundial viven hacinadas en cuartos minúsculos que parecen celdas, aguantando jornadas de trabajo extenuantes bajo un sol infernal, alimentándose con las migajas de una nación que, paradójicamente, nada en billetes. Solo pueden volver a sus tierras en féretros de madera —más de 6.500, según el diario inglés The Guardian, en una publicación de febrero de 2021—, porque el gobierno catarí les arrebata el pasaporte.

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“A veces me pregunto si no sería mejor estar muerto”, confesó el trabajador Adi Gurung al medio alemán Sport Inside, en 2019. No obstante, las cifras oficiales de Catar son 37 trabajadores muertos entre 2014 y 2020, vinculados directamente a la construcción de los estadios. Y mientras selecciones como Dinamarca dan la batalla simbólica, cincelando sus uniformes con frases como “derechos humanos para todos”, la FIFA de Infantino prohíbe cualquier muestra política a las selecciones. Pero, eso sí, como pasó hace unos días, como si fuese el mismísimo papa, solicita a Rusia frenar su invasión a Ucrania. “Centremos ahora en el fútbol”, dijo en una carta abierta al mundo.

En la historia de los mundiales, jamás una sede estuvo envuelta en tanta polémica. Todo parece indicar que Catar 2022 es el legado del linaje de corrupción de la FIFA, que se indigestó de avaricia cuando el dinero del petróleo estuvo servido en la mesa. Un virus enquistado en el comité ejecutivo desde la época del presidente João Havelange (1974-1998). A ellos no les importó celebrar la fiesta del fútbol en Argentina en 1978, en medio del horror de la dictadura militar. O recibir plata por darle el Mundial a Sudáfrica en 2010, cuando el país lo merecía sin acuerdos bajo la mesa. La consecuencia es obvia: Catar, que es una nación poderosa, usará al fútbol para vanagloriarse. ¿Dónde hemos visto algo parecido? Sí, en Italia 1934 y en los Juegos Olímpicos de Alemania en 1936.

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Cuando la función de Catar 2022 cierre sus telones, será el momento de zanjar para siempre los vergonzosos capítulos de corrupción de la FIFA. El máximo torneo del fútbol no puede avivar polémicas políticas, religiosas ni económicas; al contrario, debe ser escenario de fraternidad entre países, etnias y comunidades —su razón de ser, desde Uruguay 1930—. Pero nos invitaron a una fiesta mundial en la cual no tienen espacio los homosexuales y, si acaso, las mujeres; donde nos vamos a derretir del calor, pero no podemos mostrar las rodillas ni los codos, y donde se contrata a falsos hinchas argentinos con facciones árabes, pero está prohibida una actitud tan real como desatar la pasión hacia la vida o las personas en público.

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Desde luego, el fútbol es hermoso, porque logra unirnos bajo el grito universal del gol. Por suerte, como le hubiese gustado a Jules Rimet —primer presidente de la FIFA—, las naciones han entrado en una política de postulación que invita a la hermandad: sedes conjuntas, como sucedió en Corea-Japón 2002. Tal es el caso del Mundial de 2026, que se celebrará en Canadá, México y Estados Unidos, creando una alianza que albergará 48 selecciones por primera vez en la historia. Y aún mejor, es casi un hecho el abrazo sudamericano entre Chile, Paraguay, Uruguay y Argentina, cuyo objetivo será organizar el centenario del Mundial en 2030. Por ahora y a partir de hoy, se da rienda suelta a toda anécdota sobre el particular Mundial de Catar: la fiesta del antifútbol.

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Por Jhoan Sebastian Cote

Comunicador social con énfasis en periodismo y producción radiofónica de la Pontificia Universidad Javeriana. Formación como periodista judicial, con habilidades en cultura, deportes e historia. Creador de pódcast, periodismo narrativo y actualidad noticiosa.@SebasCote95jcote@elespectador.com

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