Mundial de Rusia: La historia de la zurda mágica de James Rodríguez

Las dos asistencias de gol para que Colombia venciera a Polonia llevaron a los especialistas a explorar la calidad técnica del 10 de la selección Colombia. Así pulió la izquierda supervalorada en el mundial de fútbol.

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Nelson Fredy Padilla *
27 de junio de 2018 - 12:00 a. m.
Uno de los factores que elevó su desarrollo técnico y físico es que James Rodríguez, en el centro de la imagen, siempre jugó junto a compañeros mayores que él desde las categorías infantiles. Aquí con la selección del departamento del Tolima. /Archivo particular
Uno de los factores que elevó su desarrollo técnico y físico es que James Rodríguez, en el centro de la imagen, siempre jugó junto a compañeros mayores que él desde las categorías infantiles. Aquí con la selección del departamento del Tolima. /Archivo particular
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Distintos expertos del fútbol comentaron desde Rusia la gran impresión que les causó el domingo el despliegue técnico y físico de la selección nacional, en especial de James Rodríguez, elegido por la FIFA la figura del partido en el que Colombia venció 3-0 a Polonia. Analizaron una y otra vez el video del pase que le hizo a Juan Guillermo Cuadrado para el tercer gol, desbordando por el costado izquierdo y, desde antes de media cancha, evadiendo a volantes y defensores con una parábola a ras de pasto que dejó a Cuadrado de frente al área para definir. Eso sin olvidar la asistencia que hizo para que Yerry Mina anotara el primer gol de cabeza. ¿Cuál es el origen de ese don que tiene el 10 de la selección Colombia para hacer esa jugadas perfectas con su ya famosa zurda mágica? (Le puede interesar: James, Quinterito y Matheus, los parceros cumplen su sueño en Rusia).

Para encontrar la respuesta hay que ir a Ibagué, Tolima, año 1995. James Rodríguez tenía cuatro años de edad y hacía preescolar en el Liceo Tesoros del Mañana cuando a Juan Carlos Restrepo, su futbolero padrastro, le impresionó que parara con tanta propiedad el balón rojiblanco que le había regalado su mamá, Pilar, lo pisara y lo pateara con la zurda de una forma especial, no como lo hace un niño promedio. Desde entonces, todos los días lo llevaba al parque y le pedía pegarle a la pelota con todas las partes del pie. “Aprendía con facilidad”. Advirtió que tenía un don, lo apodó "Calidoso", como lo identifica en el teléfono celular, le compró unos guayos negros y le propuso a Pilar que lo inscribieran en una academia. Un año después empezaron a soñar con el proyecto de atleta que hoy brilla en el Mundial de Rusia. (Cuando "El Bolillo" no convocaba a James).

Pilar también lo tenía claro: “James David nunca quiso ser futbolista. Él desde que nació fue futbolista”. Su calidad técnica la ratificaron y pulieron una docena de técnicos de los equipos donde jugó, y los privados que la familia le pagó, hasta convertirse en profesional en el Envigado. Eso fue a los 14 años y medio de edad, el 21 de mayo del 2006 en el estadio del Polideportivo, hoy adornado con una valla gigante de James celebrando un gol en Brasil 2014. Uno de los técnicos que ayudó a pulir la técnica innata de James fue Jesús "Kiko" Barrios, que li hizo campeón y lo mantuvo de titular en 40 partidos al lado de colegas más maduros y tan talentosos y zurdos como Giovanni Moreno. Barrios me contó que al principio creyó que hacía el mismo papel que "Gio", pero cuando lo puso de enganche y adelantó a Moreno para que recibiera los pases, se transformaron en una dupla eficiente. Barrios recordó: "Todavía era liviano, le faltaba corpulencia, pero con una rapidez mental y una zurda prodigiosa para abrir espacios que no tenerlo en cuenta hubiera sido un pecado. (Siga nuestro especial del Mundial).

El refinamiento de James como futbolista de alto nivel no hubiera dado los mismos resultados si al factor técnico el Envigado y la familia no le hubieran sumado un equipo de especialistas. Además de los entrenamiento del equipo, Ómar "El Misio" Suárez le exigía en clases privadas el máximo potencial por la izquierda, y por derecha, a pesar de no ser su pierna de base, y luego por el centro. Luego lo tomaba Héctor Chica, el preparador físico particular, que fortalecía cada músculo para que James pasara del cuerpo de un niño promedio de un metro 65 al atleta de 1,80 que es hoy.  

Otra parte de la historia la forjó en Banfield, en las afueras de Buenos Aires, Argentina. Allá todo empezó el 27 de febrero de 2009 cuando le hizo un golazo a Rosario Central desde 30 metros de distancia, a los 30 minutos del segundo tiempo, para un 3-1 contundente. En la emisora Región 90.5 se oyó: "Qué manera de pegarle a la pelota, por favor. Este colombiano tiene un cañón en la zurda". Lo vi y lo conocí en diciembre de ese año, el día que fue campeón frente a Boca Juniors en la Bombonera.

Su pie izquierdo está ahora inmortalizado en una escultura junto a héroes locales como Julio Cortázar. Puede parecer un despropósito, pero es la realidad histórica de este suburbio del sur bonaerense, que todavía conserva el importado aire británico del siglo XIX. Un mural en el andén de la estación del ferrocarril y una placa en la casa donde vivió en la calle Rodríguez Peña recuerdan la niñez y la adolescencia del autor de la novela Rayuela. Esas calles empedradas desembocan en la plaza central, rebautizada en el 2009 como Plaza del Campeón, porque hay un monumento en honor del equipo que después de 113 años de desdichas y dichas efímeras ganó la liga profesional del fútbol de Argentina guiado por un James apenas con 18 años de edad. A petición de la fanaticada, en una especie de paseo de la fama al estilo Hollywood, los jugadores dejaron grabada en el piso una huella en concreto conservada dentro de una estrella verde. James inmortalizó su pie y sobre él los niños sueñan con dar pasos hacia la grandeza deportiva.

Después, como hemos sido testigos, llevó ese talento natural a su máxima potencia en Porto, en Mónaco, Real Madrid y Bayern Múnich con disciplina física y poder mental. Con la selección Colombia lleva 21 goles anotados, casi todos de izquierda, y 22 asistencias. Aunque la ratificación de su nivel internacional fue en el Mundial de Brasil, donde tuve el privilegio de verlo graduarse como un fuera de serie. Desde el partido contra Grecia, en su primer juego mundialista, James tenía actitud de veterano, pidiéndola como siempre, sin perder la elegancia, poniendo a jugar a los delanteros y transmitiendo tranquilidad a sus compañeros. Contra Japón, en el calor desesperante de Cuiabá, jugó como nunca. Fue el partido en el que más me impresionó su despliegue físico y técnico en ataque y defensa, teniendo en cuenta la humedad. Para reivindicar lo que puede hacer zon la izquierda, basta recordar el gol que marcó para el 4-1, desbordando la defensa, engañando al defensa con dos amagues y poniéndosela por encima al guardameta cuando salió. Media hora después lo celebraba con sus amigos vía WhatsApp: “¡Se la piqué al arquero igualito como le hice el gol a Lanús, jajaja!”. Según estadísticas de la FIFA, es el jugador más influyente de Colombia en la historia de los mundiales que ha participado, por encima del Pibe Valderrama.

Entonces, ¿de dónde surgen decisiones en fracciones de segundo, como el espectacular pase de gol que le hizo el domingo a Juan Guillermo Cuadrado para el 3 a 0 sobre Polonia? De la fusión de cerebro y talento que sólo se alcanza con años de repeticiones y una convicción de atleta de alto rendimiento para reaccionar de manera correcta en el instante más importante de la vida profesional. Como explicó el nobel J.M. Coetzee en una carta al también novelista Paul Auster, "las máximas expresiones de estética en el deporte no pueden ser objeto de planificación racional, sino que parecen descender sobre los jugadores mortales como una especie de bendición de lo alto, esos momentos en que todo sale bien, en que todo está en su lugar, en que los espectadores ni siquiera quieren aplaudir, sólo dar gracias en silencio por haber estado ahí en calidad de testigos”.

* Autor del libro James, su vida. Historia de un héroe y de un país, sello editorial Aguilar.

Por Nelson Fredy Padilla *

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