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Nunca se llenan

Antonio Casale
02 de junio de 2020 - 03:49 a. m.

Las diferencias entre los mejores y los buenos muchas veces son imperceptibles. En las batallas definitivas las cosas se definen por pequeños detalles. Lo técnico y lo físico, en un nivel de competencia alto, es parejo. Entonces hay un factor mental que es el que determina que el que gane casi siempre sea el mismo.

Por un lado, a los mejores nunca se les acaba el hambre de ganar. Basta con echarle un vistazo al documental de Michael Jordan, The Last Dance, tan promocionado por estos días, o con ver al Bayern Múnich pasear la Bundesliga después del regreso a la competencia, para entender que tanto en lo colectivo como en lo individual esa llama interior nunca se apaga. En los deportes de conjunto se necesita a un par de líderes inspiradores que sean capaces de impregnar ese espíritu insaciable al grupo.

Gente talentosa que ha ganado cosas importantes hay por montones. Pero gente talentosa que gana una y otra vez lo que se propone no hay casi. Contaba Carlos Moyá, el primer número uno del mundo del tenis que tuvo España, en el pódcast de Javier Frana y Álex Corretja, que tras una gran conquista venía una gran celebración y la consecuente baja en el rendimiento deportivo al corto plazo. Hoy él es el entrenador de Rafa Nadal y cuenta que lo que más le sorprende es que su pupilo no termina de levantar un trofeo cuando ya está pensando en lo que viene. Incluso ha tenido que pedir a los organizadores de los torneos que les adjudiquen menos tiempo de entrenamiento en las canchas para que Rafa no se sobreactúe en la preparación.

Es así como uno ve a tipos como Messi jugando todos los partidos que puedan con la misma intensidad, como si todos fueran la final de la Champions. CR7 llega de primero, se va de último y entrena su parte física aparte de las exigencias de su club.

Pero por el otro lado están sus víctimas, que en verdad pierden de camiseta ante sus ídolos. El sábado repitieron en televisión la única final que ha ganado Roger Federer en Roland Garros. Al final del juego su rival, Robin Soderling, casi que se unió a la celebración del suizo por la conquista del único Grand Slam que le hacía falta. Los rivales del Bayern Múnich, como el Fortuna Dusseldorf el sábado, salen a la cancha a esperar que les hagan el primero, muchas veces sin ninguna ambición distinta a la de disfrutar el hecho de jugar contra los mejores.

Y los que pueden oponer resistencia, como el Borussia Dortmund ante el Bayern Múnich, plantan cara, ponen el juego parejo, pero siempre están al borde del abismo. Les falta ambición, y ese no es un sentimiento que se adquiere, se tiene. Nos contaba Juan Pablo Montoya en una entrevista radial hace unos días que no le gusta perder ni con su hija de diez años, que cuando le gana se lo celebra en la cara, sonrisas aparte.

Los mejores no son los pocos que tienen mejores aptitudes. Los mejores son los que nunca se llenan.

 

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